Si florece el desierto

 

El desierto implica la idea de ruptura con el sistema de vida, o simplemente, el statu quo. La sociedad nos aprisiona en una estructura férrea, monolítica, estandarizada, esclavizante. Decirle NO a esta realidad es un signo de rebeldía y va mas allá de la protesta. De hecho, en un principio, iban al desierto los desarraigados, los que tenían deudas con la Hacienda pública. Quienes protestaban.

Jesús va al desierto. Lo impulsa el Espíritu. Va al encuentro del Padre. Lo hace después del bautismo en el Jordán. Busca impulsar su misión. El hábitat es propicio: Silencio, interioridad, austeridad, escucha. Los árabes hablan del desierto como el “jardín de Alá”. Todo alrededor habla de paz y el viento pega adentro como una leve insinuación de palabras que se inscriben más allá del susurro, en el corazón.

Pero el desierto es también un signo de lucha, de desarraigo, desinstalación. Va desapareciendo lo accesorio, lo secundario, lo inútil. Y va quedando solo el corazón en su inmensa grandeza, en recogimiento y serenidad. Y allí, en soledad total, comienza la sinfonía del silencio. Dios es silencio y sólo en el silencio se le escucha. Jesús buscaba sintonizar esta “música callada” y con ella, hilvanar todo el secreto del Plan de su Padre.

Y el desierto florece cuando el corazón recrea la libertad. Jesús vino a enseñarnos a vivir en libertad. Esto no lo tolera el sistema. No hay nada más peligroso en la sociedad que un ser libre. Allí en el desierto se acuna el secreto último de la libertad. Las grandes tentaciones en el desierto atentaban contra la libertad. Y esas tentaciones siguen siendo hoy actuales, permanentes. Desierto y libertad aúnan sus vibras contra el sometimiento.

Cochabamba 21.02.21

jesús e. osorno g. mxy

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