III DOMINGO ADVIENTO-B
DE NUEVO JUAN
Padre Pedrojosé Ynaraja Díaz
TEXTOS
(Is 61,
1-2. 10-11)
El
espíritu del Señor está sobre mí,
porque me ha ungido
y me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres,
a curar a los de corazón quebrantado,
a proclamar el perdón a los cautivos,
la libertad a los prisioneros,
y a pregonar el año de gracia del Señor.
Me
alegro en el Señor con toda el alma
y me lleno de júbilo en mi Dios,
porque me revistió con vestiduras de salvación
y me cubrió con un manto de justicia,
como el novio que se pone la corona,
como la novia que se adorna con sus joyas.
Así
como la tierra echa sus brotes
y el jardín hace germinar lo sembrado en él,
así el Señor hará brotar la justicia
y la alabanza ante todas las naciones.
(1 Ts 5,
16-24)
Hermanos: Vivan siempre alegres, oren
sin cesar, den gracias en toda ocasión, pues esto es lo que Dios quiere de
ustedes en Cristo Jesús. No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien
el don de profecía; pero sométanlo todo a prueba y quédense con lo bueno.
Absténganse de toda clase de mal. Que el Dios de la paz los santifique a
ustedes en todo y que todo su ser, espíritu, alma y cuerpo, se conserve
irreprochable hasta la llegada de nuestro Señor Jesucristo. El que los ha
llamado es fiel y cumplirá su promesa.
(Jn
1, 6-8. 19-28)
Hubo
un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para
dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la
luz, sino testigo de la luz.
Éste
es el testimonio que dio Juan el Bautista, cuando los judíos enviaron desde
Jerusalén a unos sacerdotes y levitas para preguntarle: “¿Quién eres tú?” Él
reconoció y no negó quién era. Él afirmó: “Yo no soy el Mesías”. De nuevo le
preguntaron: “¿Quién eres, pues? ¿Eres Elías?” Él les respondió: “No lo soy”.
“¿Eres el profeta?” Respondió: “No”. Le dijeron: “Entonces dinos quién eres,
para poder llevar una respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti
mismo?” Juan les contestó: “Yo soy la voz que grita en el desierto: ‘Enderecen
el camino del Señor’, como anunció el profeta Isaías”.
Los
enviados, que pertenecían a la secta de los fariseos, le preguntaron: “Entonces
¿por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías, ni el profeta?” Juan les
respondió: “Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay uno, al que
ustedes no conocen, alguien que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de
desatarle las correas de sus sandalias”.
Esto
sucedió en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde Juan bautizaba.
COMENTARIO
Es frecuente
cuando uno va a una casa, sea de una persona amiga o al despacho de un
profesional, observar que en las paredes cuelgan diplomas bien enmarcados y protegidos,donde aparece siempre
en letras muy visibles el nombre del que nos recibe con sus meritos
profesionales o académicos.
Paralelamente, en
encuentros protocolarios, se lucen insignias o medallas que proclaman su
categoría personal o sus condecoraciones, consecuencia de algún hecho
remarcable que merezca elogios.
Cambio de tercio.
Juan, el enviado
del Altísimo para iluminar al mundo, abrirle camino o señalarle los tropiezos
que debe evitar, no se adorna con ninguna insignia., más bien afirma lo que no
llega a ser, pese a ello es conocido y admirado y no niega nunca el encargo
recibido del Señor.
¡cuantas personas hoy en día buscan
y si consiguen llegar a algo, alardean de que ya se realizan!
Lo
que consiguió Juan con su fidelidad en cambio fue que absurdamente disminuyera,
le cortaran la cabeza.
He
tenido la satisfacción de poder visitar la población donde según la tradición,
bastante segura, nació el Bautista. En aquel tiempo era un villorrio a unos
cuatro kilómetros de Jerusalén llamado Ein-Karen. Hoy
ya ha sido incorporado a la gran urbe y es un simple barrio periférico. A poca
distancia, próximo a donde está la tumba de su Madre Isabel, al pie de una
preciosa iglesia, se extiende el llamado desierto de San Juan. Un lugar de
espeso arbolado, privado de edificaciones. Como solo lo he visto desde arriba
no puedo estar seguro, pero me parece que el bosque es de encinas muy tupidas.
