XXVII Domingo del Tiempo
Ordinario, Ciclo A
Una parábola contra los malos
dirigentes
La
crisis de valores y la crisis de dirigentes sociales
La gran crisis de
nuestro tiempo en todo el mundo se hace patente en la clase dirigente de la
mayor parte de las naciones. Y es evidente en los países en que me muevo, tanto
en España como en Bolivia. El ejemplo más claro ha sido la gestión política de
la pandemia del coronavirus, pues en ambas naciones, por motivos diversos, los
dirigentes políticos se han centrado en los intereses ideológicos y de sus
partidos respectivos, más que en la atención y el servicio al bien común de la
población. Las consecuencias de esta orientación han sido lamentables y se
ponen de manifiesto, entre otras cosas, en el número de contagiados y
fallecidos, en los índices crecientes de pobreza y de desempleo, así como
en la constatación de las carencias y deficiencias de los sistemas educativos y
sanitarios. La crisis de grandes
valores conlleva la crisis de auténticos y competentes
líderes políticos.
La
parábola de los viñadores homicidas
Jesús cuenta una parábola que revela todo su destino de
confrontación y conflicto con todos los dirigentes de su época así como la
necesidad de cambio de los mismos. Según la parábola de los viñadores homicidas
(Mt 21,33-46), los
administradores de una viña maltratan y matan a los siervos del amo cuando
éstos son enviados a recoger los frutos de la cosecha. Finalmente el enviado es
su hijo y también es asesinado. Los viñadores pretendían con ello apropiarse la
herencia, es decir, hacerse dueños y señores de la viña. En lugar de producir
frutos y rendir cuentas, usurpan todos los derechos del amo; pero según el
Evangelio, su comportamiento no quedará impune:
¡Qué
pena de país!
Jesús utiliza la imagen bíblica de la viña para referirse al
pueblo de Dios y a su reino. La imagen era clásica en la literatura del
Antiguo Testamento (Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez 15,1-8; Os 10,1-8; Sal 80,9-19). De hecho,
las palabras con las que comienza la parábola pertenecen al hermoso poema del
profeta Isaías: "... Plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó un lagar,
construyó la torre del guarda..." (Is 5,1-2).
En aquel poema el profeta reflejaba la desilusión de Dios, que, después de
haber cuidado con todo cariño a su viña -su pueblo-, cuando llegó la hora de la
vendimia aquella sólo produjo uvas amargas: “Esperó
de ellos derecho, y ahí tenéis: asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis:
lamentos” (Is 5,7). Refiriéndose a la
España actual, una amiga mía extranjera y residente en España dice últimamente
todos los días: ¡Qué pena de país!”…. Es casi lo mismo que decía el profeta
Isaías.
Crisis
de la justicia y de autoridad
Jesús aplica aquella poesía a la situación en la que vivía y,
mediante la parábola, denuncia que Dios sigue desilusionado porque tampoco
ahora puede disfrutar de los frutos de su viña. Jesús señala además quiénes son
los responsables de la situación: los labradores a los que el dueño arrendó la
viña representan a los dirigentes del pueblo de Israel. Su misión era trabajar
para que Israel diera el fruto que corresponde al pueblo de Dios: la
justicia y el derecho, el amor a Dios y el amor al prójimo. Pero ellos
no han cumplido esa misión.
El
conflicto entre Jesús y los malos dirigentes
En los tres evangelios, al concluir la parábola de los viñadores
aparece, siempre en labios de Jesús, la imagen de la piedra
desechada por los constructores y convertida
en cabeza de ángulo. La parábola originaria anunciaba veladamente la muerte
de Jesús. Pero al introducir los evangelistas esta imagen, tomada del Sal
118,22, se insiste en el sentido polémico de la parábola, puesto que Jesús se
dirige especialmente a los dirigentes de Israel, los cuales lo buscan para
echarle mano (Mt 21,46). En el corazón de la tradición religiosa de Jerusalén, en el templo y ante el poder de los
dirigentes se masca el conflicto, pues
todos los que rechazan a Jesús se dan por aludidos al oír la parábola y captan
el mensaje de la piedra. Este evangelio revela así el antagonismo
conflictivo entre Jesús y sus adversarios, el rechazo y la muerte de
Jesús. Primero lo hace en un lenguaje alegórico (el
hijo asesinado), después en un lenguaje simbólico (la
piedra desechada) y finalmente en un lenguaje realista (lo buscan para echarle mano).
