I Domingo de
Cuaresma, Ciclo B
VA MÁS EN SERIO TODAVÍA
Padre Pedrojosé Ynaraja Díaz
TEXTOS
Génesis 9, 8-15
Dios dijo a Noé y a sus hijos:
—«Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con
todos los animales que os acompañaron: aves, ganado y fieras; con todos los que
salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: el
diluvio no volverá a destruir la vida, ni habrá otro diluvio que devaste la
tierra».
Y Dios añadió:
«Ésta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que
vive con vosotros, para todas las edades: pondré mi arco en el cielo, como
señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra, aparecerá
en las nubes el arco, y recordaré mi pacto con vosotros y con todos los
animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes».
1ª carta
del apóstol Pedro 3, 18-22
Queridos hermanos:
Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los
culpables, para conduciros a Dios.
Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue
devuelto a la vida.
Con este Espíritu, fue a proclamar su mensaje a los espíritus
encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de Dios
aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que unos
pocos —ocho personas— se salvaron cruzando las aguas.
Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no
consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una
conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le
sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la derecha de Dios.
del
evangelio según san Marcos 1, 12-15
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.
Se quedó en el desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás;
vivía entre alimañas, y los ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios. Decía:
—«Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y
creed en el Evangelio».
COMENTARIO
Inicialmente el tiempo de cuaresma era periodo de conversión de
pecadores. De aquellos que se habían apartado de la comunidad, cometiendo
alguno de los pecados fundamentales, homicidio, adulterio, apostasía. Ahora
bien, sintiéndose fuera de la Iglesia, añorando su felicidad en ella, el amor y
esperanza que reinaba, arrepentidos de su mal obrar, algunos volvían su rostro
espiritual hacia Ella y deseaban y solicitaban tornar a su seno.
Desde el Miércoles de Ceniza hasta el Jueves Santo, durante los 40
días de rigor, lloraban sus pecados y se humillaban ante los fieles en la
puerta de la iglesia, solicitando la ayuda espiritual de sus oraciones.
Transcurrido este tiempo de penitencia eran solemne y públicamente admitidos.
Llegó un día, una etapa más bien, en que todos los cristianos fueron
conscientes de que de uno u modo, todos somos pecadores, de palabra, obra u
omisión, en diverso grado.
Y en eso estamos hoy.
La Cuaresma de este año además no puede ser ajena al triste
fenómeno en el que estamos sumergidos: la pandemia. En primer lugar
debemos ser conscientes de que las precauciones que tomemos no son únicamente
para librarnos nosotros de los virus que puedan enfermarnos, nuestra obligación
debe ser también el de no ser agentes de propagación de la pandemia a los
demás.
Con esta advertencia empieza la primera parte del examen de
conciencia previo, si deseamos preparar con un poco de dignidad la próxima
Pascua.
En segundo lugar es preciso que nos detengamos a pensar o meditar, en
la muerte que nos rodea y nos acecha, más que en otros tiempos. Nuestro
comportamiento, tanto si pensamos que podemos ser acosados por los enigmáticos
virus y ser vencidos, como si pensamos en los que a nuestro alrededor están y a
los que no podemos ignorar. Añadiendo que tal vez les convenga también
nuestro auxilio. No se nos permitirá visitar a un enfermo, pero por teléfono no
se contagian las epidemias y una cordial conversación puede ayudarle.
Entre los periodos litúrgicos, el de la Cuaresma se dice que es un
tiempo fuerte. Es evidente que a muchos les preocupe los impedimentos que las
autoridades ponen respecto a la apertura de cafeterías, restaurantes, establecimientos
comerciales o pistas de esquí. En el cogollo de la Semana Santa y que
nadie nos puede prohibir o impedir, es la meditación, la oración, el ayuno y la
limosna, que es lo esencial.
Tal vez no salgan procesiones pero la lectura de la Pasión del Señor
en nuestro domicilio siempre es posible. Y si necesitamos algún “espectáculo”
como en otro tiempo pudo ser un solemne Via-Crucis
por las calles o en el interior del templo, con seguridad puede ayudarnos
visionar alguna de las películas que se han filmado, desde 1903, en cine mudo,
sobre el sagrado tema y que con mayor o menor acierto, narran la Pasión del
Señor. Creo que sin necesidad de comprar un soporte, pendrive o DVD, se puede
escoger por los canales de Streaming la que
más nos pueda catequizar y que supongo abundan.
Si la enfermedad o cualquier otro legítimo impedimento nos privan de
celebrar en santa asamblea los misterios de la pasión, muerte y resurrección de
Cristo, la lectura o la audición, aunque no podamos ver la retrasmisión de la
liturgia, puede incorporarnos a los misterios que celebramos contemplándolos
con el corazón.
