TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXIX A
(18-octubre-2020)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Dejémonos
interpelar por la Palabra de Dios
ü Lecturas:
o Profeta
Isaías 45, 1. 4-6
o I
Carta de san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1-5b
o Mateo
22, 15-21
ü Cada
domingo nos acercamos a la mesa del Señor para escuchar la Palabra, orar juntos
y alimentarnos con el Pan de la vida. Así, poco a poco, vamos avanzando en el conocimiento
de Jesucristo. Con profunda alegría espiritual, dejémonos sorprender por la
Palabra. ¿Qué nos dice el Señor hoy? Las lecturas de este domingo nos invitan a
reflexionar sobre tres puntos: 1) El apóstol Pablo felicita a la comunidad de Tesalónica
por el entusiasmo con que ha acogido la buena nueva; 2) el evangelista Mateo
nos sintetiza los criterios de Jesús para manejar las relaciones entre el mundo
de la política y la religión; 3) y la Iglesia nos propone la Jornada Mundial de
las Misiones. Los invito a reflexionar sobre estos temas y pedirle al Señor que
nos ilumine para hacer su voluntad.
ü El
apóstol Pablo, junto con sus compañeros apostólicos Silvano y Timoteo, valora y
reconoce el celo apostólico de esta comunidad cristiana: “En todo momento damos
gracias a Dios por todos ustedes al mencionarlos en nuestras oraciones. Y
constantemente recordamos ante Dios nuestro Padre su fe tan activa, su amor tan
sacrificado y su esperanza en nuestro Señor Jesucristo tan firme en el sufrimiento”.
ü Es
importante destacar el valor de estas palabras de Pablo. Reconoce y estimula el
entusiasmo de esta comunidad. Reconocer y
estimular: dos verbos que se pronuncian fácilmente, pero que son muy
escasos en la vida diaria. Los padres de familia, los maestros y los jefes
exigen, identifican las fallas y dan la impresión de que nunca están
satisfechos. ¿Por qué somos tan avaros en el reconocimiento? ¿Por qué nos
cuesta tanto trabajo sonreír, estimular y decir una palabra amable? Todos los seres
humanos necesitamos el reconocimiento. No queremos que nuestros esfuerzos pasen
desapercibidos y sean invisibles. Pablo, Silvano y Timoteo reconocen, estimulan
y animan en el camino de la fe.
ü El
segundo punto de nuestra meditación dominical es sobre la sabia lección de
Jesús cuando le preguntan, con mala intención, si está permitido pagar
impuestos al emperador. Era una trampa cuidadosamente calculada: si respondía afirmativamente,
tendría la enemistad de los judíos, que rechazaban el dominio extranjero; si
respondía negativamente, sería considerado como un subversivo que conspiraba
contra el imperio.
ü Históricamente,
las relaciones entre la política y la religión han sido difíciles. En
ocasiones, el poder político subordina, por la fuerza o con halagos y prebendas,
al poder religioso y se aprovecha de él; otras veces, el poder religioso dicta
las normas a la sociedad civil. Son las diversas expresiones de la teocracia.
Si revisamos la historia de las tres grandes religiones monoteístas – el
judaísmo, el cristianismo y el islam – encontraremos este modelo: las
imposiciones de los ultra-ortodoxos, en Israel; el poder temporal de los Papas,
cuando los Estados Pontificios; el gobierno de los ayatolás. Son variaciones
sobre el mismo tema: la supremacía de las estructuras religiosas sobre el poder
político.
ü En
el siglo XXI, diverso y plural, deberíamos promover una separación respetuosa
entre las estructuras políticas y las iglesias. Cuando hablamos de separación
entre la Iglesia y el Estado no pensamos en distanciamiento y desconfianza. Que
cada uno actúe en el ámbito de su competencia y trabajen conjuntamente por el
bien común y la paz.
ü Las
palabras de Jesús son de una profunda sabiduría: “Dar a Dios lo que es de Dios
y al césar lo que es del césar”. Las diversas iglesias y el estado son protagonistas
importantísimos de la vida social. Por eso no debemos hablar de subordinación
ni de menosprecio. Que cada una de estas estructuras sirva a la sociedad y que
cooperen entre ellas cuando se necesita una convergencia de voluntades.
ü El
tercer punto de nuestra meditación es sobre la Jornada Mundial de las Misiones.
Recordemos el mandato misionero de Jesús; todos somos anunciadores de la buena
nueva de la salvación. Este anuncio lo hacemos mediante el ejemplo y la
palabra.
ü Ciertamente,
se ha dado un cambio muy hondo en cuanto al modelo evangelizador. Antes el éxito
misionero se medía por el número de los bautismos y las conversiones. A partir
del Concilio Vaticano II se superó el proselitismo religioso. Se trata de anunciar
la presencia del amor misericordioso de Dios a través del testimonio de vida y de
la solidaridad: Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber.