IV
Domingo de Adviento, Ciclo B
María,
enséñanos a decir “amén”
La cercanía del nacimiento de Jesús
La Navidad está muy cerca y conviene ir concentrando la
atención en el gran misterio que celebramos: el nacimiento de Jesús, el Señor,
en el portal de Belén. Este domingo se anuncia la proximidad
de este nacimiento, el misterio de Dios proclamado como Evangelio por el
apóstol Pablo. Es el misterio grandioso de un Dios que se hace niño y pobre.
Los evangelios nos presentan dos figuras humanas preeminentes de la Navidad,
María y José, de las cuales el evangelio de Lucas este domingo destaca
sobremanera la de la Virgen.
La Virgen María ante la Navidad
La Virgen María es
la figura del cuarto domingo de Adviento. Ella,
abriéndose por completo al plan divino sobre la historia humana y permaneciendo
siempre fiel a su palabra, experimentó en su humildad la grandeza del misterio
de Dios, al cual consagró toda su vida tras descubrir la misión decisiva para
la que, por pura gracia, había sido escogida: la misión de engendrar y dar a
luz a Jesús, el Mesías. María es la
colmada de gracia de parte de Dios. Y su gracia ha consistido en haber
sido elegida y destinada por Dios para que, dejándose impregnar por el Espíritu
Santo, engendrara y diera a luz al Salvador.
La dicha del misterio de Dios en el hombre
Que la Virgen María sea la colmada de gracia es una
realidad que tiene para nosotros, los creyentes, consecuencias extraordinarias,
pues esto que en María era un canto definitivo de toda su vida, es también ya
para nosotros una realidad en medio de las vicisitudes históricas de nuestra
existencia. En la carta a los Efesios se
hace extensivo ese derroche de gracia, con el mismo verbo "agraciar"
o “colmar de gracia” (Ef 1,6), también a los creyentes, de
modo que sintiéndonos elegidos antes de la creación del mundo y destinados a
vivir como hijos del Padre, participemos de la inmensa alegría de haber sido
colmados de gracia por el Hijo y en el Hijo. Conocer a Cristo, seguir sus pasos
y orientar nuestro futuro según el suyo, es para sentirnos, como María, verdaderamente dichosos y tocados definitivamente
por la gracia de
Dios, siempre y sólo por medio de Jesucristo y por los méritos de su muerte y resurrección. Este
es el misterio escondido de Dios, el Evangelio por antonomasia,
revelado a todos los pueblos, del cual trata Pablo en la carta a los Romanos (Rom 16,25-27).
La gracia y la respuesta de María
La diferencia entre María y
cada uno de nosotros es que en ella la realidad de la gracia desbordante de
Dios es proclamada por Lucas como
una donación de Dios y como una respuesta creyente de María, ambas siempre
vigentes, mientras que en nosotros el don de la gracia nos ha sido dado en
Cristo, pero el aspecto del tiempo verbal griego de la carta a los Efesios
destaca el don como un
acontecimiento real, ya acontecido, pero
no tanto la respuesta de la fe, la cual depende de nosotros y por eso cada
uno de nosotros tiene que seguir escribiéndola en la vida.
El “amén” de María
Para vivir esta realidad el único requisito es la fe
activa. La palabra "Amén" podría
sintetizar esa actitud de fe, tal como María refleja al decir: "Hágase en
mí según tu palabra". La fe tiene dos componentes esenciales y
complementarios: por una parte, la fe significa fiarse,
confiar, creer en el otro y en su verdad, y al mismo tiempo, la fe
comporta estar firme y
permanecer activo en la verdad, saber aguantar y perseverar con
fidelidad en las propias convicciones. Esa fe es la que se expresa en la
palabra hebrea no traducida: Amén.
Colmados de gracia en Cristo
Por su fe, la Virgen María creyó en la palabra del Señor,
se abrió al plan de Dios sobre ella y sobre la historia humana y permaneció
siempre fiel a su palabra. El mensaje de la fe se carga de esperanza y de
alegría al unirnos en el tiempo del adviento al amén de María. De este modo los
creyentes podemos convertirnos, como ella, colmados
de la gracia divina por medio de Cristo, en testigos vivos del amor y
de la paz en medio del egoísmo y la violencia que impera en nuestro mundo, y en
artífices de un mundo de justicia, de bondad y de belleza en el contexto de
injusticia y de maldad que tantas veces nos abruma. Hoy estamos llamados a
sentirnos colmados de la gracia de Dios y servidores gozosos del Evangelio como
la Virgen María para hacer de nuestras vidas un canto de alabanza a Dios.
