ADVIENTO
– DOMINGO I B
(29-noviembre-2020)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Una
Navidad más solidaria y menos consumista
ü Lecturas:
o Profeta
Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7
o I
Carta de san Pablo a los Corintios 1, 3-9
o Marcos
13, 33-37
ü Este
I domingo de Adviento es el comienzo de la temporada navideña. Ciertamente,
desde hace varias semanas los centros comerciales decoraron sus instalaciones
con los símbolos propios de esta época. Tienen la esperanza de recuperarse
parcialmente de las enormes pérdidas que han tenido este año por la parálisis
de la economía.
ü Sin
duda, la Navidad de este año será diferente por razones obvias. La trasmisión
del Covid-19 alcanza cifras alarmantes; y la única forma de protegernos es manejando
con gran cuidado las relaciones sociales. Por eso la Novena de Navidad tendrá
que celebrarse en la intimidad del núcleo familiar. Sería lamentable que, por
el comportamiento descuidado e irresponsable, esta fiesta de la vida y de la familia
se convirtiera en escenario de enfermedad y muerte. ¡Todo depende de nosotros! Aunque
nos sentimos cansados y aburridos por tantos meses de aislamiento, no podemos
bajar la guardia.
ü Quiero
invitarlos a vivir esta Navidad de una manera más íntima y austera. Démosle una
impronta de solidaridad. Para muchos hermanos nuestros, esta Navidad será muy
triste porque perdieron a alguno de sus seres queridos y no pudieron elaborar
adecuadamente el duelo por todas las restricciones que hay; otros se quedaron
sin empleo y están viviendo en unas condiciones muy precarias. Pensemos en
ellos. Compartamos.
ü El
texto del evangelista Marcos nos da el tono apropiado de este tiempo litúrgico:
“Cuidado, permanezcan despiertos, porque no saben cuándo se cumplirá el último
plazo”. El Adviento es tiempo de espera. Nos preparamos para celebrar un
acontecimeinr4to que cambió la historia espiritual de la humanidad. El Hijo
Eterno del Padre asumió nuestra condición humana. Como cada año celebramos la Navidad,
nos hemos connaturalizado con el misterio de la Encarnación. No caigamos en la
rutina.
ü Dejémonos
sorprender por esta iniciativa del amor infinito de Dios, que viene a nuestro
encuentro. En Jesucristo se supera el abismo infinito que separa al Creador de
las creaturas. El Hijo Eterno se despoja de los atributos de la divinidad. Este
Niño indefenso nos descubre el misterio de Dios: gracias a su encarnación,
pasión, muerte y resurrección, podemos llamar Padre (Abbá) a Dios, quien nos
hace partícipes de la vida divina.
ü Por
eso la liturgia nos invita a prepararnos y permanecer vigilantes. Dispongamos nuestro
interior para acoger amorosamente este regalo que cambió nuestra suerte.
ü El
versículo que recitamos en el Salmo responsorial suena muy atrevido, pero es la
verdad. “Muéstranos, Señor, tu rostro, y nos salvaremos”. ¿Quiénes somos
nosotros, seres insignificantes, para pretender ver el rostro de Dios? Es una petición
que va contra toda lógica: nosotros, que somos más pequeños que un grano de
arena en este universo en expansión, ¿de dónde sacamos esta idea tan extravagante
y atrevida?
ü La
respuesta nos la da Jesucristo: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”. Precisamente,
la misión de Jesús es ser Revelador del Padre; es la Palabra Eterna que se hace
presente en la historia para que podamos conocer el designio amoroso de Dios y
nos muestra el camino hacia la plenitud del Ser y del Amor. Por eso los villancicos
navideños expresan, de manera sencilla y emotiva, esta profunda verdad
teológica: Ven a nuestras almas, ven, no tardes tanto.
ü El
texto de Marcos nos describe el clima espiritual del Adviento. El Salmo responsorial
expresa una oración de petición que es grito de esperanza. Y el relato del
profeta Isaías expresa la condición humana; a pesar de los infinitos beneficios
que hemos recibido de Dios, una y otra vez le damos la espalda; dice el
profeta: “¿Por qué, ¿Señor, dejas que nos desviemos de tus caminos y endureces
nuestro corazón para que no te respetemos? Vuelve por amor a tus siervos, a las
tribus que son tu propiedad ¡Ojalá rasgaras el cielo y bajaras, como cuando
bajaste estremeciendo las montañas!”.
ü A
propósito de estas palabras de Isaías, conviene recordar que no es Dios el
responsable de que nos desviemos del camino y que tengamos duro el corazón; la responsabilidad
recae en la libertad humana; somos nosotros los que decidimos dar la espalda a
Dios para dedicarnos a nuestros pequeños intereses egoístas; somos nosotros los
responsables de endurecer el corazón por el afán de dinero y de poder.
ü Definitivamente,
los seres humanos somos tercos y no aprendemos las lecciones. El siglo XX fue
testigo de dos guerras mundiales, vio el holocausto del pueblo judío y la
explosión de dos bombas atómicas. Y los líderes de los países siguen con sus
bravuconadas, aceleran la carrera armamentista y socavan la credibilidad de los
organismos internacionales, precisamente diseñados para conservar la paz y
encontrar herramientas civilizadas para la solución de los conflictos.
ü En
esta Navidad detengámonos a contemplar el pesebre. ¿Qué valores inspira la
Sagrada Familia? ¿Qué nos dice ese Niño indefenso, que es el Hijo Eterno del
Padre que se ha encarnado por amor a nosotros?
¿Qué estilo de vida nos plantea este paisaje simple de pastores y ovejas
en minutara? Bajemos el tono consumista y dejémonos transformar por ese mensaje
de amor, solidaridad y sencillez que resuena en Belén. ¡Ven, ¡Señor, y no
tardes tanto!