Y lo que fuera y como fuera, lo que esté al alcance de cada uno, se
procurará completarlo con la comunión sacramental, que puede llevar al impedido
un sacerdote, un diácono o un fiel autorizado que se preste generosamente a tal
servicio.
Cambio de tercio.
Breve comentario ahora de los textos litúrgicos de la misa de este
domingo.
El relato de un inmenso diluvio es recogido por la epopeya de Guilgames, que ha llegado a nosotros casi completa, escrita
en tablillas de arcilla, en el antiguo lenguaje cuneiforme. Hoy en día el texto
de tal gesta, bastante bien conservado, está al alcance de cualquier persona
interesada.
La Biblia recoge tradiciones paralelas de tal suceso, se trata de una
gran tempestad que lo inundó todo, dándole al relato un sentido religioso,
acorde con la Revelación. Se trata de un castigo, de un fenómeno de higiene
colectiva, del que se salvara una sola familia, predilecta ella debido a su
fidelidad con los principios grabados en su mente, lo que hoy llamaríamos Ley
Natural. Con este puñadito de humanos se encerrarán los animales implicados
directamente en su incipiente cultura. El texto está escrito con detallado
encanto. Si la escenografía tiene gracia, mucho más el papel de los
comparsas. Cuervo, paloma, fuego, mosto y arco iris.
Queda claro que el Dios en el que el fiel lector cree, es un soberano
que desea el bien para la posterioridad y se compromete a no volver a castigar
con tan gran dureza a la humanidad sobreviviente que serán los sucesores de
Noé, el central protagonista.
El arco iris, simple fenómeno de refracción de la luz, será
simbólicamente, testigo de tal benevolencia.
La segunda lectura empieza por recordar y actualizar el Diluvio, para
atreverse a compararlo con el bautismo, aprovechando la ocasión, para que cada
uno sea consciente de lo que le ocurrió el día que recibió tal sacramento.
Recordad, pues, amigos lectores, cuando ocurrió tal aporte de Gracia,
quien os bautizó, en qué pila recibisteis el agua de salvación, mientras en
singular liturgia se pronunciaban las palabras eclesiales salvíficas, que el
Señor encomendó, fue su último deseo histórico, según el texto evangélico.
Agradecédselo al Señor, a vuestros padres y padrinos, al sacerdote o
diácono que lo administró y a la asamblea santa que os acogió.
Pensad también en quienes conocéis y no están bautizados. Examinaos,
preguntaos qué es lo que podéis hacer para que a ellos también la Gracia
sacramental, los favores divinos, les enriquezcan.
No quedéis indiferentes, recordad la parábola de los talentos,
vuestra familiaridad o amistad, os propiciará preparar el terreno
espiritual donde se sembrara la semilla de la Fe, germinará, florecerá y dará
fruto.
Cuando una persona aspira a una profesión, dedica un tiempo al estudio
para preparar el examen o la entrevista. Tal vez pase noches sin dormir o viaje
en busca de ayudas personales.
Jesús era consciente de que su vida, trabajo, testimonio y amor, en
Nazaret, debía acabarse y su existencia en la tierra, cumpliendo el encargo del
Padre, debía llevarla a cabo socialmente, envuelta en predicación, milagros,
elección de colaboradores y prepararlos para que continuasen su misma misión,
es decir le perpetuasen en la Iglesia.
No toma ni pastillas, ni café, ni nada por el estilo para estar
preparado a tal culminante etapa de su vida. Se retira al desierto, sin
llevarse nada, sin distracciones, sin pensar en gozar de compañía. El pequeño desierto
de Judá será su refugio. La oración y el ayuno su herramienta espiritual.
Os confío, amigos lectores, ya sabéis que he peregrinado muchas veces
a Tierra Santa, os aseguro que si Getsemaní me impresiona y el Calvario
me asombra, salir de la carretera que va de Jericó a Jerusalén y adentrarme un
poco por entre los wadis del desierto, imitando la
soledad de Jesús, recordando que Él estaba por allí, desprendido de tantas
cosas y cositas que yo tengo y que creo me son necesarias, como a poco que uno
se aleje, no se ve otra cosa que la arena y algún que otro hierbajo espinoso,
le es fácil imaginar su presencia y compararse. Siente uno envidia entonces de
la serenidad que le embarga al Maestro y la vuelve a sentir siempre que está
dispuesto a adquirir tantas cosas que el comercio nos sugiere y que nunca nos
deja satisfechos y siempre, si nos dejamos llevar por el instinto de comprar y
comprar, pues, está a nuestro alcance el hacerlo, sabemos que continuaremos
ambicionando más, sin que en nuestro interior reine la paz.
La soledad, el silencio, la ausencia de bienes que nos acompañen, es
el mayor don que el desierto nos ofrece.
Desiertos hay por todo el orbe. El mismo Jesús, durante su vida
histórica posterior, lo encontraba al despertarse el amanecer, en las afueras
de cualquier población.