Cuando el dolor nos enseña

 

Dante, buen maestro, nos dice: “Quien sabe de dolor, todo lo sabe”. Por eso Job es un sabio. Su dolor lo ha llevado hasta la experiencia última. Y en párrafos vibrantes en los que se define como “condenado de la tierra”, ha escrito una de las “páginas más negras de la literatura universal” (J. Eisenberg). Sin embargo, de ahí surge una luz que lo guía al encuentro consigo mismo y con el Dios sanador en oración que templa y purifica.

La fe cristiana se fundamente en la experiencia de un Dios que comparte nuestro sufrimiento. D. Bonhöeffer así lo expresa: “Solo el Dios que sufre puede ayudar a quienes sufren”. Al asumir su humanidad y la humanidad entera, Jesús lo hace desde el dolor compartido y sanado y revertido en bendiciones, en salud y alabanzas. El Evangelio lo va diciendo en cada párrafo: “Y sanaba a todos…”.

Llega a la casa de la suegra de Pedro. Le dicen que está enferma. Va, le da la mano y la levanta. Es decir, la sana. El gesto simple de dar la mano a una mujer dentro de la cultura hebrea, es ya una sanación. Con ello se superan tantas exclusiones, se borran tantas fronteras y se estable una comunión universal de sexos y pueblos. Es una humanidad sanada de todo prejuicio y abierta a unas relaciones humanas en fraternidad universal.

Pero hay un secreto que el Evangelio revela a voces: “Jesús pasó la noche en oración”. Esta relación con su Padre es la fuente de sanación que lo abunda y se derrama como torrente en descampado. Para que el dolor se vuelva cátedra es necesario pasar por el temple fecundo de la oración. De lo contrario, se torna en amargura, desesperación, cansancio y negación. El Jesús orante es nuestra sanación.

Cochabamba 07.02.21

jesús e. osorno g. mxy

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