SAN BARTOLOME APOSTOL Y MÁRTIR

                                             (24 de Agosto 2020)

 

LECTURAS BIBLICAS

a.- Ap. 21, 9-14: En los cimientos estaban los doce nombres de los Apóstoles del Cordero.

El vidente cuando quiere  comunicar lo que contempla debe expresarlo con las imágenes imitadas que la experiencia humana le ofrece en forma analógica, lo que le permite dar una idea sugestiva. Describe la  Jerusalén celestial (cfr.Ap.21, 5-21), el interior de la ciudad (cfr. Ap.21, 21-27), finalmente nos ofrece la descripción del Paraíso en su estado definitivo, consumación beatificante de la humanidad y de la Iglesia. El vidente pareciera estar tan inmerso en su visión que goza de esa paz, de dicha bienaventuranza, de la que una luz de esperanza que atraviesa e ilumina incluso las visiones de horror descritas anteriormente al presentar la ciudad de Babilonia, ahora que describe la Jerusalén celestial (cfr. Ap.17, 1-6). Será uno de los siete ángeles de las siete copas, que en un rapto transmite una visión al vidente, en una montaña alta, como Moisés en el pasado, contempla la tierra prometida, vemos el cumplimiento de la promesa  (cfr. Dt. 32,40). Mientras en la primera visión la prostituta, representaba la apostasía de Dios y su Mesías, aquí el ángel le presenta la  esposa, a la que el Cordero ha conducido al banquete nupcial, simboliza la vida íntima entre Cristo y su Iglesia (cfr. Ap.19, 7s), ésta es la elegida, la prostituta, la rechazada. La prostituta era la gran ciudad, la del Anticristo, aquí la esposa es la ciudad santa, la Jerusalén celestial. Predomina desde ahora la figura de la ciudad por sobre la de la esposa que es presentada a Juan como en otro tiempo a otro profeta (cfr. Ez. 40,2s). En el templo de Jerusalén estaba presente Dios a su pueblo elegido, ahora lo está en el cielo y se presenta como es a la humanidad redimida y gloriosa para siempre. Se desde el comienzo de la visión que lo esencial de la ciudad es la gloria de Dios que reside en ella, no ingresa al templo, sino que le pertenece desde siempre (cfr. Ez.43,2-5). El cielo donde reside Dios es la experiencia de su gloria para el hombre. La visión de conjunto de la ciudad, manifestación de la gloria de la esencia divina, es la misma que la de la manifestación del mismo  Dios. El diamante o jaspe cristalino grafica bellamente la luz del sol que centellea sus colores (Ap.4,3). Atendida la necesidad de presentar la visión, ahora el vidente describe el marco que la envuelve. De la misma manera que los peregrinos contemplaban la ciudad de Jerusalén como un baluarte con sus murallas y almenas y fuertes puertas, de la misma manera la contempla el vidente desde afuera, pero a diferencia de la ciudad terrena, esta Jerusalén es ciudad abierta que invita a traspasar sus umbrales  y gozar de su magnificencia que brilla como promesa, y a disfrutar de la bienaventuranza del encuentro con el Dios vivo y eterno. La descripción que hace Juan de las doce puertas con los nombre de los doce nombres de las tribus de Israel y las doce piedras que sostiene la muralla con los nombre de los Doce  apóstoles de Cristo, quiere mostrar la unidad del pueblo del Antiguo testamente con el Nuevo pueblo de Dios; la  mención del número doce hace alusión que en esta ciudad de la Jerusalén celestial  se han cumplido todas las promesas hecha a Israel, que la Iglesia heredó y ahora gloriosa goza con todos sus hijos. 

b.- Jn.1, 45-51: Ahí tenéis un verdadero israelita, en quien no hay engaño.

El evangelio sigue en la temática de los primeros discípulos de Jesús.  Estamos en el cuarto día del evangelio de Juan; Jesús va a Galilea y se encuentra con Felipe, le dice: “Sígueme” (Jn.1,43), y éste lo sigue.  Felipe, como Andrés y Pedro,  era de Betsaida de Galilea. Todos viajan a Galilea y es Felipe, quien comunica a otro posible discípulo Natanael: “Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret.” (v. 45). Como en la declaración de Andrés, aparecen los términos que se refieren a Jesús como el Mesías, anunciado por los profetas, pero Felipe como Andrés no conocen todavía el significado profundo de dicho título, como Hijo de Dios y Cordero de Dios. De ahí que lo denomina como el hijo de José, de Nazaret. Aquel de quien escribió Moisés y hablaron los profetas no se entiende que venga de Nazaret. Ahora se entiende la pregunta de Natanael: “¿De Nazaret puede haber cosa buena?» Le dice Felipe: «Ven y lo verás.” (v.46). Felipe, repite la invitación que hizo Jesús a los primeros discípulos (v.45; Jn.1, 39). Natanael, no cree en Jesús apenas lo ve, sino es Jesús quien lo vio primero, y lo saluda diciendo que es un israelita en quien no hay engaño, como en el astuto Jacob (v.47; cfr. Gn. 27,35-36). Conocemos ahora a Natanael, las palabras que les  dirige Jesús nos habla del conocimiento profundo que tiene de las personas, que se  ponen en su camino (v. 48). Pero Natanael, no responde con otro saludo sino que pregunta: “¿De qué me conoces?”(v.48). ¿Cuál es el origen del conocimiento de Jesús?  “Le respondió Jesús: Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (v.48). La imagen de este árbol puede representar la vida piadosa de Natanael, que estudia la Ley, bajo el árbol del bien y de mal, representado por la higuera (cfr.1Re.4,25; Miq.4,4; Zac.3,10). Lo fundamental es el profundo conocimiento que Jesús ha demostrado, ahora Natanael a modo de saludo exclama: “Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.” (v.49). En la confesión  de fe de Natanael, encontramos tres títulos: Rabí, Maestro, Hijo de Dios y rey de  Israel (v. 49). Relaciona a Jesús con el Padre, como Hijo de Dios, y establece su  relación con Israel, como Rey, que era lo que se esperaba del Mesías anunciado por  los profetas (cfr. 2 Sam.7, 14; Sal. 2,7). Natanael no  aparecerá luego como apóstol, pero el interés del evangelista, se desplaza a  ponerlo como testigo de haber encontrado al Mesías. Este israelita, fiel y sincero, lo acepta sin prejuicio alguno como Maestro, Mesías y Rey de Israel. Jesús cuestiona la fe de Natanael: cree ¿porque le dijo que lo había visto debajo de la higuera? Natanael creyó desde el asombro de las palabras de Jesús. Para ver cosas mayores, se necesita una fe verdadera, no sólo impresiones. Le dijo. “En verdad, en verdad os digo: veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.” (v. 51). En una visión cosmológica, la apertura de los cielos supone una comunicación con Dios directa como el sueño de Jacob (cfr.Gn.28,12.16-17; 7,11; Is.64,1; 24,18; Ez.1,1; Mc.1,10; Mt.3,16. Lc.3,21; Ap.4,1). Jesús, el Hijo del Hombre, es ahora la escalinata, la puerta por donde suben y bajan los ángeles y los hombres y encuentran la revelación de Dios. Profecía de Jesús que se encontrará cuando el Hijo sea levantado (cfr. Jn. 3,14). La idea de Juan, en el fondo, es presentar a Jesús como Mediador  entre el cielo y la tierra, espacio de la presencia de Dios, donde Dios se hizo  presente. Jesús, es el Hijo del Hombre, que viene acompañado de sus ángeles (cfr.  Mc .8, 38). Las cosas más grandes, sólo se verán si hay una fe más grande, lo que se relaciona con lo celestial que posee el Hijo del hombre. Esta fe más grande, hará que los discípulos puedan contemplar, más allá de la expectativa judía, lo divino en Jesús, el Hijo del hombre. Contemplemos al Hijo  y veremos la gloria de Dios manifestada en sus  palabras y obras magníficas.

San Juan de la Cruz, cuando define la contemplación lo entiende como subir a Dios por la escala del conocimiento y fe. “Porque esta escala de contemplación, que, como habemos dicho, se deriva de Dios, es figurada por aquella escala que vio Jacob durmiendo, por la cual subían y descendían ángeles de Dios al hombre y del hombre a Dios, el cual estaba estribando en el extremo de la escala (Gn. 28, 12). Todo lo cual dice la Escritura divina que pasaba de noche y Jacob dormido para dar a entender cuán secreto y diferente del saber del hombre es este camino y subida para Dios. Lo cual se ve bien, pues que, ordinariamente, lo que en él es de más provecho, que es irse perdiendo y aniquilando a sí mismo, tiene por peor, y lo que menos vale, que es hallar su consuelo y gusto, en que ordinariamente antes pierde que gana, si a eso se hace, tiene por mejor. Pero, hablando ahora algo más sustancialmente de esta escala de contemplación secreta, diremos que la propiedad principal porque aquí se llama escala es porque la contemplación es ciencia de amor, la cual, como habemos dicho, es noticia infusa de Dios amorosa, que juntamente va ilustrando y enamorando el alma, hasta subirla de grado hasta Dios, su Criador, porque sólo el amor es el que une y junta al alma con Dios.” (2 Noche 18, 4-5).

P. Julio González C.

Pastoral de Espiritualidad.