SOLEMINIDAD
DE LA ASUNCION DE MARÍA A LOS CIELOS
(15
de Agosto 2020)
Misa del día
Lecturas bíblicas:
a.- Ap.11, 19; 12,1-6.10: Una mujer vestida de sol, la luna
por pedestal.
En esta lectura, nos
encontramos con una teofanía donde reaparece el Arca de la Alianza instauración
definitiva del Reinado de Dios y la mujer vestida de sol (v.1; cfr.2 M2,5-8). El
vidente contempla una escena grandiosa de contenido teológico y simbólico,
propio de este libro: la mujer encinta y su contrapunto el dragón rojo.
¿Quiénes son estos personajes? El Hijo varón (v.5), se refiere al Mesías
convocado a gobernar todas las naciones (Sal. 2; Is.66,7; Hch.13,32-34;
4,24-30; Ap.19,15). El Mesías y su pueblo están íntimamente unidos, por éste el
Cordero, por su sangre, que venció al dragón o demonio (Ap. 12,11). El nacimiento del hijo ya no se refiere al
ocurrido en Belén sino más bien a la glorificación del Mesías considerado en
forma personal y cabeza del del nuevo pueblo de Dios: “Fue arrebatado hasta
Dios y hasta su trono” (v. 5). El trasfondo es la glorificación del sacerdocio
del Mesías que encontramos en el Sal.110: “Oráculo de Yahvé a mi Señor.
Siéntate a mi diestra, hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies”
(Sal.110,1). Se trata del nacimiento ocurrido en el misterio pascual por el que
Cristo ingresa en su gloria. El dragón personifica el mal (Dan.7,8.20.24), el
adversario que desea eliminar la comunidad cristiana, personificado por los
emperadores romanos y sus persecuciones. Concretamente se refiere a la
serpiente del Génesis (Ap.12,9), y la lucha de éste con la mujer evoca las
palabras dirigidas por Dios a la serpiente: “Pondré enemistad entre ti y la
mujer, entre tu linaje y su linaje” (Gn.3,15). Juan está contemplando y
enseñando a la comunidad acerca de la lucha y victoria definitiva del Mesías
contra Satanás, anunciada en el proto evangelio. La mujer, vestida de sol, está en el centro de
la visión. Si el Hijo varón representa a la comunidad, la Mujer representa
tanto al Antiguo, como el Nuevo testamento. Los atributos de la Mujer
representan a Israel que es guiada a los tiempos mesiánicos y a la Iglesia que
está encinta y sufre dolores de parto cuando nacen sus hijos. La Mujer es
María, la Madre del Mesías. En María convergen, la mujer del Genesis, como la
del Apocalipsis, puesto que amos textos se presenta la lucha entre una estirpe
de la serpiente y la de la mujer, pero lo más importante la misma victoria la
de la vida sobre la muerte, del bien sobre el mal. Si el Hijo varón representa
al Mesías y al pueblo de los salvados, en la Mujer también encontramos a María
y la Iglesia. Sintetizando la Mujer vestida de sol, representa a la Iglesia del
Antiguo y Nuevo testamento, al pueblo de Dios, que por medio de María nos ha
dado al Mesías y a la asamblea de la Ley del Espíritu, amorosamente custodiada
por Dios en su lucha contra Satanás. María es la excelsa Hija de Sión, que representa al antiguo Israel de la que es parte y
la más perfecta realización de la Iglesia. María
la primera redimida, corona su camino de fe con su Asunción a los Cielos. EL Hijo
no quiso volver sólo a la casa del Padre, sino con toda la humanidad, y María la
primicia representa a todo el género humano redimido, señal de la paz que
Cristo selló con su Sangre para siempre con todos los hombres. Por lo tanto,
Ella es señal eficaz del triunfo de Cristo sobre la muerte en cada creyente.
María es desde ahora "la gran señal" porque es portadora del
Redentor: de la Alianza eterna, del amor y la misericordia y del triunfo final,
que se realiza anticipadamente en su gloriosa Asunción.
b.- 1Cor. 15, 20-27: Primero, Cristo como primicia,
después, todos los cristianos.
