VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
MISTERIOS Y SIGNOS
Padre Pedrojosé Ynaraja Díaz
TEXTOS del Levítico (13, 1-2. 44-46)
El Señor dijo a Moisés y a Aarón:
—«Cuando alguno tenga una inflamación, una
erupción o una mancha en la piel, y se le produzca la lepra, será llevado ante
Aarón, el sacerdote, o cualquiera de sus hijos sacerdotes. Se trata de un
hombre con lepra: es impuro. El sacerdote lo declarará impuro de lepra en la
cabeza.
El que haya sido declarado enfermo de lepra
andará harapiento y despeinado, con la barba tapada y gritando: "¡Impuro,
impuro!". Mientras le dure la afección, seguirá impuro; vivirá solo y
tendrá su morada fuera del campamento».
De la I de San Pablo a los Corintios (10, 31—11,
1)
Hermanos:
Cuando comáis o bebáis o hagáis cualquier otra
cosa, hacedlo todo para gloria de Dios.
No deis motivo de escándalo a los judíos, ni a
los griegos, ni a la Iglesia de Dios, como yo, por mi parte, procuro contentar
en todo a todos, no buscando mi propio bien, sino el de la mayoría, para que se
salven.
Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
del evangelio de Marcos
(1, 40-45)
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso,
suplicándole de rodillas:
—«Si quieres, puedes limpiarme».
Sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó,
diciendo:
—«Quiero: queda limpio».
La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó
limpio.
Él lo despidió, encargándole severamente:
—«No se lo digas a nadie; pero, para que conste,
ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó
Moisés».
Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho
con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en
ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas
partes.
COMENTARIO
Ya que estoy jubilado del ministerio, no de mi
vocación sacerdotal, me permito cada mañana dejarme dominar por la pereza un
rato. Nadie, ni nada me obliga a levantarme a las 6h en punto, de manera que me
permito el gozo de divagar, mientras me voy despertando. Me gusta durante ese
cuarto de hora, mientras la imaginación juega libremente, pronunciar en voz
baja: muchas gracias te doy, Dios y a continuación: buenos días nos des, Dios.
Repito lo mismo cuando pongo el coche en marcha, pero esta vez ya en voz alta.
El misterio de la voz humana articulada, me gusta dedicarlo siempre a Dios, al
inicio de la jornada.
Durante el día, a intervalos de descanso o de
simple espontanea ansia, entro un momento a la “pequeña iglesia” y digo
mientras beso el Sagrario: quiero quererte y después
añado: haga hoy yo tu voluntad.
Me he referido a mi costumbre no por vanagloria.
La costumbre más común es que se “bendiga la mesa”, y en mi familia siempre lo
hicimos. Pero quien vive solo como yo, piensa únicamente en que lo que ha
preparado para comer, goce de equilibrio nutricional. En acabando, eso sí, que
no falte el café, que a una vida sin este gozo, le faltaría algo
importante.
Cuando rezo siempre me descubro, si es que voy
tapado. Son signos físicos, como quien busca y ficha en un control, para
asegurarse de que sigue ruta correcta.
Siendo fiel a tales costumbres, es uno consciente
de la presencia de Dios y aprovecha para dar, en muchos casos, testimonio de su
Fe.
Hasta aquí el comentario a la segunda lectura.
Las otras dos están centradas en la lepra, su
curación mostrará el poder, la delicadeza y el amor del Señor y en el relato de
hoy además, el buen enfermo curado de su enfermedad, dará muestras de
agradecimiento, una de las más simpáticas y elegantes manifestaciones, seña o
símbolo de amor.
Será bueno y conveniente que aprendamos de este
anónimo aquejado de lepra, que se atreve a acudir públicamente esperanzado,
arriesgándose a ser expulsado violentamente de la gente, como así estaba
mandado. No es preciso que nos preguntemos si nosotros estamos aquejados de su
misma enfermedad, de una u otra, corporal o espiritual, todos estamos
indispuestos.
La ayuda del Señor debemos aprovecharla para dar
noticia del favor y así evangelizar en nuestro entorno. Y no porque esté
mandado, sino por graciosa iniciativa propia, sin que nadie nos lo exija.
Para entender este y otros pasajes del evangelio,
me parece oportuno dar alguna noticia de lo que fue y es, de lo que representa
y supuso y aun supone, personal y socialmente, la enfermedad de Hansen,
que también se llama así.
En aquellos tiempos y en los de ahora, un
leproso, estaba condenado al ostracismo, a la total marginación de las
viviendas habitadas, alejado, pues, del pueblo. La enfermedad no es demasiado
contagiosa, antiguamente se exageraba mucho tal peligro. Ahora bien, lentamente
el bacilo va degenerando tejidos cutáneos y destruyendo miembros, de aquí su
desagradable final aspecto.
Hay que advertir que puede en ciertos momentos,
confundirse con la psoriasis, cuyas crisis resultan de enojosa apariencia, sin
que sea contagiosa nunca, pues es de origen autoinmune y sin que se sepa con
certeza su evolución.
Curiosamente, la estancia en el Mar Muerto, su
superior y peculiar concentración salina, la mayor presión atmosférica, propia
de estar a 400m bajo el nivel del Mediterráneo y el grado de humedad
atmosférica que allí se respira, parecen ser los “fármacos” operantes de la
mejoría que se consigue. Lo sé por haberlo estudiado y por gente amiga que en
tal sitio encontró alivio.
Aunque pudiéramos imaginar que el tal leproso no
lo era y sí un simple enfermo de psoriasis, ni se cura esta al instante, ni las
características del lugar, altura superior y agua dulce la del lago de Genesaret, propiciarían tal curación.
Cambio de tercio.
Debido a las posibilidades del error de diagnostico del pueblo ignorante, si aparecía algo que
pudiera semejarse, o si desaparecía sin saber como
alguna irritación cutánea, el restablecido, debía de acuerdo con la Ley,
acudir al Templo, donde en una oficina reservada, ser observado por sacerdotes
entendidos y en caso de que comprobasen que estaba curado de la terrible lepra,
certificarlo, para el bienestar del sujeto y tranquilidad de familiares y
vecinos.
En la actualidad.
Mi más remoto recuerdo al respecto es la noticia
que un día me comunicó mi padre, ferroviario de profesión. Nos dijo un día que
en un tren de mercancías iba un solitario vagón de viajeros, con un ocupante,
que era un leproso, vigilado por un policía, que lo conduciría seguramente a
una leprosería. El pobre hombre iba aislado, protegido y custodiado. Marginado.
El otro ejemplo es más positivo. Se trata
de Raoul Follereau,
un universitario, filosofía y derecho en la Sorbona, periodista y político de
extrema derecha francesa, que era católico a machamartillo.
Dice él. “Yendo por el desierto, el vehículo
sufrió una avería y tuvo que detenerse a repararla. Vi
aparecer unos rostros asustados y pregunté: ¿Quiénes son estos hombres? El guía
contestó, leprosos… ¿pero no estarían mejor en el pueblo? ¿Están destinados a
ser excluidos? - Son leprosos", replicó el taciturno y testarudo
conductor. ¿Al menos están siendo tratados? mi interlocutor se encogió de
hombros y me dejó sin decir nada. Desde ese día decidí no defender en toda mi
vida otra causa que la de los leprosos.
Fundó más tarde la “Jornada mundial de los
leprosos” y una asociación continúa su labor en bien de estos enfermos y de
todos los que padecen hambre.
Influido por la espiritualidad de Charles de Foucauld y con la colaboración de su esposa, trabajó
incansablemente en tal ideal. Murió finalmente en París en 1977.
Me he entretenido en hablaros de este prodigioso,
genial y singular cristiano, porque es un actual testimonio de Cristo.
En Internet encontraréis abundante noticia. Os
recomiendo mucho que estudiéis su atrevido y útil proceder. A nadie se le
hubiera ocurrido los proyectos que él inició y a las autoridades que les
comunicó sus planes. Estoy seguro de que el Señor lo recibió en la Eternidad
con inmenso gozo, pues ayudó a completar un poco, con generosidad y elegancia,
sus enseñanzas y bondades
Si no somos capaces de imitar a este testimonio,
el de Raoul Follereau, con
modestia y aprovechando todas las oportunidades que se nos presenten,
divulguemos la bondad de Dios, como hizo y sin que nadie se lo mandase, el buen
leproso curado por Jesús. Saltando si es preciso, normas sociales de obligado
cumplimiento.