Fiesta. Sagrada
Familia de Jesús, María y José
La
protección de los débiles desde la familia cristiana
La fiesta de la Sagrada Familia
La fiesta
de la Navidad nos acerca en el día de la Sagrada Familia a la contemplación
particular de las tres figuras que la componen concentrando siempre la atención
en Jesús. El texto evangélico es el de la presentación de Señor Jesús en el
templo narrado por Lucas (Lc 2,22-40). En el
templo de Jerusalén dos figuras no sacerdotales, la de Simeón y Ana, hombre y
mujer, se presentan como testigos de toda la humanidad redimida que se abraza a
su Señor, reconociendo, celebrando y proclamando que el encuentro con Jesús, el
Mesías Salvador, es la causa de la gran alegría del ser humano, pues en él se
cumplen todas las promesas divinas, se contempla la salvación y se revela la
luz de Dios a todos los pueblos y naciones de la tierra. Éste es el contenido
del maravilloso himno de Simeón. Pero Lucas muestra, además, la misión singular
de la Virgen María.
María en
el primer anuncio de la pasión
A ella
particularmente, como primera discípula de Jesús, va destinado el segundo
oráculo de Simeón que es de estilo profético y constituye también un primer
anuncio de la pasión al revelar el camino y el destino paradójico del
mesianismo de Jesús, pues él será al mismo tiempo piedra de choque (cf. Is 8,14) y de resurrección para la multitud. Jesús
será signo discutido a lo largo de su vida pública hasta la entrega de la vida
en la cruz. La participación discipular de María en el destino de su hijo queda
reflejada en la imagen de que una espada traspasará su vida, con lo cual se
revela que ella es la candelaria de la luz mesiánica que su Hijo en la cruz
será para el mundo. La otra mujer de la escena, la profetisa Ana, viuda,
representante de los pobres que esperan siempre la liberación, glorifica a Dios
al contemplar a Jesús el Mesías, como también hará el centurión al contemplar la
muerte de Jesús en la cruz. También Ana se convierte así en
mensajera del evangelio, pues habla de Jesús a todos los que aguardan la
liberación.
La
Sagrada Familia
De la
mano de la Virgen María y de San José, su esposo, y como Simeón y Ana, que
tuvieron la dicha de tener en sus brazos a Jesús, hoy es un día hermoso para
presentar ante el mundo a Jesús como luz de todos los pueblos y como nuevo
templo de Dios, al cual pueden tener acceso todos los seres humanos. Gracias a
la mediación solidaria y fraternal de Jesús, nuestro hermano, el hermano de
toda la familia humana, y con él la humanidad entera constituye el nuevo templo
de Dios, es decir, el lugar de la presencia de Dios en la historia. Como Ana,
hablemos de Jesús abiertamente a los demás, pues quien se encuentre con él,
encuentra la alegría de la vida.
La
familia de Dios
En estos
días de Navidad, concentrados en Jesús, junto a María y José, nace la familia
de Dios, la fraternidad mesiánica universal, la nueva familia que encabezada
por Jesús abre un tiempo irreversible de luz en esta tierra de sombras. De esta
familia ya forman parte los pobres, como Ana y Simeón. La misión de José y
María fue proteger y cuidar al niño Jesús para que éste saliera adelante en su
vida. La de Ana y Simeón fue anunciarlo al mundo, después de encontrarse con
él. Ésta es también la gran misión de la familia cristiana y de las conciencias
responsables en la vida de la Iglesia.
La
preocupación eclesial por las familias
La
familia es, al mismo tiempo, la gran preocupación de la Iglesia en este
momento: La familia vive un proceso de desintegración, erosionada por el
egoísmo, la infidelidad, el amor libre, las separaciones, la falta de respeto
mutuo, la falta de comunicación y de diálogo, el machismo, la rutina y la
rivalidad entre los esposos. En nuestro tiempo la desestructuración familiar es
clamorosa pues el número de matrimonios civiles se ha incrementado muchísimo en
relación con los matrimonios sacramentales, como también ha aumentado mucho el
número de las parejas que ni siquiera se casan, ni por lo civil ni por la
iglesia. Asimismo la legislación permisiva del aborto se va ampliando,
atentando claramente contra el derecho a la vida de los no nacidos. También se
van abriendo camino, en países como España, leyes como la de la eutanasia, que
reflejan un crecimiento de una mentalidad nada respetuosa con la vida de los
demás.
La misión
de la familia es cuidar la vida
Sin
embargo, proteger y defender a los más débiles y a los inocentes,
particularmente a los no nacidos y a los no fallecidos, a las mujeres
maltratadas, víctimas de la violencia asesina, a los niños, a los jóvenes y a
los ancianos abandonados, a los enfermos desahuciados y terminales y a todo
tipo de pobres, es la gran tarea de la familia cristiana en la Iglesia. Y si esto
conlleva como resultado la confrontación con poderes públicos, con
instituciones, con Estados o con ideologías que persiguen, descuidan o
abandonan a los inocentes, hemos de tener como referente a San José, el hombre
justo que, más allá de la legalidad imperante, y a veces permisiva del mal, se
sitúa en el orden de la justicia divina y concentra su misión en sacar adelante
la vida del Niño Jesús, confiando siempre en que el plan de Dios se cumplirá.
Sacar adelante la vida de toda persona es la gran misión de la familia
cristiana.
Actitudes
y valores cristianos en el interior de la familia
La Carta
a los Colosenses, por su parte, despliega todo un elenco de actitudes y de
conductas centradas también en Dios para exhortar a los creyentes a vivir y
enseñar la auténtica sabiduría (Col 3,12-21). Por eso, especialmente en las
relaciones familiares, se requiere misericordia, bondad, humildad, dulzura,
comprensión y, sobre todo, una vida en la que fluya el perdón recíproco. El
libro del Eclesiástico proyectaba (Eclo 3,3-7.14-17)
estas actitudes particularmente en las relaciones de los hijos hacia los
padres, y concedía al respeto y a la honra hacia el padre y la madre, así como
la atención y el cuidado hacia ambos, el altísimo valor de perdonar pecados.
Todas estas virtudes tienen su culmen en el amor y han de ser las señas de
identidad de quienes viven en continua acción de gracias al Padre, dejando que
la Palabra habite en todos nosotros y enriquezca nuestras vidas.
En
permanente acción de gracias
La carta
a los Colosenses repite hasta tres veces la necesidad de dar gracias a Dios.
“De bien nacidos es ser agradecidos” dice nuestro refrán popular. Esa
orientación de la vida hacia la gratuidad en todos los órdenes, gratuidad que
es anterior a todo derecho, y con una gratitud constantemente
celebrada ante Dios es la clave de la verdadera fuente de la alegría humana,
que encuentra su culmen en toda Eucaristía.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura