DOMINGO XXV TIEMPO ORDINARIO CICLO A

Padre Emilio Betancur

 

¡QUEDÉMONOS POR AHORA…! PABLO

 

Uno perdió la vida con desespero de cuidarla, además que era la vida de su esposa, sus dos pequeños hijos. Su familia y amigos y estaba orientada a la justicia y al derecho por la vida. En los días siguientes otros la perdieron o quedaron con heridas más en el alma que en cuerpo por venir de manos innombrables e indescifrables enemigos de la vida, algunos muy cercanos a la muerte, llamados vándalos.

 

Quienes haciendo parte de la fuerza pública obraron, por activa o por pasiva, en un acto demencial negaron su misión, el cuidado de la vida de los ciudadanos; tampoco tuvieron en cuenta su propia vida humana y profesional, la de sus familias, la confianza de su institución y del país para llegar a perder lo que no se llevaron las víctimas: la dignidad de ser personas humanas, compasivos antes que agresivos y hermanos antes que enemigos. ¡Y toda esta torpeza en tiempos de pandemia! Aumentar un dolor a los muchos y graves que tenemos termina siendo desesperación.

 

Pablo se pregunta y el Espíritu le responde, “Entonces no sé qué escoger. Me encuentro ante esta alternativa: por una parte deseo irme y estar con Cristo, que sería lo mejor para mí; y por otra parte el permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes; llevar una vida digna del Evangelio de Cristo (segunda lectura). La vida digna del evangelio de Cristo es cuidar la vida propia y la de los demás como signo de la resurrección de Jesús. Así la fe es creíble. Aceptemos como Pablo quedarnos en este país.

 

La parábola de la liturgia de hoy nos presenta a un propietario quien debió hacer cuatro salidas desde el amanecer hasta la media tarde con el fin de contratar trabajadores para su viña; sabiendo que era más fácil y rentable encontrar obreros para la producción de cereales que el costo laboral de los esclavos. La promesa consistía en darle a los obreros un salario justo, es decir, el mismo para todos desde los primeros hasta los últimos en llegar; porque al dueño, que era Jesús, le parecía que más allá que la justicia estaba la solidaridad que consiste ser feliz con menos para compartir más con quienes lo requieren. Es más urgente cambiar el corazón que la economía, porque la clave no está en la economía sino en la solidaridad. “¡Amigo, no te hago ningún agravio, ni te he engañado o defraudado! ¿No nos pusimos de acuerdo en un denario? coge lo tuyo y vete” (evangelio). La explicación es simple porque. “Mis planes no son sus planes, ni mis caminos son sus caminos. Como el cielo está por encima de la tierra, así también mis caminos y mis planes están por encima de los suyos” (primera lectura)

 

Al final del evangelio puede haber una lectura de falsa humildad como la que nos sentamos atrás para que se nos pidan ir adelante. La lectura correcta es una advertencia para quienes por méritos en la misión evangelizadora, quieren estar de primeros; están en el último puesto del acceso al Reino, aunque el último puesto no deja de ser el ideal. Lo importante es que llevemos una vida de solidaridad, digna del evangelio de Cristo, nos acaba de decir Pablo. Eso es lo que Dios quiere de nosotros en esta pandemia y en los momentos de desesperación.