Se retiró al desierto dice el evangelio y yo más bien diría, se encerró en un
desierto, hasta que llegada la madurez marcho a un despoblado de algo así como
30km, de este a oeste. Atravesó el Jordán y en un lugar donde el rio traza
grandes meandros y la corriente discurre lentamente, con alguna poza no
demasiado profunda, que permitiría muy bien hundir en el agua a una persona, es
decir bautizar.
Empezó entonces a
proclamar la misión que se le había encomendado. Una misión preparatoria,
humilde, sin antojos, ni satisfacciones personales, ni para gozo de sí mismo
exclusivamente, como afirman los que dicen sentirse realizados. Si de alguno
recibió admiración, no tuvo inconveniente en facilitarle que le abandonase y se
fuera con el que anunciaba, el que realmente era el Mesías. Fueron los primeros
discípulos del Maestro. Él, Juan, hubiera dicho, en lenguaje de nuestro tiempo,
que era un donnadie, un mandao.
Conviene que
crezca Jesús y que el disminuya, dijo de sí mismo.
Pese a esta
humildad Jesús diría más tarde que no había nadie nacido que le superase.
Pese a tan
aparentemente sencilla función, nos diría sin duda, que se sentía muy bien
realizado, si hubiera querido traducirse a sí mismo a nuestro lenguaje actual.
Sucedía esto en
una población llamada Betania, que nada tiene que ver con aquella en que vivía
Lázaro, Marta y María. A Herodes Antipas no le hacían
gracia los sermones del Bautista, hay que reconocer sinceramente, que no gozaba
de especial empatía, más bien era severo y radical, algo antipático sin duda.
Lo único que precisaba el mundo de entonces, y el de ahora también era gente
santa. Yo que os estoy escribiendo, amigos lectores, os confieso que siento
pánico por los que se esfuerzan en ser simpáticos y sonríen y ríen
continuamente, para con ello creerse atractivos. Al principio lo son, después…
observarlo vosotros mismos.
No le hacía
gracia al reyezuelo, pero lo respetaba o más bien le temía. Quien por él sentía
mayor odio era su amante, tal inquina le tenía que logró que fuera encerrado en
Maqueronte, un castillo-palacio-fortaleza situado al
sur a unos 25 Kilómetros, la precisión del lugar la señala el historiador
Flavio Josefo. Sus ruinas hoy están situadas en tierras jordanas. Allí murió un
día, pero hoy no es momento de mayor comentario.
Vuelvo cambiar de
tercio.
Eran ilustres
social y eruditamente, los que le preguntaban y no querían dejarle sin saber quien era, que hacía y qué pretendía. Juan era sabio no
ilustrado, capaz de sintetizar sin equívocos y les dice sencillamente:
convertíos.
Creo yo que es lo
mismo que a nosotros hoy nos dice. ¿y para qué
convertirse? Para estar alegres, ser felices, nos lo recomienda Pablo en la
segunda lectura de la misa de hoy.
Pese a la
pandemia, a los coronavirus que nos acechan, seamos agradecidos al Señor. Nadie
es desdichado del todo, pese a que pueda sufrir mucho. El componente de júbilo
que anida en nuestra personalidad, por pequeño que sea, es superior a la
angustia que podamos sentir y esa pequeña semilla de gracia, si la dejamos
germinar y crecer, nos conducirá al gozo eterno.
Aquel que pone
límites a su existencia, que cree que todo desaparece cuando se le acaba el
tiempo, que no tiene en cuenta la existencia eterna, difícilmente vivirá
satisfecho.
Pero que nadie lo
olvide y se pregunte ¿de qué debo convertirme? ¿Cómo debo hacerlo? ¿Cuál es la
manera?