XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
El cambio de mentalidad desde el Evangelio
Vencer el mal con el bien
El cambio de mentalidad es apremiante también en nuestro
tiempo. En la era de la globalización y con el manto de la pandemia que corona
de miseria y de muerte todo el planeta, hacen falta voces proféticas, como la
de Pablo, que apelen a un cambio
de mentalidad y a no
amoldarse a este mundo, sino a buscar lo bueno, lo que agrada a Dios y lo
perfecto, descubriendo su voluntad (cfr. Rom
12,1-2.21). Y concluye este capítulo diciendo Pablo: “no te dejes vencer por el
mal, antes bien vence el
mal con el bien”. También sirve para todo el mundo el mensaje de los
sucesores de los Apóstoles en Bolivia que, en el último mensaje de la semana
anterior, hacían un llamamiento a la esperanza desde la búsqueda de la justicia social, la
prioridad del bien común y
el respeto a la libertad.
La búsqueda del bien común
La crisis del coronavirus, además de su carácter letal,
está sacando a la luz por todas partes la incompetencia de los poderes políticos que se pliegan al primado del sistema económico endiablado.
Cuando este sistema busca a toda costa el crecimiento económico por encima de
la vida, de la dignidad y de la libertad de todos los seres humanos, cuando
hace prevalecer los intereses partidistas, individuales y egoístas por encima
del bien común, se cometen toda clase de injusticias en una sociedad que se
encamina a un múltiple desastre, sobre todo humanitario. Hacen falta líderes
políticos que sepan vencer el mal con el bien. Y éstos requieren un verdadero
cambio de mentalidad.
El cambio de mentalidad en Pedro y Pablo
Este domingo la Palabra de Dios nos presenta a los dos
pilares de la Iglesia, los apóstoles Pedro y Pablo, que dan testimonio del
cambio de mentalidad y de vida que supone el encuentro personal con Cristo. Pedro recibe de Jesús la
corrección de su idea sobre el Mesías y
las consecuencias que este cambio de mentalidad, orientado desde la pasión de
Cristo, habría de tener para su vida, mientras que Pablo comienza
la segunda parte de la carta a los romanos invitando a una transformación profunda en
sus vidas, determinada por el amor cristiano.
Una verdadera metamorfosis
Pablo exhorta a los cristianos de la comunidad de Roma a no amoldarse a los criterios de
este mundo sino a transformar la vida con la renovación de la mente,
mediante la entrega de la vida, como único sacrificio agradable a Dios (Rom 12,2). En otro lugar el apóstol de los gentiles dice
que los creyentes nos vamos transfigurando en imagen de Dios por obra del
Espíritu (2Cor 3,18). Pablo utiliza siempre el mismo verbo: “transfigurar”. El verbo
griego correspondiente es metamorfeo (de
donde deriva la palabra metamorfosis), utilizado
también en los dos primeros evangelios al relatar la escena extraordinaria de
la transfiguración del Señor. Pablo invita a realizar una auténtica
metamorfosis de la vida en virtud del encuentro con Cristo.
La cruz, principal consecuencia de la nueva mentalidad
El comienzo de la segunda parte del evangelio de Mateo
(Mt 16,21-27) introduce asimismo el mensaje clave para la transformación de la
mentalidad de los apóstoles, un mensaje totalmente nuevo en la predicación de
Jesús. Se trata del primer
anuncio de la pasión, mediante el cual se reorienta el contenido de la
predicación y de la actuación del Señor. Ahora se desvela de qué modo Jesús
entiende su mesianismo. El primer anuncio de su muerte en la cruz como destino
ineludible de su actuación mesiánica no cabe en las expectativas de Pedro ni de
los discípulos. Éstos han reconocido al Mesías pero no han percibido las
consecuencias y las exigencias de un mesianismo que acabará en la cruz por anteponer el Reino de Dios y su
justicia al templo y al sistema del culto y por colocar al ser humano necesitado en
el centro de atención de la vida religiosa. El tema dominante a partir de ahora
en el evangelio gira en torno a su destino personal, un destino marcado por el
sufrimiento, vivido como entrega de la vida hasta su ejecución en la cruz y
orientado a la resurrección. Una vez más reaparece la incomprensión de Pedro de
este destino paradójico del Hijo de Dios. Por eso Jesús no duda en llamar
"Satanás" al intrépido santo cuando éste se desvía de los planes de
Dios.
Tomar la cruz y seguir a Jesús
Las llamadas siguientes del evangelio a “tomar la cruz y
seguir a Jesús” no son dos cosas sino una sola, porque la una implica la otra.
El verbo “seguir” es
típico de los evangelios y significa mantener una relación de
cercanía a alguien, gracias a una actividad de movimiento, subordinado al de
esa persona. Tomar la cruz es
la consecuencia vinculada directamente al seguimiento radical: “Si uno quiere
venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo y tome su cruz y me siga” (Mt
16,24) y ha sido ejemplificada particularmente en la escena del Cirineo que
“tomó la cruz de Jesús” (cf. Mc 14,21; Mt 27,32) y lo siguió. Tomar la Cruz
implica un cambio de vida continuo de renuncia
a uno mismo para entregarse a la persona de Jesús
y seguir sus huellas en una trayectoria de vida, marcada por los pasos
que él nos ha trazado para anunciarnos el Reino de Dios, hasta dar la vida por
su causa. Tanto la cruz como el seguimiento radical no se pueden entender bien
si no van acompañados de un profundo amor a Jesús. Por amor a Jesús, a quien
seguimos con su cruz, hemos de mirar a los sufrientes que entre nosotros llevan
la cruz: los enfermos y ancianos, los inmigrantes y marginados, los pobres e
indigentes…
Ser discípulo de Jesús
A partir de estos textos se puede decir que ser discípulo de Jesús conlleva
la comunión de vida y de
destino con Jesús. Negarse a sí mismo es renunciar
a todo tipo de ambición y anhelo personal, es dejarse transformar por
la renovación de la mente, no amoldándose ni acomodándose a los criterios de
este mundo, para entregarse por entero a ser testigos del amor sin medida de
Dios. Ser discípulo de Jesús es elegir
el camino de la pobreza por amor a los pobres, es resistir en la fidelidad aguantando
los sufrimientos, las persecuciones y los desprecios que normalmente conlleva
el anuncio del Reino de Dios en la forma en que lo encarnó Jesús.
Cambiar de corazón y de estilo de vida
El Evangelio es
el más vivo instrumento de transformación de la vida de los discípulos. Y el
sufrimiento por el Evangelio se convierte en una seña de identidad de los
cristianos. Necesitamos cambiar de mentalidad,
de corazón y de estilo de vida. En la celebración eucarística, en cuanto
conmemoración de la muerte y resurrección de Cristo, se realiza para nosotros
la transfiguración propia del Cuerpo de Cristo. En ella, y por el mismo
Espíritu, los creyentes somos transformados y transfigurados a través de la
Pasión, como el mismo Cristo. San Pedro nos dice en su primera carta que
nosotros debemos tener la mentalidad
de la Pasión de Cristo (1Pe 4,1). Y Pablo lo explica especialmente en
la primera carta a los Corintios con la teología de la Cruz (cf 1Cor 1,13ss.). Pero no hay transformación posible del
discípulo si no hay una configuración personal con Cristo, si no nos dejamos
alentar por su Espíritu, especialmente a través del amor a los rostros más desfigurados
del mundo y a los dolientes de esta tierra injusta, cuyas cruces son también
nuestras.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura.