I Domingo
de Adviento, Ciclo B
Nuestra esperanza es el Señor
Jesús
El tiempo de Adviento
Con el Adviento comienza el año
litúrgico de la celebración de los misterios de la fe en la Iglesia Católica.
La palabra de Dios invita a mirar con esperanza el horizonte sombrío de nuestro
mundo y a estar atentos en el tiempo presente aguardando
siempre al Señor Jesús. Los cristianos, al rememorar la entrada plena de
Dios en la historia humana con el nacimiento de Jesucristo, nos preparamos en
este tiempo de Adviento para celebrar la Navidad, avivando
en nosotros la esperanza de la venida última y definitiva del Señor
con la gloria propia del Resucitado, mediante la escucha de la Palabra de Dios,
la oración y la renovación de nuestra vida en el amor.
Palabras de esperanza y vigilancia
La palabra de Dios nos presenta
hoy el anuncio de la venida imprevisible del Señor. Y por ello la llamada es a
la vigilancia continua y
permanente. El profeta Isaías destaca la cercanía de un Dios que es padre y
redentor, que sale al encuentro del que practica la
justicia y se acuerda de sus caminos (Is
63,16-19; 64,2-7). El apóstol Pablo señala la manifestación definitiva del
Señor Jesucristo, como motivo de la espera y la
esperanza del creyente al comienzo de su relación epistolar con la
comunidad de Corinto (1 Cor 1,3-9). El evangelista
Marcos resalta el carácter sorprendente de la llegada del Señor, del dueño de
la casa, ante la cual pone de manifiesto la importancia de la actitud de la vigilancia por parte del
portero de la casa (Mc 13,33-37). Y esa manifestación del Señor acontece
también en la vida cotidiana, incluido el tiempo presente, de pandemia, de
crisis y de cierta desesperanza.
Máxima atención
Al presentar la venida del Señor el
evangelio de hoy subraya su carácter
imprevisible. En primer lugar, el que vendrá al final de todo como vencedor
de la muerte, Señor del cosmos y juez de la humanidad, lo hará de manera
repentina y sorprenderá a todos. Por ello todos debemos estar despiertos. Este
discurso final o escatológico del evangelio resalta la necesidad de la vigilancia,
pues las actividades cotidianas de la vida, tan normales como comer, beber,
casarse o emparejarse son las acciones más naturales de la vida humana. Pero
son consideradas como una desatención o distracción respecto a las señales que
marcan lo último y lo fundamental de la historia de la humanidad. Dejarse
arrastrar por las preocupaciones cotidianas absorbe la percepción profunda de
una existencia abierta a Dios y a un futuro en la espera de la venida del Señor.
Velar por la justicia de Dios
La vigilancia
permanente es la actitud espiritual que debe caracterizar a los
discípulos que no deben dejarse atrapar por el cansancio o por la indiferencia,
por el relativismo o por la relajación, sino que están llamados a vivir
vigilantes en la espera imprevisible de su Señor. Y lo que el profeta Isaías anuncia
es que Dios, el Padre de todos, sale al encuentro del que practica la justicia
y se acuerda de sus caminos. En Jesús, que viene, que vino y que vendrá, se
verifica este encuentro con la humanidad. Por eso estar
atentos en el presente conlleva sobre todo velar
por la justicia de Dios en nuestro mundo.
La navidad en tiempo de pandemia
Este año la Navidad se presenta
como muy especial y extraordinaria, es decir, fuera de lo común, respecto a lo
que en otros años ha sido la celebración de la misma. Todo ello es debido a la
situación actual de un mundo en pandemia.
Pero el motivo de la celebración cristiana de la Navidad será el mismo: el nacimiento de Jesús, el Hijo de
Dios, en medio de nosotros, sus hermanos, en esta tierra y en esta
historia. Ojalá que todas las restricciones que la pandemia lleva consigo
permitan concentrar la atención en el misterio del nacimiento del Señor y, con
él, en el advenimiento de una humanidad nueva. Esto es lo que esperamos con el
nacimiento de Jesús, que es lo que realmente debemos preparar estando siempre
atentos y vigilantes.
