III Domingo del Tiempo Ordinario B
El
domingo de la Palabra
Celebramos por segundo ańo en
toda la Iglesia el Domingo
de la Palabra de Dios, fiesta que coincide con el tercer
domingo del tiempo ordinario. Así lo estableció el Papa Francisco en su Carta
Apostólica en forma Motu Proprio, “Aperuit Illis”, para
“hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para
nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo
esa riqueza inagotable”. El nombre se corresponde con las dos primeras palabras
en latín del texto bíblico de Lucas que narra que Jesús Resucitado, estando con
sus discípulos, «les abrió
el entendimiento para comprender las Escrituras» (Lc
24,45). Y para ello les abrió también
las Escrituras (cf. Lc 24,32) de igual modo que se les abrieron los ojos para
reconocerlo al partir el pan (cf. Lc 24,31). Lucas
utiliza casi en exclusiva este verbo “abrir”, pues
lo hace siete veces de las ocho que aparece en el Nuevo Testamento. Dios quiera
que abramos también nosotros, más y mejor, las Escrituras para que se nos abra
el entendimiento y el corazón (Hech 16,14).
La actividad de Jesús es predicar
el Evangelio del Reino
En el Evangelio de hoy comienza
la actividad de Jesús en el clima amenazante de la detención de Juan el
Bautista (Mt y Mc), con cuyo testimonio se vislumbra el resultado trágico de la
misión de Jesús, pues también en eso Juan fue precursor. Nos dice el evangelio
que Juan fue “entregado” (verbo típico de los anuncios de la pasión y de la
pasión misma). La
actividad de Jesús se encuentra resumida en el
texto de este domingo, como anticipando todo lo que se a narrar más adelante.
Jesús comienza su actividad pública y empieza a predicar
el Evangelio de Dios. Él proclama la cercanía inminente del tiempo de Dios presente
en la historia humana que apela urgentemente a la conversión del corazón, al
cambio de vida y de mentalidad para experimentar la
alegría del Reinado de Dios, Reino que en la
persona de Jesucristo definitivamente se ha manifestado.
El Reino apremia y requiere la
conversión
Al comienzo de su obra Marcos
presenta claves fundamentales para la lectura de su obra: “Jesús fue predicando el Evangelio de Dios y diciendo: Se
ha cumplido el plazo y se ha acercado el Reino de Dios; convertíos y creed en
el Evangelio” (Mc 1,14-15). Este mensaje inicial de
Jesús es el Evangelio de Dios y tiene un doble contenido: Un anuncio y un
mandato. El apremio de la cercanía del Reinado de Dios requiere la conversión. El anuncio del Reino, como don imparable de
parte de Dios, es una
realidad viva y dinámica, que nada ni nadie puede
detener. Su definitiva proximidad es una propuesta abierta y universal para que
la humanidad participe en la salvación que Dios le ofrece.
El Reino de Dios como expresión
de su amor
El Reino de Dios es el misterio del amor de Dios que establece una relación nueva, personal y dinámica con los
seres humanos, y, al ser acogido por ellos, toda la vida humana queda
trastocada, impregnada y regenerada por Dios. El Reino de Dios es Dios mismo
que ama a todo ser humano y se acerca a toda persona para establecer una
relación personal de amor, que conduzca a la más profunda alegría. Por eso la
interpretación del Reino de Dios como “Reinado
de Dios” en el corazón humano evoca el carácter personal y plenificante del
amor de Dios, que viene dado en Jesús, el cual se ha acercado definitivamente
al hombre y consumará
su amor en la entrega de la cruz, en su muerte y resurrección. Acoger este
misterio de gracia es clave para que el reinar de Dios se vaya manifestando a
través de la conducta de cada persona con todas las consecuencias que conlleva
en la interioridad humana, tanto en la espiritualidad, como en la mentalidad y
en las relaciones sociales.
