TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XX A
(16-agosto-2020)
Jorge Humberto Peláez S.J.
La
fe como un don y no como un derecho exigible
ü Lecturas:
o Profeta
Isaías 56, 1. 6-7
o Carta
de san Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32
o Mateo
15, 21-28
ü La
Constitución Colombiana de 1991 consagró el derecho de tutela, que es un
procedimiento preferente y sumario, mediante el cual los ciudadanos pueden
exigir la protección de sus derechos constitucionales fundamentales, cuando crean
que éstos han sido vulnerados o están amenazados.
ü Ciertamente,
fue un avance importante en la defensa y protección de los derechos humanos. En
su concepción original, era un recurso extraordinario, pero se ha convertido en
la ruta normal para exigir y reclamar. Cualquier inconformidad se manifiesta vía tutela. Esto ha modificado
sustancialmente las relaciones profesor-estudiante, médico-paciente y las
relaciones entre vecinos. A partir de 1991, nos hemos acostumbrado a hablar en
tono de exigencia, de reclamo. Esto no es bueno. Hemos perdido la confianza y hemos
asumido actitudes defensivas.
ü Pero,
¿qué tiene que ver el derecho de tutela y las lecturas de este domingo? Al leer
algunos textos del Antiguo Testamento, descubrimos que sectores particulares del
pueblo de Israel se sentían con derecho de posesión sobre la alianza, y los únicos
que podían acceder a la misericordia de Dios. Algo semejante se vivió en los
orígenes de la Iglesia por las tensiones entre los bautizados provenientes del
judaísmo y los provenientes de los pueblos gentiles.
ü Los
invito, entonces, a interrogarnos si la gracia de Dios es un bien que podemos
exigir en razón de nuestros méritos; preguntémonos cuál es el tono adecuado
para expresar nuestras peticiones a Dios. Dejémonos llevar por las lecturas de
este domingo, que nos permitirán comprender mejor el talante de nuestra
relación con Dios, que es totalmente diferente de las relaciones entre los
ciudadanos y el Estado con unos derechos que deben ser tutelados.
ü Como
punto de partida, recordemos la alianza establecida por Yahvé con Abrahán y sus
descendientes, cuya columna vertebral era la afirmación: “Yo seré tu Dios y tú
serás mi pueblo”. Así comenzó la auto-manifestación de Dios en la historia concreta
de un pueblo, que alcanza su plenitud en Jesucristo, revelador del Padre. La historia
de esta alianza fue muy accidentada, pues el pueblo fue infiel a los mandatos
del Señor y adoró a divinidades extranjeras. Llegaron a creer que la
observancia de los innumerables preceptos que se fueron añadiendo a sus ritos y
tradiciones, les daba derecho a las bendiciones de Yahvé. Para los patriarcas,
la alianza fue un regalo de Dios; sus descendientes creyeron que les pertenecía
en exclusividad y se olvidaron de la fidelidad.
ü En
el texto del profeta Isaías que acabamos de escuchar, se afirma la universalidad
del mensaje de salvación: “Yo conduciré hasta mi monte santo, para llenarlos de
alegría en mi casa de oración, a los extranjeros que se adhieran a mí, para
servirme por amor y con el deseo de ser mis servidores”. A los contemporáneos
de Isaías no debió gustar esta apertura del profeta. El mensaje de salvación no
pertenece a una cultura particular; no es para un círculo cerrado de iniciados;
es un llamado universal. Las puertas de la Casa de nuestro Padre común están abiertas
para todos aquellos que respondan a su llamado.
ü El
Salmo 66, que hace parte de la liturgia de este domingo, reafirma la universalidad
del mensaje de salvación: “¡Oh Dios!, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos
te alaben. Que Dios nos bendiga, que le teman hasta los confines del orbe”.
ü La
fe no es un derecho que nos pertenece por hacer parte de una cultura determinada.
La gracia de Dios no es algo que nos ganamos con nuestros esfuerzos y para la
cual hacemos méritos. Todo es don. Es un regalo precioso que llevamos en una
vasija muy frágil.
ü La
Iglesia debe ser presencia del amor misericordioso de Jesucristo. Sus puertas
deben permanecer abiertas para todos los que quieran entrar. No levantemos
muros, no establezcamos filtros, no nos inventemos prerrequisitos.
ü Avancemos
en nuestra meditación dominical y preguntémonos por el significado del
encuentro de Jesús con esta mujer cananea. Ciertamente, los destinatarios
principales del mensaje de Jesús fueron los judíos; Jesús lo reafirma en este
encuentro: “Yo he sido enviado solamente para las ovejas perdidas del pueblo de
Israel”. Pero en sus recorridos por Tierra Santa, se acercaron a escucharlo
otras personas ajenas al pueblo de Israel, que se sintieron tocadas por su palabra
y se abrieron a la gracia.
ü Cuando
leemos el texto del diálogo entre Jesús y esta mujer, quedamos impactados por
la brusquedad de las palabras de Jesús: “No está bien quitarles el pan a los hijos
y dárselo a los perros”. De esta manera pone a prueba las verdaderas intenciones
de esta mujer. ¿Qué buscaba al acercarse a Jesús? ¿La movía la curiosidad?
¿Esperaba un acto de magia, como era frecuente entre los paganos? Su petición
nos conmueve. Confía totalmente en Jesús: “¡Señor, ayúdame!” Y no se desanima
con el aparente rechazo del Maestro: “Así es, Señor, pero los perros también
comen de las migajas de la mesa de sus amos”. Su oración está inspirada en la
confianza. Y es absolutamente humilde: no está reivindicando un derecho, no
plantea ninguna exigencia. Simplemente, expresa la angustia de una madre ante
el sufrimiento de su hija.
ü Esta
mujer cananea, que desconocía las Sagradas Escrituras, nos da una profunda
lección sobre la fe y la oración. No tiene una actitud altanera; no exige una
atención prioritaria; no habla en términos de una tutela o de un derecho de
petición. Con humildad y confianza expresa su necesidad.
ü Es
hora de terminar nuestra meditación dominical. Recordemos el mensaje de este
domingo: La fe es un don que Dios ofrece a quien quiere y no es un derecho
exigible; en consecuencia, el tono de nuestra oración debe ser la confianza y
la humildad.