El apóstol Pablo, de
cara a algunos cristianos de Corinto que negaban la resurrección de los
muertos, comienza con la afirmación fundamental de la fe cristiana: el misterio
pascual de Cristo, muerto y resucitado de entre los muertos. Cristo es la
primicia y causa operante de la resurrección de los muertos (v.20). Así como en
Adán todos hemos muerto en Cristo todos somos vivificados (cfr. Rm.5,12). El
Padre dispuso que Cristo se hiciera hombre para que el que venció en un árbol,
en otro, el del Cruz, fuera vencido. Cristo venció a la muerte, rompió los
lazos del miedo y del destino de los hombres, resucitando de entre los muertos.
Si Cristo es la primicia, significa, que también María es la primera, luego de
su Hijo, en alcanzar la resurrección de su cuerpo destinado a la gloria eterna
de los hijos de Dios. Después de Jesús, vendrán todos los que creyeron en Él,
ahí está con propio esplendor María Santísima, como primicia de todo el género
humano redimido (cfr. Jn.11,25). Si la primera espiga, era causa de alegría y
gozo en el antiguo Israel (cfr. Ex.23,16; 34,22; Lv.
23,15-22; Dt.16,9-12), ahora es María causa de júbilo en el pueblo de Dios,
debido a que alcanza, con Cristo centro de la creación, la libertad gloriosa de
los hijos de Dios. Si asociada a la redención por la cruz de Cristo, también
está íntimamente unida a su victoria. Por eso, la Virgen no fue sometida ni
vencida por la muerte, sino que triunfó totalmente sobre ella, por la Vida que
el Hijo consiguió con su resurrección. Se puede afirmar que, con la
resurrección de Cristo y la Asunción de María, todo el cosmos, llega a su
plenitud, y no es en la materia, donde se encuentra el destino final del
hombre, sino que, liberado de ella, alcanza la libertad definitiva de los hijos
de Dios.
c.- Lc.1,39-56: El poderoso ha hecho obras grandes en mí;
enaltece a los humildes.
El evangelista nos
presenta la visita de María a su prima Isabel (vv. 39-45), y el cántico de
María (vv.46-56). María viaja sola y de prisa a casa de Zacarías e Isabel, su
prima, a la región montañosa, en una ciudad de Judá, para celebrar el signo que
Dios les ha hecho a ambas (Lc.1,36). Lucas hace referencia a al traslado del
Arca de la Alianza desde Baalá a Jerusalén y este
acontecimiento acompaña todo el relato de la Visitación (2Re. 6,1-23). Cuando María
la saluda la primera respuesta viene del niño que espera Isabel, se movió en su
vientre, de gozo por reconocer estar cerca del Mesías, que María lleva en su
seno. Su prima Isabel exalta la grandeza de María, inspirada por el Espíritu
Santo (v.41). Son tres las proclamas que hace Isabel de María: - “Bendita
tú entre las mujeres…” (v.42.) Alaba a María, por su relación con Dios y por
el Hijo que lleva en su seno. Como David que mientras subían el Arca aclamaba a
Yahvé con clamores (2Sam.6,15). Bendice a la mujer y al fruto de su vientre que
salta de gozo, como David que danzaba delante del Señor (2Sam.6,16). Se produce
una inversión social, puesto que la mayor bendice a la joven, la estéril a la
virgen, la esposa de un sacerdote a una galilea (cfr. Jue.5, 4; Jdt. 13,18). - “¿De dónde a mí que venga a verme la madre
de mi Señor?” (v.43). Isabel
se asombra por tener en casa a María, como David cuando tenía en su casa el
Arca (cfr. 2Sam.6,9; 24,21). Isabel, reconoce como Señor, a Jesús, el hijo de
María, título que se dedica sólo a Dios y al Mesías davídico. Es el Señor, no
sólo de Isabel sino de todo Israel, se trata de la humidad de una mujer por
ingresar a ser parte de la historia de salvación que expresa en su admiración,
alegría, miembro fiel del resto de Israel. -
“Feliz la que ha creído…”
(v.45). Isabel bendice la fe de María, porque ha creído y cuanto le ha dicho el
ángel se cumplirá, con lo que se exalta más que la maternidad biológica, su
capacidad de creer cuanto Dios le ha dicho. Fe de la que ella participa por ser
la madre del Precursor; María es modelo de creyente, el contrapunto es
Zacarías, todos pobres y temerosos de Dios, confiados en Dios todopoderoso.
