II Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo B
El Evangelio de la esperanza en
el Hijo de Dios
El consuelo y la esperanza del
Evangelio
La Palabra de Dios en este
segundo domingo de Adviento contiene un mensaje de consolación
y de esperanza, hace una urgente llamada a la conversión y
transmite un impulso espiritual orientado a apresurar el día de un cielo nuevo
y una tierra nueva en los que habite la justicia, es decir, el día del Señor (Is 40,1-11; 2 Pe 3,8-14; Mc 1,1-8). Hacia ese día
apunta el Evangelio de
Marcos, que leeremos durante este año litúrgico, pero su punto de mira se
concentra siempre en Jesús y así lo proclama en su solemne versículo inicial
como mensaje fundamental de toda su obra: “Principio
del Evangelio de Jesús, Mesías, Hijo de Dios”.
La paradójica buena noticia del
Hijo de Dios crucificado
Marcos se presenta con el concepto evangelio, empleado en la
predicación apostólica paulina e inspirado en el
Antiguo Testamento, para anunciar a Jesús como única e incomparable buena
noticia. Tal como Pablo y Marcos nos lo han transmitido, nosotros sabemos
que ninguna de las buenas noticias del mundo es comparable con la excepcional, paradójica y sorprendente
Buena Noticia por antonomasia, la de Jesús, Mesías e Hijo de Dios, reconocido
como tal en su misma muerte en la confesión del centurión: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”. Y
esa singularidad es la que refleja Marcos al presentar la persona y la
actividad de Jesús con su muerte y resurrección con el término Evangelio.
El precursor Juan Bautista
La figura de Juan Bautista es el
precursor del Mesías y de este Evangelio. De Juan podemos destacar su figura y
su discurso, pero lo esencial de su mensaje es la llamada a la conversión y el anuncio
del esposo que viene. El talante profético es
el aspecto dominante en la presentación del Bautista. De hecho se identifica
con la voz de Isaías, del Segundo Isaías, el profeta del consuelo y del retorno
de Israel, que nos llama a todos a “preparar el camino del Señor, allanando sus
senderos” (Is 40,1-11). Su comida a base de
saltamontes y miel silvestre así como su vestimenta de piel de camello y, sobre
todo, la correa de cuero en
su cintura aluden al profeta Elías (2Re 1,8) y ponen de relieve su
altura de profeta más
que su espiritualidad ascética.
Conversión y preparación de la
llegada de Jesús
La misión prioritaria de Juan era
bautizar y proclamar la necesidad de preparar el camino del Señor, mediante la conversión a nuevas conductas y
actitudes. El mismo bautismo de Juan está vinculado a la conversión, es
decir, al arrepentimiento y al cambio de mentalidad para el perdón de los
pecados. La razón del arrepentimiento y del cambio de mentalidad, el motivo de
su predicación es la
llegada inminente de la persona de Jesús: más fuerte, más digno y con
otra función: bautizar con Espíritu
Santo.
El desierto, donde Dios habla al
corazón
El énfasis de Marcos recae en
tres aspectos claves: La concentración de su predicación en el Mesías-Esposo,
el éxodo de Jerusalén y de sus instituciones religiosas con el baño en el río,
y la fuerza mesiánica de los que se bauticen en el Espíritu del que Viene como
Mesías e Hijo de Dios. La conversión consiste en preparar el camino del Señor e
implica el reconocimiento y el arrepentimiento
de los pecados. La voz que grita en el desierto no alude principalmente a
la palabra del profeta desoída por el pueblo, sino al lugar teológico que el desierto significa en la
tradición profética: El desierto es el lugar de la íntima
relación amorosa de Dios con su pueblo, cuando Dios habla al corazón (Is 40,3, Jr 31,2;
Os 2,16-25), por eso el desierto
connota la Alianza nupcial entre Dios y la humanidad. Juan Bautista
muestra quién es el verdadero “esposo” de
la humanidad, a quien él no es capaz de desatar las correas de sus sandalias.
Jesús es el Mesías Esposo
Desatar la sandalia era un gesto
público por medio del cual una persona adquiría los derechos jurídicos de otro,
concretamente, en el caso del levirato, cuando un pariente cercano asumía los derechos del esposo (cf. Dt 25,5-9; Rut 4,8). Cuando Juan dice que no es capaz
de desatar las correas de las sandalias de Jesús no está refiriéndose sólo a un
gesto de humildad, sino al hecho de que es Jesús
el Mesías-esposo de la humanidad, el único en quien todos los hombres
encuentran la salvación y la plenitud de la vida. Juan no puede suplantarlo.
Más bien debe disminuir para que él crezca. El último testimonio del Bautista
es éste precisamente: “La esposa
pertenece al esposo. El amigo del esposo, que está junto a él y lo escucha,
se alegra mucho al oír la voz del esposo; por eso mi alegría ha llegado a su
plenitud. Es necesario que él crezca y que yo disminuya” (Jn 3,
29-30).
La humanidad abatida al encuentro
de Dios en su Hijo
Para la humanidad abatida,
especialmente para todos los que sufren, en esta situación crítica de la pandemia
subsistente, de la pobreza catastrófica sostenida por los opulentos del sistema
y de las políticas totalitarias emergentes en este momento de la historia, la
palabra del Adviento es una palabra de consolación
y esperanza, que abre los corazones humanos a Dios, pues en la Navidad
rememoramos la gran alegría que viene con el Mesías, y que en la imagen del
esposo sale al encuentro de la humanidad para celebrar
boda y consumar el amor más grande de la historia, el del Hijo de Dios que da la
vida por amor a sus hermanos a todos los hombres. Para esa Nueva Alianza es
para lo que es necesario un cambio de mentalidad. El Adviento nos invita a
preparar la nueva relación de Dios con la humanidad, con el reconocimiento de
nuestros pecados y el cambio de orientación de nuestras conductas.
La necesidad de ruptura con el
tiempo presente
En la Segunda Carta de Pedro
aparecen expresiones
apocalípticas para sostener
la esperanza. Las catástrofes cósmicas, el fuego devorador de la
tierra y de sus elementos expresan la necesidad
de un corte y una ruptura con
el tiempo presente, con la historia injusta desarrollada en la humanidad, y
con el imperio de los poderes y de los poderosos de esta tierra, causantes de
los estragos y de tantas víctimas inocentes a lo largo de esta historia
irredenta, a pesar del anuncio de salvación del Evangelio. El que viene con
fuerza detrás de Juan es el Mesías
Jesús y realizará una misión redentora pero también discriminatoria.
La defensa con justicia al
desamparado
Cuando se acerca la Navidad necesitamos
considerar también este aspecto del Mesías rey
y juez, porque es en su espíritu donde los cristianos hemos sido
bautizados: El Espíritu Santo en el que hemos sido bautizados los cristianos es
el que irrumpe en la historia encarnándose en el Mesías y actuando en el pueblo
mesiánico. El Espíritu de sabiduría y sensatez, de valor y de prudencia, de
conocimiento y de respeto de Dios es el que se convierte en juez, cuya única
fuerza es la palabra. Esa palabra ha sido pronunciada ya por Dios en Jesús, el Evangelio, como
espíritu que defiende con
justicia al desamparado, con equidad al pobre, que eliminará al violento y
matará al malvado.
La esperanza en un cielo nuevo y
una tierra nueva
La verdad última que juzga a toda
persona y que sin duda saldrá a la luz implantando la justicia mesiánica es el
sufrimiento de todas las víctimas de esta historia injusta, es el dolor de los
que gimen en esta tierra y la indigencia de los pobres de este mundo. Los
cristianos creemos en las palabras
mesiánicas de Isaías y en su encarnación
histórica en Jesús. Estamos convencidos de que la justicia triunfará y
entonces traerá la paz verdadera. Pero no se puede hacer la paz sin la
justicia. La esperanza es
que al fin se hará justicia, pero la justicia ¡de Dios!, no la nuestra.
Miremos a Jesús para reconocerlo
como Hijo de Dios y avivar la esperanza. Esa palabra
de esperanza es el contenido de la imagen de un cielo nuevo y una
tierra nueva, en los que habite la justicia.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada
Escritura