Sentido
crítico de Jesucristo como piedra angular y de choque
Aunque se vislumbra también la transformación decisiva de la
situación, pues la piedra se convertirá en piedra angular, sin embargo, el
énfasis del evangelio recae todavía en el carácter
crítico de dicha piedra por ser al mismo tiempo una piedra de choque,
en la cual tropiezan los que ejercen el poder. Para ello alude el evangelista
Mateo, al igual que Lucas, a un texto muy fuerte de Is 8,14: “El que caiga sobre esta piedra se
estrellará”. La imagen evocaba muy probablemente la piedra situada
en el ángulo saliente de una casa, una esquina con la que fácilmente se podía
tropezar. De este modo la imagen acentúa el carácter
crítico y conflictivo de la autoridad moral de Jesús frente al poder
establecido.
La
desautorización de los poderes imperantes
Los que se creen herederos legítimos del Reino y están dispuestos
a matar a todo enviado que pida responsabilidades, ostentan un poder omnímodo,
aunque haya sido conseguido por los pelos, y, cuando están en la cumbre, se
creen todopoderosos por su vinculación a las ideologías imperantes o por su
pertenencia a los círculos de los poderes fácticos, al confrontarse con Jesús y
su mensaje, quedan
desautorizados en su poder y desheredados de toda legitimidad por su
actuación injusta, inmoral, abusiva o criminal, pues chocan frontalmente
con aquel Mesías que ha venido con un mensaje nuevo, con una autoridad
convincente, moralmente anclada en la verdad, que antepone la primacía de los
últimos y que reclama frutos de autenticidad y de justicia para pertenecer a dicho
Reino.
Palabra
crítica contra todo dirigente irresponsable
El final del texto en el evangelio de Mateo tiene una de las
palabras más duras de Jesús: “Os
digo que se os quitará a vosotros el Reino de Dios y se le dará a un pueblo que
produzca sus frutos” (Mt 21,43). Esto se dice, en primer lugar, contra
el pueblo de Israel y sus dirigentes en el tiempo de Jesús, pero también se
convierte en un mensaje extensivo a toda época, por eso sigue siendo una
palabra crítica contra todo dirigente que no cumple la misión que,
según su autoridad, debería cumplir, o se atribuye poderes que no le
corresponden, o es irresponsable en la búsqueda del bien común y de la justicia en
el respeto a los demás y en la atención a los que sufren.
Se
necesitan líderes limpios, nobles y justos
Con aquellas palabras Jesús indica que la misión evangelizadora y
el anuncio de la salvación ya no son prerrogativa exclusiva del pueblo de
Israel, sino que están pasando a otro pueblo que no tiene fronteras y que se
identifica con la Iglesia, cuya misión consiste en poner por obra, como dice
Pablo, “todo lo que es verdadero,
noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito” (Flp
4,6-9). Y esto se ha de hacer en el marco de una relación viva de amor a Dios,
desde el agradecimiento y la plegaria continua. Esta es la gran tarea de la
Iglesia en el ámbito de la política, buscar la verdad, la nobleza y la
justicia, la transparencia y la amabilidad, siempre dignas de elogio. Quiera
Dios que surjan verdaderos
trabajadores de la política, que brillen por su liderazgo moral.
Una
nueva política fundada en los grandes valores éticos
Por todo ello la palabra del Evangelio se puede proyectar sobre
toda situación social, en cualquier lugar en el que los políticos y dirigentes
no actúan con autoridad moral y según los principios fundamentales de una ética humana, caritativa y
universal, que defienda la dignidad de
la persona, la valoración del “otro”, el respeto a la libertad,
el reconocimiento y el cuidado
de los débiles e indefensos así como los principios de la igualdad
entre los seres humanos, del destino
común de los bienes, del reparto del trabajo y
de los beneficios obtenidos con el mismo, especialmente entre los más pobres.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura