V
Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Padre
Pedrojosé Ynaraja Díaz
VOCACIÓN
Y ORACIÓN
TEXTOS
del libro
de Job (7,1-4.6-7):
Habló Job, diciendo: «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus
días son los de un jornalero; Como el esclavo, suspira por la sombra, como el
jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches
de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me
harto de dar vueltas hasta el alba.
Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que
mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»
de la I de san Pablo a los Corintios
(9,16-19.22-23):
El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y,
¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso
mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este
oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio,
anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del
Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para
ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los
débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago
todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
del evangelio de san Marcos (1,29-39):
En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con
Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con
fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se
le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol,
le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba
a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos
demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó
de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te
busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar
también allí; que para eso he salido.»
Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los
demonios.
COMENTARIO
Yo no sé, queridos lectores, si sois
de aquellos que estáis preocupados por si lo que habéis decidido para el futuro
o para el próximo quehacer, incluso el mismo programa que imagináis dar a
vuestra jornada, en él os vais a sentir realizados.
Os advierto que dos palabras que hoy
se usan con frecuencia, esta misma de realizarse y la otra empoderarse, fueron
para términos para mí desconocidos hasta hace poco tiempo. He buscado en el
diccionario su definición para ver si en el texto de Pablo de la misa de este
domingo se podrían introducir. Sinceramente, creo yo que el Apóstol nos diría
que poco sabe el de realizarse. Durante los primeros tiempos de su vida se
entregó apasionadamente a perseguir a la Iglesia y poca satisfacción consiguió
en ello. Dice que ahora no tiene más remedio que predicar el
evangelio y ¡ay de mí si no lo hiciera!. ¿así que fue un reprimido?.
Fue feliz, nos diría y hasta tal
punto, que se movió por el Mediterráneo como pedro por su casa, cosa que
ninguno otro se había atrevido a hacer. Predicó, huyó, naufragó, le torturaron,
pese a ello se ganó amistades, hasta que finalmente fue arrestado y conducido a
Roma, allí, en la misma cárcel continuó fiel a su vocación, hasta ser condenado
a muerte y dando la vida por aquel que había perseguido primero y después
elogiado y enaltecido y adorado.
Seguramente que si le obligáramos a
utilizar el lenguaje de hoy en día, afirmaría que en su primera etapa sentía
satisfacción odiando y dando vía libre a su malquerencia donde fuera, pero que
feliz, feliz, nunca se sentía.
Gratuitamente fue invitado y
gratuitamente colaboró con los planes del Señor, con el que se sentía
totalmente identificado.
Realizarse o no, empoderarse poco o
mucho, nunca lo supo. Era otro su idioma y diferentes sus valores
.
Hace años, en mis tiempos que ejercí
de profesor, coordinados los responsables religiosos de los centros cristianos
de Vic, convocamos a los alumnos de secundaria a unos encuentros en los que
escogidas personas adultas de diversas profesiones, dieron testimonio de lo que
era y cómo vivía su profesión. Desde un empresario de fábrica, hasta una
artista y desde un profesor universitario, hasta una monja de clausura. Cada
uno expresó su gozo a su manera. Fueron tres reuniones que interesaron mucho a
los alumnos, no se habló de salidas profesionales o sueldos.
Cada uno, de acuerdo con lo
escuchado, decidiría su futuro. O pensando en lo que Dios le tendría preparado
y lo que esperaba de él. Tal era nuestro propósito.
Hoy en día, generalmente, se limitan
a ofrecer las salidas profesionales, las dificultades y los logros del camino a
emprender, aprendizajes, escuelas, cursos y cursillos y las consecuencias
económicas que supone. Sistema muy práctico de preparar, pero no sé si
suficiente para encaminarse en la vida.
Uno puede orientarla de joven o de
adulto y puede plantearse su próximo futuro aun habiéndose jubilado. O
diseñar un corto programa, para un viaje que inicia o una temporada sabática.
La primera lectura de la misa de este
domingo es un fragmento del libro de Job. Si uno pretende leerlo como quien
escoge una novela histórica o de aventuras, no podrá aguantarlo y abandonará el
texto enseguida.
Me imagino más bien escogerlo como
lectura pausada de vacaciones, suponiendo que uno es un beduino que recostado en
una palmera, observa y vigila su rebaño que en el desierto pace y lee poco a
poco, sin ninguna prisa. Tal lectura reposada enriquece la mente. La meditación
y la oración de súplica, son excelente y necesaria respiración del alma.
Pensarlo ahora un momento es
buena introducción para el evangelio.
Cuando uno se mueve libremente por
Tierra Santa es muy saludable detenerse un buen rato en Cafarnaún,
la Ciudad de Jesús, como reza el letrero de la entrada. Nada hay que pagar, ni
se siente uno vigilado, ni interrumpido, si no lo desea.
La casa a la que se refiere el texto
está bien localizada, con seguridad arqueológica. No hay ninguna duda.
Aceptarlo no exige ni Fe, ni devoción, es simple ayuda para la mente. Conozco
lo que queda de la casa desde mis primeros viajes, cuando el entorno de la
mansión estaba exclusivamente marcado por un muro octogonal. Hoy para proteger
las ruinas se ha levantado un edificio de maravillosa ejecución técnica,
arquitectónica, que a casi nadie satisface estéticamente, pero que permite
observar desde encima, a pocos metros, los espacios de descanso, el pasillo, el
área donde remendarían las redes etc.
En tal real decorado se sitúa la
narración de hoy y las de otros domingos.
Medita uno y admira la bondad del
Señor que a cada uno le da lo que necesita. Allí mismo curó un paralítico o
calmó la fiebre de la suegra de Pedro. Allí predicó, comió y durmió. ¿puede uno entonces contemplarlo mentalmente y preguntarse
qué hace uno de su vida? ¿encajaría en tal escenario?
¿Cuántos aparatos, vehículos, muebles, dinero en la cartera creería precisar?.
Seguramente uno se sentiría
incapaz de permanecer allí, a lo mejor o a lo peor, no sería capaz de
realizarse o empoderar su existencia. Ahora bien, tampoco el Maestro podía.
Debía y no podía prescindir, de ser fiel a la unión con el Padre, incluso
sensorialmente.
Reconocerlo nos consuela y nos invita
a imitarle también en lo que dice el evangelista. Se levanto
de madrugada y sumergido en soledad, dedicó su tiempo a orar.
En este como en tantos otros momentos
del peregrinaje por Tierra Santa o por cualquier otro lugar, uno recapacita y
se convence aun más de que bueno es observar y
analizar, pero que para rezar es preciso el silencio y la soledad y que tal
vez, mejor que en Cafarnaún, por evocador que pueda
ser, será más apropiado una ermita cualquiera, de cualquier sitio o un
silencioso rincón de cualquier iglesia, parroquia o catedral. Pero nunca omitir
la oración.
Y después, dale que dale, a servir a
Dios en donde sea y cómo sea, que para eso se nos concede el tiempo.
¡buenos días
nos des, Dios! Son las primeras palabras que gusto pronunciar. ¡Muchas gracias
nos des, Dios! ¡muchas gracias me des, Dios! Digo a
continuación y me gusta hacerlo en voz alta.