XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo
A
“Tiende tu mano al pobre”
La
Jornada mundial de los pobres
Estamos
en la IV Jornada Mundial de los Pobres, instituida por el Papa Francisco hace
cuatro años. El mensaje papal se centra en la expresión bíblica “Tiende tu mano
al pobre” (cf. Si 7,32). Con este
texto del Eclesiástico el Papa invita en este día a toda la Iglesia y a los
hombres y mujeres de buena voluntad a atender a los pobres. “La antigua
sabiduría ha formulado estas palabras como un código sagrado a seguir en la
vida”. Y prosigue diciendo que estas palabras “hoy resuenan con todo su
significado para ayudarnos también a a
poner nuestra mirada en lo esencial y a superar las barreras de la
indiferencia. La pobreza siempre asume rostros diferentes, que requieren una
atención especial en cada situación particular; en cada una de ellas podemos
encontrar a Jesús, el Señor, que nos reveló estar presente en sus hermanos más
débiles (cf. Mt 25,40)”. Esta Jornada tiene como objetivo estimular a los
creyentes para que reaccionen ante la cultura del descarte y del derroche,
haciendo suya la cultura del encuentro. Al mismo tiempo, la invitación se hace
extensiva a todos, independientemente de su confesión religiosa, para que se
dispongan a compartir con los pobres a través de cualquier acción de
solidaridad, como signo concreto de fraternidad.
Muchos más muertos anuales por
pobreza que por el covid-19
En la familia humana convivimos unos siete mil
millones de personas y de manera más o menos directa y cercana todos
experimentamos los grandes sufrimientos de las tres cuartas partes de la
población mundial: los hambrientos, los emigrantes, los que no pueden conseguir
trabajo, los niños de la calle, todas las víctimas de la injusticia social, de
la desigualdad, de la corrupción económica, de la explotación laboral, de la
violencia y de la pobreza estructural en la que está sumida la mayor parte de
la humanidad. Esta pobreza se está agravando día a día con la pandemia global
del coronavirus. Cada día se nos mueren de pobres más de treinta y cinco mil
hermanos, de los cuales dieciséis mil son los más pequeños, los
niños. Serán más de doce millones los que mueran este año por ser pobres,
mientras por el Covid-19 han muerto hasta ahora un millón trescientos mil. La
pandemia de la pobreza es incomparablemente peor que la del coronavirus. Y para
vencer la pobreza sólo hace falta una vacuna que está al alcance de todos:
responsabilidad y caridad.
Las parábolas finales de Mateo
Hay dos parábolas hacia el final del evangelio de
Mateo que pueden ayudar a la reflexión. La parábola de la comparecencia de
todas las naciones ante el Hijo del Hombre (Mt 25,31-46) revela que en el
mensaje de Jesús la relación de fraternidad con los más pobres del mundo, con
los necesitados y marginados es el gran vínculo de la familia humana. La
justicia a la que apela el primer evangelio se fundamenta en la identificación
plena de Jesús Resucitado con todo ser humano sumido en el sufrimiento por
carecer de los bienes y derechos humanos más básicos y en la consideración como
hermanos suyos de todos ellos sólo por el mero hecho de ser víctimas.
La
parábola de los talentos
Y ésa puede ser la clave para comprender también hoy
la parábola anterior, la de los talentos (Mt 25, 14-30). Estructurada con tres
personajes, es una parábola didáctica y de juicio, según la cual un hombre, al
irse de viaje, dio sus bienes a sus siervos, a uno cinco talentos, a otro dos y
a otro uno, a cada cual según su capacidad. Cuando regresó, arregló cuentas con
ellos. Los dos primeros habían duplicado los talentos y, por ser fieles y
buenos, pasaron a la alegría de su señor. Pero el tercero, el que sólo había
recibido un talento tuvo miedo a la exigencia de su señor y lo escondió en la
tierra, impidiendo así todo tipo de avance y desarrollo de los bienes recibidos.
A éste se le quitó lo que tenía y, por ser un siervo malo y holgazán quedó
fuera de la alegría de su señor.
El
elogio de la responsabilidad
Esta parábola no es tanto un elogio de la
productividad, cuanto una llamada exigente a la responsabilidad, pues no
importa mucho la cantidad resultante al saldar las cuentas sino el talante de
trabajo, el valor del riesgo y el sentido de la actividad, como expresión de
una mística de servicio y responsabilidad en la convicción de que
todo lo que se recibe y de lo que se dispone es un don de Dios y que, al final,
ante él ha de responder todo ser humano. Por ello el premio es el mismo para
todo aquel que sea bueno y fiel, un premio no cuantitativo ni
proporcionalmente recompensatorio de la
cantidad producida sino cualitativo y
siempre desbordante: entrar en la alegría del Señor. Sin embargo,
para quien vive bajo el miedo estéril, para quien sólo busca egoístamente su
seguridad personal, ni siquiera lo que ha recibido le permite vivir en un gozo
auténtico, pues no ha entrado en esa mística de la gratuidad, del servicio y de
la responsabilidad.
De
nuevo la gratuidad: Todo lo recibido es un don
La gratuidad implica un talante profundo que permite
comprender todas las realidades básicas como auténticos dones. Todo aquello que
hemos recibido es don. Todo son dones recibidos, dones que proceden del Señor
de la vida, aunque algunos no lo reconozcan ni lo agradezcan. Es decir, todo
aquello de lo que disponemos es de Dios en su origen y lo hemos recibido para
cumplir una misión y desarrollar una misión. Pero son dones de Dios, a él le
pertenecen y ante él hay que dar cuenta, más tarde o más temprano, por lo cual
es mejor aprender a dar cuenta cada día. Por eso la misma vida biológica, desde
el origen del embrión humano hasta el último aliento vital, la libertad de toda
persona, la dignidad de cada ser humano, su singularidad específica e
irrepetible son dones y, porque son tales, se reconocen después como derechos
inalienables. También las capacidades personales, los recursos disponibles y
las posibilidades de desarrollo son dones recibidos por los que se debe dar
gracias, y los creyentes lo hacemos agradeciéndolo a Dios, que es el auténtico
Señor.
El
elogio papal de la mano tendida a los necesitados
El servicio supone el desarrollo de todos los talentos
recibidos con una orientación altruista y amorosa, que considera a los otros, y
especialmente a los últimos y a los pobres, los destinatarios del bien que
genera en cada persona el desarrollo de lo recibido. Los siervos elogiados por
su bondad y fidelidad al señor son premiados por ser sobre todo siervos, es
decir “servidores”, que despliegan sus talentos en el servicio a lo
que su Señor quiere. Y la voluntad del Señor es que se sirva especialmente a
los pobres y necesitados como recuerda la última parábola de ese mismo capítulo
de Mateo. El Papa Francisco hace un elogio precioso de “la mano tendida” por
muchísimos santos de la puerta de al lado en esta etapa crítica de la pandemia.
En este sentido destaca el elogio que de la mujer hacendosa hace el libro de
los Proverbios (Prov 31,10-13.19-20.30-31) y
dice de ella que vale más que las perlas, que trae ganancias y no pérdidas para
su casa y finalmente, tras admirar su trabajo, su habilidad y su eficacia,
resalta su amor al pobre: “Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al
pobre”.
Responsabilidad
ante los dones recibidos
Por último el gran valor resaltado en la parábola es
la responsabilidad. La responsabilidad es el sentido de la dignidad humana que
nos impulsa desde la conciencia a dar explicación, ante los otros y ante Dios,
del desarrollo de los dones recibidos. La responsabilidad significa dar
respuesta acerca de aquello que se ha recibido como don, como
encargo, como vocación y como misión. De todos los dones y de su desarrollo,
cada cual debe dar cuenta, como mínimo, ante su conciencia y, como máximo, ante
el Señor Dios. Y los grandes talentos que hemos de desarrollar todos en la
Iglesia y en el mundo, especialmente por parte de los que tienen mucho, son el
amor liberador hacia los últimos, la fraternidad con los desheredados, la
solidaridad con los pobres y el servicio a los que sufren.
Despertar
de la holgazanería y de la irresponsabilidad
Esto hemos de hacerlo todos los creyentes con espíritu
de gratuidad gozosa, de servicio desinteresado y de responsabilidad exigente.
Esta es la bondad y la fidelidad a la que nos llama
el evangelio de hoy en el servicio a Dios y a los otros, particularmente de los
pobres y marginados. Creo que este camino, trazado en sus fundamentos por el
evangelio, es el sendero que conducirá a una transformación real de esta
sociedad decadente y en estado crítico. Para despertarnos de la posible desidia
y del raquitismo del corazón, para sacarnos de la frecuente holgazaneria en la que a veces nos vemos involucrados
y para convertirnos de nuestras posibles irresponsabilidades, podría servirnos
el final descrito en la parábola como juicio fatal contra el siervo inútil,
holgazán, irresponsable, egoísta y temeroso. El destino personal del siervo
infiel fue la tiniebla, “el llanto y el rechinar de dientes”, lo cual es una
imagen, repetida hasta cuatro veces en el evangelio de Mateo, que debe servir
como palabra amenazante que nos llama a la vigilancia y a la conversión de todo
tipo de conducta desagradecida, egoísta e irresponsable.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y
profesor de Sagrada Escritura