En un segundo tiempo
tenemos el Cántico de María es la respuesta con que concluye el AT, y comienza
el Nuevo, es decir, la fe de una joven hebrea abierta y orientada hacia Dios. En
la historia de la salvación, tenemos acontecimientos salvíficos que los
israelitas querían dejar como hitos de una intervención de Yahvé a favor de su
pueblo, y la mejor forma de expresar su gratitud es destacarlo por medio de un
cántico y así tenemos el cantico de Moisés cuando salieron de Egipto, entonaron
su canto triunfal (cfr. Ex.15,1); liberados de la opresión de los cananeos,
Débora y Barac elevaron su cántico a Yahvé (cfr.
Jc.5,1); Judit venció a los asirios en la tienda de Holofernes, elevó a Yahvé
por su victoria sobre el enemigo (cfr. Jdt.16,1); Ana, madre del futuro profeta
Samuel agradece el fruto de sus entrañas y consagra a su a Yahvé y lo hace por
medio de un hermoso canto (cfr.1Sam.1,4-11; 2,1-10). El cántico expresa lo
histórico, lo trasciende y pasa al plano teológico. El Magnificat,
presenta la intervención de Dios en María, manifiesta los sentimientos que
embargan su corazón y contempla su significado, la acción divina dentro de la historia
de la salvación. En todo el cántico la alabanza tiene un motivo que la precede:
“Alabad al Señor porque es bueno” (Sal.134, 3). Hay tres momentos: el
agradecimiento personal de María (vv.46-49); el segundo describe el actuar de
Dios hacia María, en la línea del comportamiento que tiene con los pobres y
pequeños (vv.50-53); finalmente, en María se realizan las promesas bíblicas
hecha a Abraham y a su descendencia (vv.54-55).
- “Alaba mi alma la
grandeza del Señor y mi espíritu se alegra por en Dios mi salvador” (Lc.1,
46-47). Se alaba a Dios por sus acciones en favor de
los hombres. El comienzo es semejante al cántico de Ana: “Mi corazón exulta en
Yahvé y por eso me gozo en su ayuda” (cfr. 1 Sam.2, 1). María, va presentando
progresivamente los sentimientos que la embargan. María, alaba a Dios por lo
que hace en su favor. – “Porque ha puesto los ojos en la humildad de su
esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada,
porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Poderoso, Santo es su nombre” (Lc. 1, 48-49). María, alaba a Yahvé, primer motivo, porque
ha puesto los ojos en Ella. Otro motivo, es que las generaciones alabarán a
María, porque Dios hizo maravillas en su favor. La humildad de María hay que
entenderla, además de la virtud moral, como de pobre condición social, no
influyente en la sociedad. María, pertenece a los pobres de Yahvé. Ella misma
se había definido como la esclava del Señor, pertenece a ÉL, con lo que
conlleva de dedicación y abajamiento, como los humildes y pobres del Señor
esperan y reciben de ÉL la salvación (cfr.Lc.1,38; LG 55).
- “Desplegó la fuerza
de su brazo,… Derribó a los potentados
de sus tronos y exaltó a los
humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada”
(Lc.1, 51-53). María, alaba a Dios, por lo que hace a
favor de los pobres, los anawin. Pasa del plano
personal al comunitario, a los pobres que constituyen la historia de la
salvación y que, por una generosa acción divina, se han convertido en agentes
de la gracia de Yahvé. Estos versículos son preludio de la predicación del Hijo
que vendrá, por eso María se convierte en heraldo y voz de esos pobres abiertos
a la predicación del Mesías, incluidos en el Reino, querrán hacer la voluntad
de Dios en sus vidas (cfr. Mt. 5,1-12; Lc.16,19-31; Flp. 2,5-11).
- “Acogió a Israel,
su siervo, acordándose de la misericordia… en favor de Abraham y de su linaje
por los siglos.” (Lc.1, 54-55, cfr. Is.41, 8-9; Sal. 98,3; Miq. 7, 29).
La alabanza ahora es motivada a favor de Israel. María, medita sobre las
maravillas obradas por Yahvé en favor de su pueblo escogido. Las promesas
hechas a Abraham, se mantienen en el tiempo se cumplen en Ella, porque Yahvé
trata con misericordia a Israel que espera la salvación. En este Cántico de
María, Madre de Jesús, vemos el itinerario de una hija de Israel ahora glorificada
porque ha creído en Dios. Por medio de su Espíritu Santo, Dios ha realizado
grandes maravillas en Ella, por eso la proclamarán bienaventurada todas las
generaciones hasta llegar a contemplarla en la gloria celestial junto al Hijo,
como Iglesia que llega a su meta, como cristianos que alcanzan la unión
definitiva con Dios. Así sea.
S. Isabel de la Trinidad,
carmelita francesa sufre un doble martirio, la enfermedad que consume su cuerpo
en su lecho y la noche oscura en el alma, espacio teologal que la contemplación
ilumina el final de sus días, previos a su ingreso a la eternidad. Vive toda su
experiencia mística como alabanza de gloria de la Trinidad, con Cristo, la
perfecta Alabanza de la gloria del Padre y María, Janua Coeli, Puerta del Cielo. En su último
retiro espiritual, agosto de 1906, anticipo de la gloria describe con una fe
admirable su propio ingreso al Reino de los Cielos: “«La Virgen conservaba
todas estas cosas en su corazón» (Lc. 2, 19 y 51):
toda su historia puede resumirse en estas pocas palabras. Fue en su corazón
donde ella vivió, y con tal profundidad que no la puede seguir ninguna mirada
humana. Cuando leo en el Evangelio «que María corrió con toda diligencia a las
montañas de Judea» (Lc. 1, 39) para ir a cumplir su
oficio de caridad con su prima Isabel, la veo caminar tan bella, tan serena,
tan majestuosa, tan recogida dentro con el Verbo de Dios... Como la de Él, su
oración fue siempre: «Ecce, ¡heme aquí!» ¿Quién? «La
sierva del Señor» (Lc. 1, 38), la última de sus
criaturas. Ella, ¡su madre! Ella fue tan verdadera en su humildad porque
siempre estuvo olvidada, ignorante, libre de sí misma. Por eso podía cantar:
«El Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas; desde ahora me llamarán feliz
todas las generaciones» (Lc. 1, 48, 49). Esta Reina
de las vírgenes es también Reina de los mártires. Pero una vez más fue en su
corazón donde la espada la traspasó (Lc. 2, 35),
porque en ella todo se realiza por dentro... ¡Oh!, qué hermoso es contemplarla
durante su largo martirio, tan serena, envuelta en una especie de majestad que
manifiesta juntamente la fortaleza y la dulzura... Es que ella había aprendido
del Verbo mismo cómo deben sufrir los que el Padre ha escogido como víctimas,
los que ha determinado asociar a la gran obra de la redención, los que El «ha
conocido y predestinado a ser conformes a su Cristo» (Rom.
8, 29), crucificado por amor. Ella está allí al pie de la cruz, de pie, llena
de fortaleza y de valor, y he aquí que mi Maestro me dice: «Ecce
Mater tua» (Jn. 19, 27), El
me la da por madre... Y ahora que Él ha vuelto al Padre, que Él me ha colocado
en su lugar sobre la cruz para que «yo sufra en mi cuerpo lo que falta a la
pasión por su cuerpo, que es la Iglesia» (Col. 1, 24), la Virgen está todavía
allí, para enseñarme a sufrir como El, para decirme y hacerme escuchar estos
últimos cantos de su alma que nadie, fuera de ella, su Madre, ha sabido
percibir. Cuando yo haya dicho mi «consummatum est» (Jn. 19, 30), será ella, «Janua coeli», Puerta del Cielo,
la que me introducirá en los atrios eternos, diciéndome en voz baja las
misteriosas palabras «Laetatus sum in his quae dicta sunt mihi, in domum
Domini ibimus» (Me he
alegrado con esta palabra que me ha dicho: Iremos a la casa del Señor”
(Sal.121,1).” (UE 40).
P. Julio González C.
Pastoral de
Espiritualidad.