DOMINGO 33 ORDINARIO, Ciclo A
A MUJERES POR LOS PARTOS, LOS HOMBRES MUEREN DE
HARTOS
Estamos
al final de año litúrgico y el texto
evangélico es continuación de lo dicho el domingo pasado sobre la prevención
del Señor Jesús de estar preparados porque no sabemos ni el día ni la hora de
nuestra partida de este mundo y ahora el
Evangelio nos invita a dar buenas cuentas de nuestra actuación, ya que los
dones que el Señor pone en cada uno de nosotros, con todo y nos parezca lo
contrario, son don del Señor y a él debemos dar cuentas.
Pero
el primer texto de la Escritura y el salmo correspondiente, el 127 nos invitan a meditar sobre la
condición de la mujer en el mundo.
El
ahora cardenal de la Santa Iglesia, que por largos ahora ha sido predicador
pontificio en Roma, recuerda, y eso me hizo sonreír, que cuando al principio de
la Creación Dios hizo al hombre, después de realizar esa obra maravillosa suya
y después de haber creado a los animales y finalmente al hombre, Dios se dio
cuenta que el hombre necesitaba una ayuda semejante a él y se lanzó a la obra, pero no le dio por compañero a
otro hombre, sino que formó a la mujer en igualdad de circunstancias, aunque
con características propias. Iguales
ante Dios pero con sus propias características. Por eso se nos hace extraño
que desde entonces se haya
desarrollado la historia que desde
siglos y siglos ha tenido a la mujer muy por debajo de las condiciones del
hombre, hasta la misma actualidad. El
libro de los Proverbios se expresa así de la mujer: “una mujer fuerte, ¿quién
la hallará? Supera en valor a las perlas. Su marido se fía de ella, pues no le
faltan riquezas, le trae ganancias, no pérdidas, todos los días de su
vida. Abre sus manos al necesitado y
tiende sus brazos al pobre. Engañosa es
la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle
por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en público”. El texto deja
muy bien parada a la mujer, pero aún se nota la prioridad del hombre. El salmo
alaba al hombre por otro concepto aunque va por la misma línea, “Dichoso el
hombre que teme al Señor, y sigue sus caminos. Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dicho, te irá bien. Tu mujer con parra fecunda, en medio de tu casa, tus hijos como renuevos
de olivo, alrededor de tu mesa”. Sin embargo,
a pesar de esos halagos, la mujer siempre ha tenido se ser sumisa, al
hombre, al marido, aún en el pueblo de Israel, la mujer casi igual que en otros
pueblos, no tenía personalidad, no aparecía en público, ni participaba en las
reuniones junto con los hombres. Aún hoy, en lo que llaman el muro de los
lamentos en Jerusalén donde van los judíos a hacer oración, las mujeres tienen
que detenerse a cierta distancia, a través de una pequeña barda, ellas sólo
pueden contemplar el rito de oración de sus padres, de sus esposos y de sus
hijos. Ellas no participan, sólo alaban y gritan con sonidos muy especiales,
cuando la celebración de los hombres así lo requiere. Cristo quiso enderezar el
barco, cuando permite que en el cortejo de los 12 hombres que lo acompañaban,
cerca de ellos con los otros discípulos participe un grupo de mujeres que
incluso con sus propios bienes sostenían la marcha de aquellos hombres.
Recordemos que cuando a Cristo lo suben en la cruz, sólo uno de los apóstoles
se atrevió a acercarse al Señor, en cambio había varias mujeres cerca de la
cruz. Y en vida, Jesús fue un aliado inmejorable de las mujeres, se decide a
defender a la pecadora que pescaron en el adulterio, no sin antes advertirle de
no volver a caer en el mundo error; tuvo como amigas y visitaba su casa como su
fuera suya, con las hermanas de Lázaro; se deja perfumar los pies por una mujer, y dejándoselos secar con su
propia cabellera, ante el escándalo del fariseo que lo había invitado a comer;
notabilísimo que cuando realiza el primer milagro en las bodas de Caná a
instancias de su propia madre, cuando ella lo solicita Cristo le responde:
“¿mujer, que tenemos que hacer tú y yo en esto? Usa la palabra “mujer” no con
desprecio, sino resaltando que por ella los novios saldrían de su apuro gracias
a la intervención de Jesús. Podríamos extendernos en otros encuentros de Jesús
con la mujer, pero baste decir que el hecho de su propia resurrección, el hecho
de dejarse ver por los suyos, no se les confió a los apóstoles, sino a una
mujer que tuvo que ir a decirles que Cristo estaba vivo, que había resucitado.
Recuerdo que invitado a una semana santa en tierras de Oaxaca, a una parroquia
situada en la cumbre de una montaña mientras los moradores vivían en el plano,
el día de la Resurrección, las mujeres del pueblo, descalzas, tomaban las andas con la imagen de Santa
María Magdalena, y bajaban así a anunciarle al pueblo que Cristo ya había
resucitado. ¿Qué nos faltaría por decir
para darnos cuenta que Cristo devolvió a la mujer la dignidad que el Padre le
concedió en los principios de los tiempos?
¿Y
porque la imagen de la mujer está tan desdibujada en estos tiempos? ¿Por qué se
la usa sólo para ilustrar las portadas de las grandes revistas o para revistas
porno, o para propaganda de cualquier artículo comercial, e incluso porqué en
los últimos años las mujeres has sido tomado como carne de cañón, en crímenes
que nos dejar horrorizados, o se les trata como objetos comerciales, en la
prostitución y otros menesteres? Porque
las mujeres tienen que contentarse con sueltos inferiores a los de los hombres
aunque realicen los mismos trabajos? ¿Por qué las
mujeres no brillan en su plenitud en los medios políticos, financieros, en la
comunicación social y en los medios artísticos se le da tanta importancia
los divorcios, en sus escándalos pero no
en sus triunfos en esos mismos medios?
Al
final, la gran pregunta, ahora que estamos por terminar el año, cuál será la
respuesta de los cristianos, para darle a la mujer la dignidad que le corresponde
en el rol, en el camino de nuestro mundo y en el plan de Salvación del Señor
para todos los hombres y mujeres, hasta el final de los tiempos?
Tu
amigo el P. Alberto Ramírez Mozqueda te invita a
difundir el mensaje. Ayúdame. Estoy en alberamozq@gmail.com