I Domingo de Cuaresma, Ciclo B
La
Pasión de Cristo conduce a una vida nueva
Tras
las huellas de la Pasión de Cristo
Iniciamos la reflexión cuaresmal
con una referencia especial a la Pasión
de Cristo de nuestros días. El Papa Francisco nos recuerda con frecuencia
que la Iglesia actual es una Iglesia perseguida y mártir. En 2020 fueron
registrados 4.761 asesinatos por razón de la fe cristiana, y unos 340 millones
de cristianos son perseguidos en la actualidad en el mundo. Son cristianos que
en distintos países del mundo sufren por el nombre de Jesucristo todo tipo de
persecuciones y de asesinatos. Todos estos cristianos, hermanos nuestros, están
actualizando la Pasión del Señor en nuestro tiempo, ya que al igual que Cristo,
experimentan como víctimas el asesinato propiciado por los hombres, pero
estamos convencidos de que como mártires auténticos de la fe reciben la acción
del Espíritu en ellos, gracias a la cual pueden transformar el sufrimiento
injusto de los inocentes en manifestación de amor y de vida de Dios en ellos
(cf. 1Pe 3,18), pues no hacen más que seguir el ejemplo de las huellas de Cristo hasta la
pasión y la muerte. Con su testimonio y con su Espíritu empecemos el
recorrido cuaresmal.
El
camino hacia la Pascua
La cuaresma es el camino hacia la Pascua, es decir,
hacia la renovación de la fe cristiana y hacia la regeneración de la vida en la
convicción de que Jesús, el
crucificado y resucitado, es el Señor. Es la renovación del bautismo, como experiencia
de un Dios que decidió salvar definitivamente a los hombres. Dios empezó a
realizar esta salvación librando a Noé del diluvio y estableciendo ya una
primera Alianza de vida con
la humanidad (Gn 9,8-15). Aquello era figura de
las aguas del bautismo que
nos está salvando por medio de la resurrección de Cristo, bautismo que
también nos compromete con
Dios tras la purificación y transformación de nuestra conciencia. Pero este
acceso a Dios ha sido posible gracias a Cristo, que sufrió su pasión de una vez
para siempre, el justo por los injustos, para conducirnos a Dios,
pues mientras él sufría la muerte como víctima humana, recibía la vida por
la acción del Espíritu (Cf. 1Pe 3,18-22). En la Pascua el Señor que liberó
a su pueblo de la opresión es quien nos libera del dominio del diablo, del
pecado y de la muerte y sella para siempre la nueva y definitiva
Alianza.
Jesús
experimentó la tentación
En este camino cuaresmal el
Evangelio presenta primero a Jesús en su confrontación directa con el mal de
este mundo, cuya representación personificada es Satanás. Experimentar la tentación es un
hecho de la vida humana por el que Jesús también pasó. En el ámbito
religioso la gran tentación consiste en servirse de Dios en vez de servir a
Dios. Y esa tentación se presenta de muchas maneras. En Marcos sólo se constata
el hecho de que Jesús experimentó la tentación (Mc 1,13). La tentación a la que
Jesús es sometido manifiesta las tentaciones reales de la vida de una persona
extraordinaria. El diablo es la imagen del adversario por antonomasia del plan
de Dios sobre la humanidad. Lo que está en juego en la
confrontación de Jesús con el diablo es el concepto de Dios, la comprensión
de la misión que
Jesús asume como Mesías y,
en definitiva, la concepción
de la religión.
La
tentación de los milagros
En Marcos los que realmente tientan
a Jesús y lo ponen a prueba más adelante son los fariseos.
La primera tentación en Marcos es la petición caprichosa de una demostración
del poder taumatúrgico de
Jesús solicitada por los fariseos (Mc
8,11). Los fariseos no querían dar crédito a los milagros realizados hasta
ahora por Jesús. Éste no hacía los milagros para realzar su poder ni en
beneficio propio sino para atender a las necesidades primarias de la gente,
hambrienta, enferma y leprosa, manifestando a través de ellos la ruptura con
todo tipo de barreras de exclusión de los marginados así como el alcance
universal de su salvación al traspasar las fronteras étnicas y religiosas entre
judíos y gentiles. Pero Jesús se negó a hacer más señales de las ya hechas.
La
tentación de la desigualdad
La otra prueba puesta por los
fariseos fue la cuestión de la
igualdad del hombre y de la mujer. En Mc
10,2, mediante la indisolubilidad del matrimonio, Jesús trata de
defender, entre otras cosas, a la mujer indefensa ante la frecuente
arbitrariedad del marido que la podía despedir por cualquier motivo,
abandonarla y dejarla en condiciones muy precarias de vida. Jesús no entró en
el juego de la injusticia institucionalizada. ¿No es ésta otra de las grandes
tentaciones de los varones en las sociedades que marginan, postergan y
maltratan a la mujer? ¿Cuántas mujeres han cargado con sus hijos, abandonadas
por el padre de los mismos? En
el plan de Dios sobre la humanidad no cabe ninguna legitimación de discriminación
de la mujer, sino la llamada a vivir en el amor de la entrega generosa
entre hombre y mujer, en condiciones de igualdad
y de reciprocidad.
La
tentación de tiranizar a la gente
En la tercera (Mc 12,15), ante la imagen del
César en una moneda, Jesús recrimina al poder religioso de los fariseos y al
poder político del emperador la opresión que unos y otros ejercen sobre el
pueblo. Jesús desenmascara así los dos tipos de opresión ejercida sobre el
pueblo de Dios, la política y la religiosa. Tampoco aquí cayó Jesús en la
tentación de tomar partido por unos o por otros, pues ambos tiranizaban a la
gente. Lo que hay que
hacer, según Jesús, es devolver a Dios lo que es de Dios. Con ello quería
decir Jesús que las gentes del pueblo no pertenecen a ningún poder político, ni
a ningún sistema económico, sino a Dios y sólo a Dios. Por eso lo que hay que
devolver a Dios es lo que los poderes públicos indebidamente se han apropiado,
es decir, la dignidad y la libertad de las personas.
El
poder como tentación
Lo que Dios quiere es la libertad
para su gente. La opresión política puede tener muchos rostros,
enmascarados por ideologías y por sistemas económicos. Cuando una ideología atenta
contra los derechos humanos
individuales, extorsiona y manipula la justicia y quiere legitimarse
como actuación habitual en nombre del Estado, o en nombre de los
"mercados" económicos, o en nombre de un partido, esa
ideología es opresora y
diabólica. Caer en esta tentación es un grave peligro hoy. Pero Jesús
puso las cosas en su sitio.
La
tentación de lo fácil y de la falta de compromiso
Por último, el evangelio cuenta
cómo incluso Pedro, el
apóstol, es llamado Satanás por
Jesús (Mc 8,33). Y
es que la tentación más real es no querer asumir el conflicto que implica la
predicación del Reinado de Dios con todas sus consecuencias. Los poderes
religiosos, políticos y económicos quedan cuestionados por la autoridad moral
de Jesús, que se enfrenta abiertamente al templo, que corrige la concepción
mesiánica centrada en el poder y que rompe todos los esquemas sociales al
anteponer al ser humano que sufre por encima de toda ley. Ser coherente con las
exigencias de solidaridad, de misericordia y de servicio a los que sufren y
permanecer fiel en el trabajo por el Reino de Dios y su justicia lleva consigo
estar dispuesto a aceptar la cruz de cada día, a asumir, con firmeza y
esperanza, el conflicto con las fuerzas antagónicas del Reino. Cuando Pedro no
quiere oír hablar de esto e increpa a Jesús, éste lo llama Satanás. También a Pedro le faltaba
convertirse al Evangelio de la Pasión. Padre nuestro ¡No nos
lleves a la tentación!
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor
de Sagrada Escritura