Desconcertados como María y abiertos a la vida
La intervención de Dios en nuestras vidas puede desconcertarnos, como le
pasó a María. Ella no vivía con un hombre e iba a ser madre, Isabel era ya
vieja y estéril, pero esperaba también un hijo, hay muchas realidades que nos
parecen imposibles, pero son posibles para Dios. También nosotros podemos estar
algo desconcertados en estos días previos a la Navidad. Si nos ha
sobrevenido o se ha reactivado algún mal que nos agobie, si tomamos conciencia
del mundo de tinieblas en que estamos metidos, desde la pandemia que nos tiene
amenazados a todos hasta cualquier otra manifestación de dolor que nos
desborde, incluso cuando vemos que el rumbo de esta sociedad va a la deriva en
una cultura de muerte que atenta de diversas maneras contra la vida humana (el
hambre, el aborto, la eutanasia), este domingo anuncia la vida que nace y se hace
espléndida en un Hijo que
es Hijo de María e Hijo de Dios y cuyo Reino no tendrá fin, porque
este Hijo será el único vencedor de la muerte y nos hace partícipes de su vida.
El que nace es Jesús, el Señor, Dios con nosotros, para siempre y en toda circunstancia.
Por eso podemos escuchar el Evangelio como oráculo de salvación, tal como en su
desconcierto lo escuchó María: ¡No temas! ¡Alégrate! Y ese Evangelio, escuchado
y acogido, hizo y hace posible la Navidad de Dios entre los hombres.
Escuchar la palabra del Evangelio
Si queremos prepararnos bien para la Navidad, sólo tenemos
que escuchar la Palabra
fecunda del Evangelio, que, como a María, nos
llena de alegría y de gracia, debemos acoger la promesa del Reino de Dios
que viene con el Mesías, sabiendo que para Dios nada hay imposible, y hemos de
decir siempre “Amén” a
la nueva presencia de Dios en la historia, en los crucificados, en los pobres,
en los marginados y excluidos, y especialmente en los niños que sufren, pues
todos ellos son el verdadero y nuevo rostro de Dios en este mundo.
José, de la estirpe de David
El otro gran personaje del nacimiento de Jesús es José,
que era de la estirpe de
David, de la cual trata la lectura dominical de 2
Sm 7,1- 17. En
este texto se encuentra el origen de una gran tradición
mesiánica, vinculada a la casa de David y que culmina en el Nuevo
Testamento con la manifestación de Jesús en la cruz como revelación paradójica
de Dios. La presencia de Dios en el mundo no estará vinculada ya a ningún
templo sino al crucificado, reconocido como Hijo de Dios incluso por los no
creyentes, tal como el centurión confiesa al pie de la cruz en el evangelio de
Marcos (Mc 15,39). En este texto de 2 Samuel entran en juego las
distintas acepciones de la misma palabra “casa” en la Biblia.
El niño de Belén es el verdadero templo de Dios
El rey David pretendía construir una casa-templo al Señor (2 Sm
7,5), pero el profeta Natán le anuncia que será Dios el que dará y construirá a
David una casa-descendencia (2
Sm 7,11.16.27), es decir, una descendencia, que,
a su vez, construirá una
casa-templo (2 Sm 7,13) en honor de Dios. Es en el NT donde se cumple
plenamente este oráculo mesiánico, exactamente en la muerte
y resurrección de Cristo. Tras la muerte de Jesús, el velo del templo se
desgarró y quedó destruido. Y la casa-templo
de Dios desde entonces sólo será el
cuerpo de Cristo, el niño pobre de Belén y el crucificado-resucitado en
Jerusalén. La promesa mesiánica, cuyo origen se remonta a David en el
oráculo de Natán, se realiza en la persona de Jesús, el que nació pobre entre
los pobres y murió crucificado entre los marginados. Éste es el verdadero
templo de Dios, el Hijo de Dios y el Hijo de María, evangelio y misterio de
Dios revelado al mundo, cuyo nacimiento rememoramos en cada Navidad.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura