II
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Seguidores
del Cordero, Maestro y Mesías
El seguimiento de Jesús
La identidad de Jesús se va desvelando poco a poco a lo
largo de cada Evangelio, a partir de la contemplación de sus obras y palabras,
y especialmente a partir de su muerte en Cruz y su Resurrección. El evangelista
Juan, sin embargo, no espera hasta el final para mostrar lo que los discípulos
percibieron y encontraron en Jesús, componiendo una escena entrañable. El
bautista presenta a Jesús en el fragmento de hoy, en primer lugar, como el Cordero de Dios, del
cual había dicho antes que quita el pecado del mundo (Jn
1,29), pues Jesús se ha sumergido con su bautismo en el mundo del pecado para
cargar con el pecado, destruirlo con su muerte y vencerlo para siempre con su
vida; en segundo lugar, como Maestro con
el cual hay que convivir, si se quiere ser un verdadero discípulo; y después,
como Mesías, el
Ungido por Dios. El seguimiento
de Jesús es el tema dominante que marca el perfil de los discípulos.
De este seguimiento deriva la vocación a la nueva identidad y misión que emana
del encuentro con Cristo. Pedro, llamado por Jesús con el nombre de Cefas - Piedra, lo pone de manifiesto. Al comienzo de este
año cada uno de nosotros está llamado a descubrir progresivamente a Jesús y a
descubrir nuestra identidad como discípulos suyos.
El símbolo del Cordero Pascual
El Cordero
de Dios (Jn 1,29.36) es un término simbólico
precioso, creado por Juan a partir de distintas figuras y textos del Antiguo
Testamento, recogidas en otros lugares del Nuevo Testamento (Is 53,7, cf. 1 Jn 2,; Ex 12,5.7; cf. 1 Pe 1,19; 1 Cor 5,7); Gn 22,2.13; cf. Rom 8,32; Jn 10,11.15; Apo 5,6.12; 13,18; Apo 7,17; 7,14, etc.). Sin embargo, quisiera iluminar un
poco más la imagen joánica del Cordero Pascual desde
el sentido redentor que
tiene éste en 1 Pe 1,19. Allí la comparación de
Cristo con el cordero sindefecto remite a la celebración de la Pascua en
Ex 12,1-14 y presenta el acontecimiento del rescatede
las personas gracias a la sangre
preciosa de Cristo.
Liberados de todo atavismo por la
sangre del Cordero
Según 1 Pe 1,18, los creyentes, gracias a la sangre de Cristo,
como Cordero pascual, han sido liberados de un estilo de vida absurdo para
vivir en una situación radicalmente nueva, la vida que brota de la regeneración
mediante la resurrección de Cristo. El tipo de vida del que se han liberado los
cristianos había sido calificado en 1 Pe 1,14 como un tiempo de ignorancia,
pues no eran conscientes de la liberación que había tenido lugar mediante la
pasión y resurrección de Cristo, como tantas veces nos ocurre a nosotros
mismos. La conducta correspondiente
al tiempo de la ignorancia es calificada como absurda y atávica, es decir, con
formas de vida heredadas de los antepasados, arcaicas, anacrónicas y sin
sentido. Se refiere,sin duda, a toda la falsedad, la hipocresía, el engaño,
la envidia, la maledicencia (1 Pe 2,1) y todo tipo de libertinajes, borracheras,
comilonas, orgías e idolatrías nefastas (1 Pe 4,3).
Liberados del pecado por el Cordero de Dios
Hemos de tomar conciencia de que Jesús
es quien nos libera de tanta ignorancia y además quita verdaderamente el
pecado del mundo, desde el pecado más personal al más estructural, puesto que
todo pecado aniquila al ser humano. Las ansias de poder, laenvidia,
el egoísmo, la avaricia, la lujuria, todos los pecados capitales generan
corrupción, violencia, mentira, injusticia y desigualdad. Frente a las
ideologías que atentan contra la vida, la libertad y la dignidad de las
personas, contra todas las ideologías excluyentes, racistas y xenófobas, los creyentes
sabemos que nuestra palabra, una palabra solidaria con todos los que sufren,
especialmente si ésta va acompañada del sufrimiento por la causa del Evangelio,
es una palabra que muestra
a Jesús, que lleva al encuentro con Cristo y comunica la presencia del
Resucitado y así hace partícipes a los seres humanos y a los creyentes del
misterio de Cristo, Cordero de Dios que nos libera y nos llama a seguir sus
huellas.
La transformación definitiva de nuestro cuerpo
La lectura paulina (1Cor
6,13-20) está centrada en la transformación personal que lleva consigo la
vinculación de nuestro cuerpo al cuerpo de Cristo y nuestra pertenencia a Dios. El
cuerpo humano es la persona en toda su integridad, vista desde su capacidad de
relación con los demás. El cuerpo es el "yo" que se comunica, que
está en relación con los otros. Y dado que desde el bautismo ya estamos
vinculados a la persona de Cristo, nuestra identidad personal, nuestro cuerpo y
nuestras relaciones personales deben estar
impregnados por el Espíritu de Cristo que habita en nosotros.
El cuerpo como don de Dios
Sobre el tema del cuerpo hay varios aspectos que destaca
este fragmento paulino: 1) el
cuerpo es un don de Dios y por tanto no nos pertenece a nosotros
mismos, 2) por nosotros Cristo ha pagado un precio con su muerte, y nos ha
liberado del sometimiento al mal, al pecado y a la muerte, 3) el cuerpo es
templo del Espíritu Santo y 4) Dios, que resucitó al Señor Jesús, nos
resucitará también a nosotros. Por eso la vocación cristiana más profunda
es la de vivir en el amor, uniéndonos al Cuerpo de Cristo. Como el cuerpo de Cristo es un cuerpo de
amor, un cuerpo que se entrega y que se hace don para los demás y por
los demás, así los cristianos hemos de ser cuerpos que se entregan a servir y
ayudar a los demás. El de Cristo es el Cuerpo eucarístico: "Esto es mi
cuerpo que se entrega por vosotros" (Lc 22,10).
La vocación cristiana a ser cuerpo entregado
Desde esta perspectiva de amor y de donación no cabe en la
existencia cristiana una vida de lujuria y de frivolidad. La intimidad más
profunda y misteriosa del cuerpo humano en su dimensión relacional es la
sexualidad, que, desde la pertenencia mutua, del cuerpo al Señor y del Señor al
cuerpo, está llamada a vivirse como
donación y entrega en el amor más gratuito, desinteresado y auténtico y
que tiene su fuente en el amor eucarístico. De ahí que todo comportamiento
sexual que no tenga como motivo y como objetivo la vivencia del amor, de la
donación íntegra de la persona en el respeto y agradecimiento al otro como un
don que pertenece a Dios, es porneia, lujuria
e inmoralidad, es decir, uso, abuso, instrumentalización egoísta, explotación y
cosificación de la persona, de la otra persona y de su intimidad o de la
propia, todo lo cual dista mucho de la gran vocación
cristiana y eucarística a la que hemos sido llamados, tanto en la entrega matrimonial
como en la entrega del celibato.
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura