II Domingo de Adviento, Ciclo B

Un embajador estrafalario para el Salvador

 

Empedocles  era el borrachillo del pueblo  que nunca se perdía una fiesta y sabe Dios como se colaba porque todo podía faltar menos él. Sucedió que por coincidencia, un día entró a la parroquia de su pueblo, cuando el sacerdote comenzaba su predicación del domingo II de Adviento y en cuanto empezó, el borrachillo decía: “lo mismo que el año pasado… lo mismo que el año pasado”. Hubo un momento en que el sacerdote ya no pudo más, y pidió que sacaran a ese hombre porque ya era insoportable. Efectivamente lo tomaron de los brazos y lo pusieron de patitas en la calle, mientras  él iba gritando: “lo mismo que el año pasado”.

 

a 2 El bautismo de Jesús y Juan el Bautista – bibliamarianao. Espero que mis lectores no tomen la misma actitud, y vivan convencidos de la necesidad de recibir a Cristo Jesús en sus corazones.

 

Si nos situamos en los tiempos antiguos, cuando algún personaje importante, un rey o un príncipe, e incluso un médico famoso o aún un grupo de comerciantes de telas o de lo que fuera, necesitaban anunciarse con anticipación, por lo que en gran medida todo dependía del entusiasmo que los enviados pusieran para que el  acontecimiento que se anunciaba tuviera éxito entre los pobladores.

 

No podía ser menos con Cristo Jesús, que necesitaba embajadores que lo dieran a conocer entre los hombres. Los enviados fueron los profetas que en distintos períodos de la vida de los judíos, anunciaban y mantenían viva la esperanza del futuro redentor. Y el último de los enviados fue precisamente Juan Bautista, que curiosamente vestía de una forma estrafalaria, comparable a los hippies de hace tiempo o a los jóvenes que ahora se visten de andrajos, y consideran de lujo mostrar sus piernas que asoman en los agujeros del pantalón. Y el lugar que el profeta escogió no podía ser más singular, pues comenzó a predicar en pleno desierto a pocos kilómetros de Jerusalén.  El desierto es un lugar propio de soledad, de abandono, de silencio, de frías temperaturas por la mañana y de asfixiante calor al medio día y  parecería que nadie se acercaría a aquél hombre solitario y de palabra dura y áspera. Pero fue todo lo contrario, porque comenzaron a ver en él la sinceridad, la honradez, el apego a la Palabra de Dios y la convicción de que lo que estaba diciendo era verdad. Muchas, muchísimas gentes venían de todos los lugares cercanos y sobre todo de Jerusalén, lo que angustió a los dirigentes religiosos y civiles de Israel, porque el Templo se estaba quedando vacío  con peligro de que la economía de aquél lugar sufriera merma y él echara por tierra su vida no muy convincente pues ellos eran lo que tenían que encarnar en sus vidas lo que el pueblo espera, UN SALVADOR.

 

Recordemos que el 33 % de la tierra, es puro desierto, y  si las cosas siguen como están, miles de hectáreas anualmente se convierten en desierto porque los hombres atentan contra la naturaleza aunque eso signifique que otros hombres tengan que emigrar porque no se puede vivir en el desierto.  En ese ambiente, Juan Bautista retomará los dichos el Profeta Isaías:

 

“Consolad, consolad a mi pueblo

dice vuestro Dios—; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle; Una voz grita: “En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios;

que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece

y lo escabroso se iguale.

Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos juntos Súbete a un monte elevado, alza fuerte la voz, álzala, no temas, di a las ciudades «Aquí está vuestro Dios. Mirad, el Señor Dios llega con poder y con su brazo manda. Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva sobre el pecho; cuida él mismo a las ovejas que crían».

 

Ese fue el grito fuerte del Bautista: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desearle la correa de sus guaraches. Yo los he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo”.

 

El  Bautista gritaba la necesidad de conversión, el reconocer los propios pecados y bautizarles con un bautismo de penitencia. Y las gentes se bautizaban en grandes cantidades y reconocían sus pecados, pero quedaba claro que él el Bautista no era el mesías ni el Salvador, o sea que en pleno desierto, donde nada florece, ahí se llegaría a sentirse  la lluvia del Espíritu Santo que  haría florecer la llama del amor en el corazón de los creyentes que aceptaran al Salvador, para estar así preparados para recibir los cielos nuevos y la tierra nueva que anuncia el Apóstol San Pedro en el texto de hoy.

 

Hagámosle caso al Bautista, aunque nos de miedo el desierto en el que tenemos convertido nuestro corazón, entremos a él, aprovechemos estos días de pandemia, que nos ha metido en crisis, es decir un tiempo en que en medio de la dificultad que todos pasamos, puede llegar la luz, y la gracia, y la paz y la salvación.

 

No tengas miedo al silencia, a la oración, a la conversión del corazón, a dejarte guiar por el Espíritu Santo, para que esta Navidad sea precisamente lo que el Señor quiere, un ENCUENTRO con la Gracia de Jesús.

 

Tu amigo el P. Alberto Ramírez Mozqueda te saluda y te pide que hagas extensivo mi mensaje entre tus amigos y conocidos. Estoy en alberamozq@gmail.com