DOMINGO
30 ORDINARIO , CICLO A
LA
AUSENCIA MATA EL AMOR O CENTUPLICA EL ARDOR
Hace poco me
escribió un amigo que en su generosidad quiso contarme un capítulo de su vida
que curiosamente puede ayudar para ilustrar el mensaje de Cristo esta semana.
Así me escribió: “me llamo Walter y provengo de una familia
“cristiana” a secas, porque todos los domingos íbamos a misa, pero en la semana
nunca oí nada relacionado con la fe, sin embargo no había grandes altibajos en
las costumbres familiares. A mí el Señor me dotó de una buena cabeza, pero
vivíamos cerca de un primo un poco mayor que yo, y mis papás siempre me
comparaban con él, que supuestamente era un dechado de virtudes y a mí siempre
me ninguneaban porque “era desentendido, porque era un burro, porque era
impuntual, porque era un desobligado y poco dado al aseo”. Sin embargo, a pesar
de ser considerado menos que mi primo, logré destacar en mis estudios, aunque a
decir verdad, no sobresalía en la conversación, era un poco tímido y no me
duraban mucho mis amigos. Yo no sabía que a eso se le podría llamar una “pobre
autoestima”. De cualquier manera, casi al final de mi carrera, conocía a una
compañera de estudios, que a poco de conocerme me ayudó a valorarme, porque me
hizo caer en la cuenta de mis cualidades, de mis habilidades, de que mis
estudios iban bien porque capacidad no me faltaba. Todo eso hizo que yo fuera
afianzando mi personalidad, comencé a amarme un poquito más, aunque aún me
faltaba mucho por andar para colocarme y situarme en donde era necesaria mi
presencia en este mundo en el que yo me iba desarrollando. Como la amistad que
Martha me mostraba era sincera, seguimos tratándonos, hasta hacernos novios y
cuando ambos terminamos nuestra carrera, decidimos que estábamos hechos el uno
para el otro, y comenzamos a preparar todo para la boda. Hubo que
tomar un retiro de un fin de semana, y bendito retiro, porque ahí conocí el
verdadero amor que cambió mi vida para siempre. Ahí nos hablaron del Dios que
da la vida, de un Dios que en el colmo de su amor envía a su Hijo Jesucristo
para darnos al cariño, el amor y el afecto que sólo un Dios puede dar, un
amor que no exige nada a cambio, como hacemos los hombres cuando pretendemos
dar amor, sino que él dio todo su amor y todo su afecto, recibiendo eso sí un
maltrato que de ninguna forma merecía. Entendí entonces que yo era amado, que mi
vida valía mucho, no por mí sino por los dones que el Señor depositaba en mí.
Me día cuanta que lo máximo que yo había recibido en la vida, era EL SER HIJO
DE DIOS, algo que yo no podría haber alcanzado por mí mismo, sino por voluntad
del Dios que nos amó al extremo de su vida. Así perdoné a mis papás por el mal
trato de mi infancia, y pude tener un hogar del que han salido tres exquisitos
retoños, mis hijos y a mi esposa y a mí nos queda tiempo para darlo a la
parroquia a la que pertenecemos, en diversas actividades en bien de la
comunidad, y los hijos después de un cierto estira y afloja en el terreno de la
fe, también se han unido a los grupos juveniles y a los coros de la parroquia,
lo cual nos proporcionado de una profunda alegría”.
Hasta aquí la carta
de mi amigo y ahora sí entenderemos más el mensaje evangélico dominical, cuando
los fatídicos fariseos se acercaron a Jesús para preguntarle algo que
a nosotros nos parece tonto. Querían que Jesús les expresara cual
era el principal mandamiento de la ley de Dios. Siendo Cristo la Verdad misma,
no le costó mucho trabajo responderles, pues en verdad entre tantos vericuetos
de la ley, además de muchas cosas que los sabios y los instruidos había
agregado, hacían que para el que no fuera letrado en esos menesteres,
fuera muy difícil saber dónde estaba la verdad plena. Por supuesto que
nosotros esperaríamos una respuesta magistral de Cristo, y así fue. Pero
ocurrió que los dos mandamientos ya existían desde antiguo, según los libros
sagrados que todos conocían, Deut. 6, 4 ss y Lev. 19, 18 ss
pero ahora Cristo los presentaba de tal manera que ya no es posible
separar uno de otro, amor a Dios, y amor a las criaturas, pero no a unas
cuantas, sino a todos, sin excluir a nadie, pues los esenios, una secta cercana
al mar Muerto pedían: “Ama a los hijos de la luz y aborrece a los hijos de las
tinieblas”. Nosotros no podemos excluir a nadie de nuestro amor, pues
Cristo lo llega a considerar tan grande y más importante que la ofrenda que los
hombres pretenden tributarle a Dios. Recuerden aquello de “si cuando vas
a poner tu ofrenda sobre el altar y te acuerdas que tu hermano está resentido
contigo, ve, reconcíliate con tu hermano y luego dejarás tu ofrenda al
Altísimo”. Los mismos judíos querían hacer llegar su amor a los hombres,
pero sólo a los que consideraban de su raza, por eso cuando a Cristo le
preguntan quién es el prójimo les presenta aquella parábola magistral del
hombre que fue herido en el camino, y el único que lo auxilió y lo cuidó fue
un samaritano, que ellos no consideraban de su pueblo. Y el Apóstol San Juan
llega a decir que si tú dices que amas a Dios pero no amas a tu hermano, eres
un mentiroso, con lo cual no nos queda duda de lo que Cristo quiere de cada uno
de nosotros. Este puede ser entonces el día, en medio de la pandemia que nos
aqueja, donde comencemos a tomar en serio el mandamiento del amor “Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y
amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Te saluda tu amigo
el P. Alberto Ramírez Mozqueda que te suplica
difundas el mensaje. Estoy en alberamozq@gmail.com