DOMINGO 20 ORDINARIO, Ciclo C
Dios da ventura a quien la procura
Para entender
a un pueblo no hay como verlo en su actuar, en su vida ordinaria, y así sacarás
su mentalidad. De mi experiencia quiero contarles que hace muchos, muchos años
tuve el gusto de hacer un viaje por España y al llegar a Ávila, el domingo
fuimos a un lugarcito donde comían a gusto las familias. Mis hermanos y yo llegamos al mismo tiempo que una numerosa
familia española. Los meseros y el mismo dueño trabajaban al cien por ciento
para dejar satisfechos a sus comensales. Pero como el tiempo pasaba, el jefe de
la familia le reclamó al dueño por la tardanza, el cual, sin detenerse por estar repartiendo las viandas a los presentes,
le gritó delante de todos: “Pues si no quieres esperar, puedes marcharte ahora
mismo”. Nadie se movió de su lugar, poco después les sirvieron igual que
nosotros, y casi al final de la comida, estaban brindando el
juntos el patrón y el jefe de
familia. Y yo pensaba, esto no hubiera
ocurrido en nuestra tierra, se le habría respondido con “una mentada de madre”
y habríamos abandonado de inmediato el
lugar.
He mencionado
esa anécdota para referirles lo que aconteció con Cristo en una de las poquísimas veces que salió de su
tierra, precisamente a Tiro y Sidón, ciudades que ya tenían varios siglos de
existencia y que curiosamente hoy pertenecen
al Líbano, donde ocurrió la explosión
que ha dejado tantos muertos y tantas desdichas. Cristo iba a territorio
extranjero para orar a solas e instruir a sus apóstoles que nunca acaban de
entenderle. Hay que decir también que
los israelitas que pretendían ser el pueblo escogido por Dios, que
llegaron a sentirse tan cerca de Dios, en apariencia, que despreciaban a los
pueblos circunvecinos, hasta llamarles perros y animales. Era cosa de los
hombres, no mandato del Señor ni mucho menos. En la primera parte de lo
ocurrido en este pasaje, Cristo trataba de darles una buena lección a sus
apóstoles, porque él no pensaba ni actuaba como lo hizo ese día, de manera que
el mensaje lo encontraremos y clarito, casi en el último renglón de nuestra
narración. Sucede que una mujer oyó que
había llegado un extranjero que tenía fama de atender y cuidar mucho de los
enfermos. No sabía donde estaba Jesus
porque había llegado ocultamente a una casa, pero ella esperó, no Sé cuánto
tiempo para ser atendida por él. En cuanto apareció Jesús la mujer gritaba
detrás de él porque deseaba la curación para su hija que como decimos ahora, ya
estaba desahuciada por los médicos. Ahí
comenzó el calvario de la mujer porque
en su tierra, los cananeos le habían dicho que allá había buenos médicos y
buenos curanderos, y que sus dioses era poderosos, pero ella amaba
entrañablemente a su hija y una corazonada le había advertido que en Cristo
encontraría respuesta para su petición, Y por eso gritaba y gritaba, “Jesús Hijo de David, ten
compasión de mí, mi hija esta terriblemente atormentada por el demonio”. Jesús
no dijo ni media palabra. Pero como seguía insistiendo, los apóstoles le
“rogaron” a Jesús que la atendiera porque venía gritando detrás de ellos. Lo
mismo habían hecho días antes cuando pedían a Cristo que despidiera a la
multitud porque estaban sin alimentos. Bien sabía Jesús lo que iba a hacer. Al
ver que Jesús se quedaba callado, corrió se adelantó y volvió a suplicarle por
su hija. Cristo le dijo que él estaba para a atener a los de su pueblo y nada
más. Y agregó que no estaba bien utilizar el pan de la mesa de los hijos para
echárselo a perros. La mujer se quedaría tremendamente sorprendida, pero su
necesidad era grande y estaba segura de que
esa era la oportunidad para regresar y encontrar s su hija ya curada. El
corazón se lo decía. Por eso con una confianza sin límites mirando directamente
a los ojos de Cristo le recordó que los perros, también comen de las migajas
que caen de la mesa de los hijos. Eso conmovió el corazón de Cristo, delante de
todos, admiró su fe, su confianza y su tremenda disposición para conseguir la
curación de su hija. Jesús sólo dijo, como la gran lección para sus apóstoles
que pretendían que la despidiera: “Mujer, que grande es tu fe, que se cumpla lo
que deseas” y en ese momento quedó curada su hija.
Aquí termina
la narración evangélica y la conclusión o conclusiones para nuestra vida,
tendremos que sacarlas nosotros. De momento se me ocurre pensar en los alimentos que caer de nuestra
mesa, sin importarnos que otros no tengan para comer. Cuantos alimentos
desperdician las naciones ricas y acomodadas que gastan grandes cantidades en
alimentos que no llegar a consumirse y luego con tiradas en los basureros y nosotros, aunque no
tenemos mucho, preferidos tirar el sobrante que regalarla al vecino necesitado.
Y finalmente,
aunque cada quien tenga sus propias
conclusiones se me ocurre preguntar: ¿tenemos la misma confianza que la mujer
en el poder de Jesús? ¿Ahora
que se han abierto las puertas de nuestras Iglesias, venimos con el mismo deseo. la confianza
y la fe en que Jesús nos atenderá? ¿O eres de los que
desean el favor de Cristo, prontito, prontito y si no te atiende al momento
comienzas a dudar de él dices: “pos ai nos vemos”.
¿Tus ojos reflejan tus deseos de un encuentro vivo con Cristo Jesús o sólo vas por obligación, o por
deber o por costumbre, asistiendo desparpajadamente a la misa, pretendiendo que
pronto acabe aquél tormento? Y finalmente, ¿eres de las personas que dicen
mejor veo la misa desde mi sala e incluso desde mi cama para no tener que
exponerme, esto es un pretexto a los contagios de los demás? Seguiríamos todo el día, pero al buen
entendedor pocas palabras.
Tu amigo el
P. Alberto te saluda y te suplica que hagas extensivo mi mensaje entre los
conocidos, familiares y amigos. Estoy en alberamozq@gmail.com