SOLEMNE VIGILIA DE LA ASUNCION DE MARÍA A LOS CIELOS

                            (14 de Agosto 2020)                            

 

La celebración del Dogma de María Asunta a los Cielos, nos presenta el triunfo de la Madre de Dios sobre la muerte, es decir, su Resurrección, fruto eximio de la Redención. Si bien la Escritura no nos habla de este Dogma de Fe, si lo afirma ampliamente la Tradición, que lo creyó siempre y lo encontramos manifestado en los escritos de los Padres de la Iglesia. Este fue el fundamento, sobre el cual el Papa Pío XII, el 1 de Noviembre de 1950, declaró solemnemente que María: “terminado el curso de vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial” (Bula Munifcentissimus Deus, DS 3903). El Papa, afirma la íntima unión de la Madre con el Hijo en la obra de la redención humana, de donde le deriva la participación en el triunfo glorioso del Hijo en su Resurrección y exaltación a la gloria eterna. La teología, a lo largo de los siglos, encontró en la Maternidad divina y su participación en la Redención, el fundamento de este Dogma. La referencia de la vida y función de María, es siempre su Hijo y la Iglesia, lo que se traduce en Maternidad divina y Maternidad espiritual. En la primera, encontramos un vínculo indisoluble, corporal y espiritual, que adquiere su máxima expresión en la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo, luego de morir. Cristo Jesús, triunfa sobre la muerte con su Resurrección, del que nos hace partícipes a todos los cristianos bautizados, con mayor razón a su Madre, la primera redimida, en su Inmaculada Concepción, la primera cristiana, discípula y creyente excepcional. María Asunta, es prefiguración de la Iglesia, que resucita en cada uno de sus hijos, esperanza de lo que debemos alcanzar como pueblo de Dios (LG 63).

Misa de la Vigilia.  

Lecturas bíblicas:

a.- 1 Cro. 15, 3-4.15-16; 16,1-2: Pusieron el arca en la tienda del Señor.

El texto es una relectura del traslado del Arca de la Alianza, llevada a cabo por David (cfr. 2Sam.6). Ordenó a los sacerdotes y levitas que se purificasen para dicho traslado, entre cantos de júbilo fue puesta en el tabernáculo preparado en la ciudad de David (cfr. Nm.7,9). Traslado del Arca de la Alianza, que la liturgia y la Tradición de la Iglesia ha relacionado con María, viendo en Ella una imagen de la Arca; María es realización plena de lo que el Arca era signo. El Arca de la Alianza, era signo, de la presencia de Dios en medio de su pueblo. En su interior, se guardaba las tablas de la Ley, es decir, la palabra de Dios (cfr. Dt.10,1-5;1Cro. 28,2; Sal.131,7). Su presencia en medio del pueblo aseguraba la victoria; ausente, en cambio, Dios abandona al pueblo en manos de sus enemigos. Los filisteos, sufrieron los efectos, tanto de su presencia como de su ausencia. El Arca de la Alianza, era motivo de veneración, ahí se manifestaba Dios: la nube señalaba la presencia del Señor (cfr. Jos.7, 6). Dicha Arca fue construida con maderas preciosas e incorruptibles (Ex. 25, 10-22); acompañó al pueblo de Israel en todo su peregrinaje por el desierto hasta llegar finalmente, y colocada en el tabernáculo, preparado para ese efecto en la ciudad de David, es decir, Jerusalén. María es la Nueva Arca de la Alianza, fue creada Inmaculada, llena de gracia, para ser morada de su presencia donde se guardarían no ya las tablas de la Ley, sino al Santo de los Santos: Jesucristo, el Hijo de Dios, el predilecto, del Señor (cfr. Dt.10,1-5; 1 Cro.28,2; Sal.131,1-5). María, nueva Arca, trajo a su prima Isabel a la presencia de Dios en su seno (Lc.1,32ss). Esa maternidad de María, trae la presencia de Dios a los hombres y la Iglesia cuenta con su poderosa intercesión, nos habla también de la alegría que hoy invade al pueblo cristiano, la Iglesia, por el triunfo de María subida al Cielo; la subida del Arca a la ciudad de Jerusalén, es preludio de la gloriosa asunción de María a la Jerusalén celestial.

b.- 1Cor.15, 54-57: Dios nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo.

Esta lectura, conclusión del tema sobre la resurrección, es un himno triunfal sobre la resurrección de los cristianos. En el momento de nuestra resurrección, el cuerpo corruptible se vestirá de incorruptibilidad: el cuerpo será el mismo, pero no lo mismo, de miserable pasará a ser glorioso, de débil en robusto. En síntesis, se siembra o entierra un cuerpo natural y resucita un cuerpo sobrenatural. El primer Adán fue una vida viviente (cfr. Gn.2, 7), el segundo es un Espíritu vivificador (cfr. 1Cor.15, 20-28); el primero llevó la muerte a toda la humanidad por su pecado, el segundo Adán, Jesucristo, guía a la humanidad, la conduce a la vida eterna, es decir, al Cielo, porque descendió seno del Padre y subió a ÉL, y está sentado a su derecha (cfr. Dn.7, 13; Jn.3,13). De la victoria de Cristo sobre la muerte, participamos efectivamente todos los creyentes por medio del Bautismo y la Eucaristía, es decir, en la vida del Resucitado. Pablo usa el término revestir, que viene a significar una mutación real (cfr. Gal. 3, 27; Flp. 3, 21; Rm.8, 29). Se trata de un nuevo nacimiento, el hombre se transforma radicalmente, es nueva imagen de Cristo. Seremos revestidos de inmortalidad, puesto que viene de arriba (cfr.1Cor.15, 40. 47-50; 2 Cor.5, 2). Ese nuestro cuerpo miserable se vestirá de incorruptibilidad, glorioso como el de Jesucristo (cfr. Flp. 3, 20-21). La resurrección es la victoria definitiva sobre la muerte y el pecado, ya que lo que hacía actuar a la muerte, su aguijón era el pecado. Es la intervención directa de Dios, en Cristo, sobre la vida del creyente que produce la victoria sobre la muerte y la incorruptibilidad (cfr.Rm.7,13: Ap.20,14). La victoria sobre el pecado, aplicado a María en su Inmaculada Concepción, es ya la victoria sobre la muerte y la incorruptibilidad o resurrección y ser asunta a los Cielos, de ahí que no podía conocer la corrupción del sepulcro aquella que dio a luz al autor de la Vida, Jesucristo, el Señor.

c.- Lc. 11,27-28: Dichoso el vientre que te llevó.

El evangelio nos presenta la alabanza de una mujer del pueblo que lanza a la Madre de Jesús, luego de escucharle predicar (cfr. Lc. 6,47; 8,21; 23,28-29). Este breve texto se puede dividir así: bienaventuranza de la mujer (v.27), y respuesta de Jesús (v.28). El honor y gloria de una madre, reposa en los logros de su hijo, la gloria de María, encuentra también su origen en su Hijo. El contexto de este pasaje es de mucha tensión, debido a las acusaciones contra Jesús de parte de sus adversarios, quienes le acusan de expulsar demonios con el poder de Beelzebul (cfr. Lc.11, 14-26). Mientras hablaba de esto, se oye la voz de una mujer que lo alaba por lo que escucha decir, no tanto por sus exorcismos, sino por ÉL y su palabra y la fe que despierta en su corazón. La forma en que lo hace es llamativa, porque lo alaba a ÉL, por medio de su Madre. Con un Hijo como éste, su Madre se merece una alabanza: alaba el seno que lo llevó y los pechos que lo criaron (cfr. Gn. 49, 25). La actitud de la mujer, la coloca entre las valientes, porque no era bien visto, que las mujeres hablaran en público. La respuesta de Jesús más que manifestar distancia, es aceptar el elogio, pero lo eleva a otra categoría, no será la carne y sangre lo que acercará a las personas a ÉL, sino la respuesta a la palabra de Dios. Por ello, Jesús declara: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan.” (v. 28). Las palabras de la mujer, son fruto de su fe y admiración, pero Jesús las endereza para darles mayor sentido y profundidad: si la maternidad es algo sublime, ÉL le propone a la mujer algo mejor: escuchar y cumplir sus palabras. Si bien las palabras se dirigen a todos sus oyentes, más allá de si son hombres o mujeres, se extiende a las generaciones posteriores que creerán por el testimonio de estos testigos oculares de estos acontecimientos salvíficos. Evidentemente la mirada reposa en María, su Madre (cfr. Jn.20,29). Desde ahora todos los que cumplen con la palabra del Maestro, son bienaventurados como la Madre de Jesús (cfr. Lc.7,1-10; 8,1-3; 10,39s). Ella es modelo de fe para todo creyente y la auténtica comunión con el Hijo, viene de su Sí dado a la Palabra de Dios en la Encarnación (Lc.1,38). Ella como mujer, excelso miembro del género humano, fue escogida para ser la portadora de la salvación a la tierra por ser llena de gracia (cfr. Lc. 1, 28), colabora en el nacimiento del Mesías (cfr. Lc. 1, 31-33. 35); con su Sí se realiza el gran misterio de la Encarnación: el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn.1,14). La bienaventuranza de María, comienza en su fe creyente, y luego en su vientre y pechos se hace Vida, que germina en su interior. Porque ha creído, María es bienaventurada y recibe la alabanza de esa mujer del pueblo, pero también, fuente de júbilo y bendición para todos los que como Ella han creído en su Hijo, como su prima Isabel que la bendice por haber creído a la palabra de Dios (cfr. Lc.1, 48). El SÍ de María, lo mantiene hasta la cruz y resurrección del Hijo y pentecostés, porque ha confiado plenamente en la palabra de su Hijo Jesús. Al final de sus días es asunta gloriosa a los Cielos, porque Inmaculada no podía conocer la corrupción del sepulcro, Aquella que había dado a luz al Autor de la Vida, Jesucristo el Señor. La glorificación de María, su Asunción, comenzó con su Sí, a la palabra de Dios, con la entrega del Hijo en el Calvario, con su oración en Pentecostés, por la Iglesia, con la que cuenta hasta el día de hoy por todos sus hijos.

S. Isabel de la Trinidad, mística carmelita, cuyo motivo fue descubrir ser alabanza de gloria, como enseñaba el apóstol Pablo (Ef.1,6.12.14). Enseña que Jesucristo es perfecta alabanza de gloria del Padre, también María, por se sus hijos también nosotros. En sus últimos ejercicios escribe: “Después de Jesucristo, y con la distancia que hay de lo infinito a lo finito, existe una criatura que fue también la grande alabanza de gloria de la Santa Trinidad. Ella respondió plenamente a la elección divina de que habla el Apóstol; ella fue siempre «pura, inmaculada, irreprensible» (Col. 1, 22) a los ojos del Dios tres veces santo. Fue su alma tan sencilla... Sus movimientos son tan profundos que no se les puede descubrir. Parece reproducir en la tierra la vida del Ser divino, el Ser simple. También ella es tan transparente, tan luminosa, que se la tomaría por la luz, aunque no es más que el «espejo» del Sol de justicia: «Speculum justitiae» (Espejo de justicia) (UE 40).

P. Julio González C.

Pastoral de Espiritualidad.