TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXV A
(20-septiembre-2020)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Estamos
inmersos en Dios
ü Lecturas:
o Profeta
Isaías 55, 6-9
o Carta
de san Pablo a los Filipenses 1, 20c-24. 27ª
o Mateo
20, 1-16ª
ü En
general, nuestros temas de conversación giran sobre temas light, asociados con
los asuntos diarios: El tour de Francia, las protestas ciudadanas y los excesos
de la fuerza pública. Pero cuando nos encontramos a solas con nosotros mismos y
nos acordamos de las personas conocidas que han muerto en estos meses de
pandemia, surgen unas preguntas fuertes, que nos desacomodan: ¿Existe
Dios?, ¿Dónde podremos encontrarlo?, ¿Qué pasa con nuestras obras?, ¿Da lo
mismo haber sido un abusador o un ciudadanos respetable? Son preguntas duras, cuyo contenido no
circula por las redes sociales, pero sí por nuestro interior.
ü Meditando
sobre las lecturas de este domingo, vino a mi memoria una entrevista que, hace muchos
años, hizo un periodista a unos astronautas soviéticos al regresar de uno de
los primeros viajes al espacio. El periodista les preguntó: En este viaje
espacial, ¿vieron a Dios? Los astronautas, aleccionados por el materialismo
dialéctico, respondieron: Lo buscamos en el espacio, pero no lo encontramos.
ü Para
encontrar a Dios no hay que emprender un viaje al espacio ni sumergirse en las
profundidades del océano. El viaje que hay que emprender es hacia el interior
de nosotros mismos. Conservan toda su fuerza y frescura las palabras de san
Agustín: “Intimior intimo meo” (“Dios está en lo más íntimo de mi yo
profundo”).
ü Dejémonos
llevar por las lecturas de este domingo, que nos iluminan en el claroscuro de nuestra
búsqueda. El profeta Isaías nos dice: “Busquen al Señor, ahora que pueden
encontrarlo; llámenlo que está cerca”.
ü Cada
día es un regalo de Dios. Nuestro diario vivir es un tejido de pequeños
milagros que pasan desapercibidos. El Salmo 144 nos recuerda que “el Señor es
clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno
con todos, es cariñoso con todas sus criaturas”.
ü En
medio del estrés que nos provoca pasar largas horas frente a la pantalla de un
computador y la ansiedad que nos produce este enemigo invisible del Covid-19, hagamos
una pausa para reflexionar sobre estos temas de gran trascendencia, en los que
está en juego el sentido de nuestras vidas.
ü En
general, los seres humanos observamos los acontecimientos que se dan a nuestro alrededor
con curiosidad y algunos – los más astutos – exploran la posibilidad de hacer
negocios. Los invito a que, por un momento, dejemos a un lado esta mirada superficial
y asumamos una actitud contemplativa. Dejémonos impresionar por la infinita
variedad de formas y colores de la naturaleza; vayamos más allá del asfalto, el
cemento y la contaminación. Dejémonos sorprender por la majestad de las montañas,
el canto de los pájaros, el diseño de cada flor… Al contemplar esta explosión
de belleza, entendemos las palabras de san Francisco de Asís en su Cántico de
las Criaturas: “Alabado sea mi Señor por el hermano sol, la hermana luna, la hermana
agua y el hermano fuego…”
ü Dios
está muy cerca. Solo necesitamos afinar nuestros sentidos interiores para verlo,
escucharlo y gustarlo. Y como si esta cercanía de Dios a través de la
naturaleza no fuera suficiente, el Hijo Eterno del Padre asumió nuestra
condición humana para amar como nosotros, trabajar como nosotros, sentirse desconcertado
ante el rechazo de sus paisanos, estremecerse de angustia ante el dolor y la muerte
que le esperaban.
ü En
este domingo, nos sentimos impactados ante las palabras del profeta Isaías: “Busquen
al Señor, ahora que podemos encontrarlo; llámenlo, que está cerca”. Estamos inmersos en Dios. No tenemos que
emprender exóticos viajes espaciales para encontrarlo.
ü Vayamos
ahora al evangelio de este domingo. En él encontramos pistas iluminadoras para responder
a la pregunta: ¿Cómo valora Dios las acciones de sus criaturas? Al hacerme esta
pregunta, recuerdo la letra de un tango llamado “Cambalache”, interpretado por
Carlos Gardel; aunque sus palabras son poco teológicas, nos sitúan en el centro
del problema: “Da lo mismo ser derecho que traidor. Ignorante, sabio, chorro,
generoso o estafador. Todo es igual, nada es mejor. Lo mismo un burro que un
gran profesor”. Estas palabras tan crudas nos llevan a pensar sobre el sentido
de las acciones humanas ante Dios.
ü Si
leemos los textos del Antiguo Testamento, entendemos que los letrados de Israel
habían resuelto, a su manera, el asunto de las bendiciones de Dios. Ellos habían
decidido que, por ser descendientes de Abrahán y herederos de la promesa, eran
merecedores de las bendiciones de Dios, y que los pueblos gentiles estaban
condenados a la oscuridad. Creían que el cumplimento de los preceptos legales
les otorgaba unos derechos. En su relación con Dios, ocupaba un lugar
importante una estricta contabilidad que registraba los méritos que se iban
adquiriendo.
ü Esta
lectura teológica de los letrados de Israel estaba equivocada, porque habían perdido
de vista que la gracia es un regalo de Dios y no un derecho adquirido cuyo reconocimiento
podemos exigir vía tutela. Existe un abismo infinito entre Dios y sus criaturas.
Quien toma la iniciativa es Él. No se trata de hacer méritos. Alabemos a Dios,
agradezcamos su infinito amor, dejémonos guiar por su Espíritu.
ü Este
es el mensaje que nos transmite el texto evangélico de hoy. Jesús propone la parábola
del agricultor que salió a contratar trabajadores para su viña. Enganchó a
cinco cohortes diferentes de trabajadores: los que fueron contratados al
amanecer, los de las 9 de la mañana, los de mediodía, los de las 3 de la tarde
y el grupo de las 5.
ü Al
finalizar la jornada, los llamó para pagarles por el trabajo realizado. A
todos, independientemente de sus horas de trabajo, les dio un denario. Obviamente,
se oyeron voces de protesta. Es muy interesante analizar la respuesta de este
agricultor: “Amigo, no soy injusto contigo. ¿No habíamos convenido en que te
pagaría un denario? Pero yo quiero darle a este que llegó de último lo mismo
que a ti. ¿Acaso no soy libre para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O tienes
envidia de que yo sea generoso? Así los últimos quedarán de primeros y los primeros
de últimos”.
ü La
justicia de Dios no se rige por los códigos humanos. Nuestras pretensiones carecen
de fundamento. Todo es amor, todo es misericordia, todo es gratuidad. Amén.