Ante la pandemia y sus consecuencias
Lo que todos esperamos ahora, en primer lugar, es salir
pronto de la situación de
pandemia mundial,
y empezar a superar los contagios del coronavirus con el suministro de una vacuna eficiente. Pero es muy posible que a partir de ahora nos tengamos que
enfrentar a otras situaciones sociales y económicas, peores y agravadas, como
consecuencia de la pandemia. Sobre todo va a aumentar la pobreza en el mundo, y con
ella la falta de trabajo,
el hambre y las migraciones. Éstas son ya
las primeras y más graves consecuencias humanas y económicas de la pandemia del
coronavirus, a no ser que se articule a nivel internacional una red básica, cualificada y
democrática, de solidaridad económica, social y política.
La esperanza en Jesucristo y en
su Reino de fraternidad
Por esto último hay que velar aún
más en este tiempo de adviento, por el advenimiento de una nueva época en
la historia humana en la que la terrible injusticia de la desigualdad en el
disfrute de los bienes de la tierra, sea superada. En este cambio profundo
esperamos con firmeza y trabajando activamente los creyentes que queremos
anteponer a todo tipo de distracción, preocupación, egoísmo o codicia, la
gozosa esperanza y búsqueda del Reinado
de Dios y su justicia, en el que podamos vivir el espíritu de fraternidad universal al
que el Papa Francisco nos ha invitado en Fratelli Tutti. Ésa es la gran esperanza histórica de los
cristianos. Una esperanza que empieza a cumplirse definitiva y lentamente con
la Natividad de Jesucristo,
que cada año volvemos a celebrar. Pero Él es la esperanza que trasciende el
tiempo y la historia, pues es el Señor Resucitado.
Ojalá baje el Señor y se derritan
las montañas de la opulencia y del poder
La tarea recibida por parte de
cada ser humano, como la del portero en la parábola evangélica, sigue siendo
administrar la casa común de la humanidad, cada uno según su función, una casa
que sigue perteneciendo al único Señor de todo, y no quiere la apropiación
indebida e injusta de los bienes de la tierra por parte de nadie. Creo que en
los tiempos que corren deberíamos velar los cristianos por este principio de la
soberanía del dueño y Señor de toda la tierra para erradicar las clamorosas
injusticias de los poquísimos que se creen dueños y señores de todo el mundo y
que se siguen permitiendo mantener en vilo a toda la humanidad en crisis. ¡Qué
fuerza tienen las palabras de Isaías hoy! Podríamos parafrasearlas: ¡Ojalá baje el Señor para
que se derritan como cera las montañas de la
opulencia, generadora de pobreza, y por eso, siempre injusta, y también las
montañas de los que
ostentan el poder cuando pasan por encima del servicio al bien común!
Estemos en vela y avivemos la
esperanza
La esperanza es
una virtud que anida en el corazón, como una capacidad que permite hacer frente
a toda circunstancia adversa y que, desde la dignidad inalienable de toda
persona humana, resiste activamente frente a los envites de cualquier mal,
injusticia y pecado, y permite vislumbrar un horizonte distinto, aunque a veces
sólo se perciba por la rendija del corazón humano donde siempre entra una
chispa de luz. Para los creyentes ese horizonte es un don de Dios y cuando se
reconoce nos permite activar la esperanza mirando sobre todo hacia esa luz,
sabiendo que su calor puede derretir hasta los montes. Vigilemos para que el
lento avance de la justicia social en el mundo siga su curso y podamos ir
progresando en la paz y en la concordia entre los pueblos, en el respeto a los
otros y en la defensa de los derechos fundamentales, a la libertad, a la vida y
a la dignidad, a la salud y a la educación. Estemos en vela, pues el único que viene en Navidad trae
verdaderamente una realidad de salvación y de vida para todos. Es Jesús, el
Señor-nuestra-justicia.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura