Un jardín en el alma

 

Un pensador contemporáneo nos dice: “Siempre hay flores en el mundo para quien lleva un jardín en el alma”. Y ese jardín comienza a cultivarse veinte años antes de nacer cuando nuestros padres van hilvanando sus vidas en la ilusión, la felicidad, el amor. La familia no puede improvisarse como no podemos cosechar al otro día de sembrar. Y ese jardín necesita su tiempo, su espacio para permitir que los brotes maduren.

El hogar es el hábitat imprescindible de la vida. Los bolcheviques intentaron hacer un experimento: Hacer fábricas de niños. Nacían y los llevaban a invernaderos sin los padres. Y con el tiempo, resultaron seres humanos-fieras, sin afectos, sin sentimientos, es decir, sin corazón. Algo parecido a lo que puede estar pasando hoy: Niños engendrados en computadoras y nacidos con un celular en sus manos. Sin humanidad.

Al final del año, la liturgia nos presenta el hogar de Nazaret como un jardín en donde se cultivan muchas flores: La sabiduría, la madurez, la palabra que hace eco, la acogida que celebra la diversidad, la sencillez y un pequeño tono de austeridad que hace de la vida una verdadera escuela. Pero esas flores necesitan su cultivo, alguien que vaya alimentando el subsuelo con la fecundidad armoniosa de la vida, de la fe, del amor.

Reivindicamos hoy el derecho a tener una familia. A ser familia. A vivir en familia. Es un referente obligado para la estabilidad emocional, la autoestima, la madurez. La familia es una escuela de valores, valores humanos y cristianos. El primer valor es el buen ejemplo. Su lectura es obligada desde el nacimiento. El ser humano solo ve siempre en la medida en que ama y es amado. Y en su corazón habrá flores si tuvo desde el principio ojos que contemplaran el amor.

Cochabamba 27.12.20

jesús e. 0sorno g. mxy

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