La conversión conlleva un cambio
de mentalidad
En la vida cristiana la
conversión es un proceso personal de discernimiento y transformación espiritual que
permite revisar nuestra conducta habitual, nuestras actitudes fundamentales y
nuestra mentalidad, para cambiar de rumbo nuestra vida ante la llegada
inminente del Reino. La
conversión consiste en transformar nuestra mentalidad para
entrar en el dinamismo espiritual que lleva al seguimiento de Jesús en su
camino hasta la cruz y, por ella y con él, hasta la vida nueva en el amor. El
verbo griego subyacente refleja esa transformación total de la mente. Es la metanoia que implica
creer en el evangelio como Buena Noticia. Pero la invitación que hace el texto
de Mc 1,15 no es sólo a creer en Dios, sino a creer en
ese Evangelio, es decir, creer en Jesús, en su
mensaje y en su obra de liberación, reconociendo que su misión profética
conflictiva y su destino de muerte violenta e injusta constituyen paradójicamente la Buena Noticia de la
salvación para los seres humanos, pues en la
acogida de su palabra, en la percepción de su presencia y en el seguimiento
radical de sus pasos se vive ya en el dinamismo del Reinado de Dios.
El Reino y el seguimiento radical
de los discípulos
La estrecha vinculación de los discípulos con Jesús constituye
desde las primeras páginas del evangelio una realidad primordial para el
anuncio de la cercanía
inminente del Reino de Dios y su presencia en esta
tierra. A la proclamación inicial de Jesús sigue el relato de la llamada a los
primeros discípulos, en el cual se cuenta que Jesús, junto al lago de Galilea,
vio a dos parejas de hermanos, Pedro y Andrés, Santiago y Juan, y los
llamó para seguirle. La singularidad de esta llamada de Jesús tiene aspectos
muy significativos que marcaron la importancia del discipulado inicial en su seguimiento radical de Jesús.
La llamada de Jesús requiere
prontitud y cambio rotundo
Es Jesús
quien tiene la iniciativa de llamar a aquellos
discípulos, lo cual revela su enorme autoridad y la trascendencia de su misión,
equiparable a la función de Dios en los relatos de vocación del Antiguo
Testamento. Jesús llama a los que él quiere, pero se percibe en él un criterio de elección al
escoger a personas capaces de ayudarle en la misión de proclamar y hacer
presente el reinado de Dios. Junto a la prontitud
en la respuesta, la vocación supone un cambio de vida radical y rotundo.
Lo dejaron todo hasta la negación de sí mismos. La radicalidad del seguimiento
de los primeros discípulos, tal como se dibuja en todo el evangelio, apunta
hacia un doble objetivo: la íntima relación el Seńor y la colaboración en la
misión apremiante de trabajar por el Reino de Dios y su justicia.
La vocación especial a compartir
el estilo alternativo de vida de Jesús
El hecho de que la vocación de los discípulos sea
la primera acción de Jesús en orden a mostrar la cercanía del Reinado de Dios
significa que Jesús
quiso contar desde el principio y para siempre con
un grupo personas especialmente
llamadas para compartir su
mismo estilo de vida, marcado por una forma de vida alternativa y por una gran libertad en el comportamiento contracultural frente
a los valores e instituciones del sistema dominante. Sólo así ese grupo de
discípulos podría servir al Reino de Dios por el que Jesús apasionadamente
vivió y murió. De aquel círculo más cercano a Jesús formaban parte, además de
los Doce, Natanael, José y Matías (Hch 1,21-22), y algunas mujeres, que siguieron y sirvieron
a Jesús (Lc 8,1-2 y Mc 15,40-41). Su testimonio sigue
arrastrando hoy a muchas personas entregadas totalmente al servicio apasionado
de Jesucristo y del Reino de Dios y su justicia particularmente desde la vida
misionera o religiosa. Especialmente estas personas son las que están
convencidas de que con el
Evangelio irrumpe una alegría inextinguible en
medio de los
hombres. Por ello celebramos hoy la fiesta del
Evangelio.
José Cervantes Gabarrón,
sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura