TIEMPO ORDINARIO – DOMINGO V B
(7-febrero-2021)
Jorge Humberto
Peláez S.J.
Corazón sensible y vida interior
ü
Lecturas:
o
Libro
de Job 7, 1-4. 6-7
o
I
Carta de san Pablo a los Corintios 9, 16-19. 22-23
o
Marcos
1, 29-39
ü
La
meditación continua de los Evangelios nos permite avanzar en el conocimiento de
Jesús: su identidad como Hijo de Dios, su misión, su profunda sensibilidad ante
el dolor humano, sus actitudes firmes ante la injusticia y el abuso de poder,
su extraordinario sentido pedagógico para comunicar las verdades más profundas
a través de un lenguaje sencillo y con imágenes que pertenecían a la vida diaria
de quienes lo escuchaban (las ovejas, la vid, la higuera)
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El
texto del evangelista Marcos que acabamos de escuchar pone de relieve dos
rasgos del ministerio de Jesús: la curación de los enfermos y su intimidad con
el Padre. Esta escena tiene lugar en los comienzos de su ministerio, un día sábado,
en la ciudad de Cafarnaúm. El sábado estaba dedicado a la oración y al descanso.
Jesús, después de participar en los ritos de la sinagoga, se dirigió a casa de
Simón y Andrés, acompañado de Santiago y Juan. Al llegar, se enteró de la
enfermedad de la suegra de Simón y la curó. A la puesta del sol, la ciudad recuperó
su ritmo normal y empezaron a llegar los enfermos para que Jesús los curara.
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La
curación de los enfermos es un rasgo muy importante dentro de la misión de
Jesús. Se conmovía profundamente ante el dolor ajeno. Sus acciones milagrosas
no se limitaban a curar los males que afligían a la gente, sino que iban más
allá del resultado físico, y transformaban los corazones para que se abrieran
al mensaje de salvación. Son manifestaciones de un amor misericordioso. Su
anuncio del Reino de Dios es inseparable de estos gestos de misericordia y
compasión.
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La
acción evangelizadora de la Iglesia debe replicar este mismo modelo que
caracterizó a Jesús durante su ministerio apostólico: el anuncio de la Buena Nueva
es inseparable de las acciones de misericordia ante el dolor de los hermanos.
Es impresionante la obra social de la Iglesia en todos los continentes, para
atender a los niños, a los ancianos, a los enfermos, los refugiados. En los lugares
más lejanos y abandonados de la acción del Estado, encontramos instituciones de
la Iglesia al servicio de los más pobres; allí están miles de religiosos y laicos
que desafían todas incomodidades y hacen visible el amor misericordioso de
Jesús.
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El
segundo rasgo del ministerio de Jesús es su intensa vida interior. En numerosas
páginas del Nuevo Testamento leemos que Jesús se retiraba a orar, lejos del
bullicio de los que lo seguían. Nuestras palabras son incapaces de expresar la profundidad
del diálogo entre el Padre y el Hijo.
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Aquí
encontramos un mensaje importantísimo para quienes tenemos responsabilidades particulares
en la acción pastoral. No podemos caer en un activismo frenético. Esta vocación
de servicio debe alimentarse de una sólida vida espiritual. Somos simples
colaboradores del Señor en su trabajo para plantar la semilla del Reino. La
eficacia de lo que hacemos no depende de la tecnología que utilicemos ni de la
logística con que organicemos los eventos. Quien hace crecer la semilla de la Palabra
en el interior de cada uno es el Espíritu Santo. Recordemos que proclamamos la
Palabra de Dios y no nuestros conceptos particulares. Y la apropiación de esa Palabra
sólo se logra a través de la oración.
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En
síntesis, el texto del evangelista Marcos que acabamos de escuchar nos invita a
profundizar en dos rasgos de la vida de Jesús: su profunda sensibilidad ante el
dolor humano y su intimidad con el Padre. Estos dos rasgos deben estar presentes
en la vida pastoral de la Iglesia: atender a los pobres y a todos los
necesitados, y nutrirse con una intensa vida de oración.
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Los
invito a que avancemos en nuestra meditación dominical y reflexionemos sobre el
texto de la I Carta a los Corintios que nos propone la liturgia de este domingo.
Allí encontramos el apasionado testimonio de un hombre que respondió con total generosidad
al llamado del Señor: “¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!”. Para san Pablo,
el anuncio del Evangelio no era una actividad que realizaba en sus horas
libres, sino que fue su proyecto de vida: “No lo hago por propia iniciativa,
sino que desempeño una misión que me fue confiada”.
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Al
meditar en este testimonio de san Pablo, debemos recordar que todos los bautizados
tenemos la misión de anunciar la Buena Nueva del Señor resucitado. No es una
misión exclusiva de los curas, las monjas y de algunos laicos comprometidos. Es
una tarea que compete a todos. Esta misión no pide que los médicos o ingenieros
o los contadores salgan a dictar conferencias sobre temas teológicos. Lo que se
nos pide a todos es dar testimonio de una vida íntegra en armonía con los valores
del Evangelio. Se predica actuando coherentemente en la familia, en el lugar de
trabajo, dentro del grupo de amigos, en la vida ciudadana. ¡Ay de mí, si no anuncio
el Evangelio!