DOMINGO 24 ORDINARIO, CICLO A

SOMOS  COMO BESTIAS CUANDO MATAMOS,

COMO HOMBRES CUANDO ODIAMOS,

Y COMO DIOS CUANDO PERDONAMOS.

 

Pedro, el famoso Pedro que siempre aparece en momentos claves de la vida de Cristo, un día          quiso mostrar su bondad, su clemencia y su misericordia, y por eso se acercó a Cristo con una pregunta: ¿Verdad que yo debo personar al hermano que me ha ofendido  hasta siete veces? Jesús le dirigiría una mirada, se sonreiría un poco y le respondiendo le dijo: Hay Pedrito, no solo siete veces sino siempre, siempre. De Manera que no hay escapatoria, si queremos parecernos al Dios que nos da la vida, el perdón tiene que estar cerca de nosotros, y una manera de mostrarle al Señor que somos seguidores suyos, será darle el perdón al hermano que te ha ofendido.

Esto nos hace pensar, ¡Qué difícil es perdonar, y cuán difícil es saber pedir perdón! Es por eso que Cristo con el cuentecito, o historieta o parábola de hoy, él  hace una paráfrasis o explicación a las palabras  del Padre Nuestro que se supone que nosotros rezamos cada día. Pedro debe haber escuchado con mucha atención a Jesús, pues la parábola está puesta para responder  a su pregunta.

Se trata, pues, de un rey que decidió ajustar cuentas con sus servidores y le presentaron a uno de ellos  que debía muchos millones de pesos. Como no tenía con que pagar, el rey mandó que lo apresaran y dispusieran de sus bienes, de sus familiares, hasta que pagara hasta el último centavo. Cuando el sirviente descubrió su situación, se postró ante el rey y le suplicaba que tuviera paciencia y que le pagaría todo. El rey tuvo compasión de él, e incluso le perdonó absolutamente toda su deuda. El sirviente se retiró sonriente y  libre de un gran peso sobre su persona. Pero cuando saló, se encontró con un campanero de trabajo que le debía unas cuantas decenas de pesos, lo agarró por el cuello y casi lo ahorcaba exigiendo el pago de su dinero. Como no lo obtuvo y no escuchó el clamor de su compañero para esperarle un poco de tiempo, entonces sí, lo mandó meter a la cárcel, hasta que le pagada todo lo que le debía. Es curioso como las noticias vuelan, y los compañeros fueron a ver al rey para contarle lo de su primer servidor que no había tenido compasión de su compañero. El rey lo recibió sorprendido, le hizo notar que si había sido personado con tan gran cantidad, debería haber tenido compasión de su compañero, y entonces sí, mando que lo metieran en prisión hasta ver saldada su deuda. 

El comentario lo hizo el mismo Cristo: “Pues lo mismo hará mi Padre celestial, si cada uno no perdona de corazón a su hermano”.  Es difícil, pero curiosamente es la única condición que Cristo nos pone, para perdonar nuestro propio pecado, si en verdad queremos entrar al Reino de los cielos, y desde ahora tenemos que ser muy cautos, para dedicarnos a echar de nosotros, todo resentimiento, todo resabio, todo rencor que nos aparte del corazón de nuestro Dios, un Dios “que es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia”. No hay que olvidar que nosotros somos deudores del Señor al que le debemos mucho ya desde el nacimiento. Me llamó mucho la atención lo que se escribió estos días de pandemia de un señor anciano que entró al hospital quejándose de padecimiento de sus pulmones al grado que tuvo que ser conectado a una cámara de oxígeno. Cuando saló curado y le pasaron la cuenta, lloraba a lágrima viva, y cuando le preguntaron que si lloraba por no poder pagar la cuenta respondió que no era eso, sino que en ese momento comprendió cuando le debía a Dios, pues en unos cuantos días, le cobraron miles de pesos por el oxígeno, y Dios no le había exigido ningún centavo en tantos años que había respirado gratis. Nosotros no sólo le debemos Dios por el oxígeno que respirarnos sino por tantas cosas buenas de las que hemos disfrutado, sin habaneros dado cuenta por ejemplo de nuestros ojos, de los cuáles no quisiéramos desprendernos,  los cuáles no venderíamos de ninguna manera porque no volveríamos a ver la luz del sol, ni la belleza de las flores, ni el  rostro de nuestros seres queridos; los oídos que nos permiten entrar en comunicación con nuestros semejantes; el corazón que no deja de latir mientras tenemos vida: nuestras manos y nuestros pies de los cuáles nos valemos para abrirnos pasos en la vida.

Hay quien dice que la mujer en el matrimonio perdona pero no olvida y el hombre al contrario, olvida pero no perdona, y sin embargo, en uno y otro caso, si no se ha llegado al verdadero perdón, algo se denota en la actitud, en el rostro o en la mirada que está mostrando el  descontento que nos ha causado la falta del otro.

Creo que tendríamos que ser como Dios, pues es verdad que nosotros los viejos, tenemos mala memoria, no recordamos donde dejamos las cosas, olvidamos momentáneamente a dónde íbamos, o le echamos la culpa a los demás de objetos que nosotros habíamos dejado en lugares estratégicos. Dicen, pues, que Dios es tan viejo, tan  viejo, que olvida por completo nuestros pecados ni no nos los vuelve a echar en cara nunca más.

Esta misma noche estamos llamados a hacer en nuestro cuarto cerrado, un ejercicio de perdón, teniendo a la vista la imagen de Cristo crucificado, que perdonó desde la cruz a los que lo habían puesto en tal condición. Díganle al  Señor que nos haga semejantes a él.

 

Pero hay que agregar tres cosas más. Primero, el perdonar no significa que no podamos  reclamar y luchar cuando hemos sido tratados injustamente en nuestros bienes o en nuestras personas.

Segundo, aunque ya está dicho, perdonar significa al mismo tiempo pedir perdón, cosas tan difíciles la una como la otra.

Y tercero, perdonar no significa agachar la cabeza y decir internamente “hay que muera todo”. Se necesita un signo externo, una señal de que verdaderamente hemos perdonado.

Finalmente esta noche, podríamos recitar algunos versículos del salmo 102        que hoy nos propone la Iglesia para este domingo: “Bendice, alma mía al Señor, y todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficio. Él  perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades, él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura. No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas. Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre los que lo temen, como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros pecados”.

No me resisto, al final, a expresar lo que un sacerdote anciano le respondió a un niño que le preguntaba que hizo Dios después de que acabó de crear el mundo en los famosos siete días. El sacerdote respondió: “Desde entonces Dios se dedica a perdonar en su Hijo, los pecados de los hombres”.

Su amigo el P. Alberto Ramírez Mozqueda que espera su comentario en alberamozq@gmail.com y que desea que el mensaje sea difundido entre sus conocidos.