CUARESMA – DOMINGO II B
(28-febrero-2021)
Jorge Humberto
Peláez S.J.
La solidez de la fe de Abrahán es puesta a prueba
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Lecturas:
o
Libro
del Génesis 22, 1-2. 9ª. 10-13. 15-18
o
Carta
de san Pablo a los Romanos 8, 31b-34
o
Marcos
9, 2-10
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En
este camino cuaresmal en el que nos preparamos para celebrar los misterios pascuales,
la liturgia de este domingo propone a nuestra meditación dos grandes temas teológicos:
en primer lugar, la entrega total que exige el amor de Dios; en segundo lugar,
la Transfiguración como una anticipación de la gloria del resucitado.
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Empecemos
por el primer tema teológico, que es la entrega total que exige el amor de
Dios. Se trata de un amor que no puede tener límites ni fijar condiciones. La
liturgia ejemplifica la radicalidad del amor en la figura de Abrahán, a quien
Dios pide sacrificar a su hijo Isaac; el segundo ejemplo es la iniciativa de
Dios Padre que entrega a su Hijo para la redención de la humanidad.
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Dos
expresiones de entrega radical que escapan a la comprensión humana. ¿Cómo es posible
que Dios pida a un anciano padre que sacrifique a su único hijo? ¿Cómo es
posible que el Hijo Eterno del Padre asuma nuestra condición humana y sufra el
terrible suplicio de la cruz reservado a los peores criminales? Es un misterio
que desborda nuestra capacidad de comprensión. Solo nos queda adorar el misterio
y pedirle al Señor Jesús que nos haga más generosos en nuestra respuesta a la
gracia.
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Cuando
leemos esta página del libro del Génesis, nos sentimos escandalizados. Unas
líneas más abajo se nos explica el sentido pedagógico de esta orden que ha
recibido Abrahán: su fe ha sido puesta a prueba. Su entrega a Dios es total. No
se reserva nada para él. Está dispuesto a sacrificar a su hijo, que es su mayor
tesoro.
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Cuando
contemplamos la figura de Abrahán, este gigante en la fe, nos sentimos unos
pigmeos insignificantes. En todas nuestras relaciones, incluida la relación con
Dios, está presente el cálculo: si doy esto, ¿qué recibo a cambio? Nuestra generosidad
está sometida a la contabilidad; somos incapaces de pronunciar un SI radical. Siempre
calculamos. Ponemos sobre la balanza los costos y los beneficios, y escogemos
lo que más nos conviene.
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La
respuesta de Abrahán, nuestro padre en la fe, fue muy diferente. Aunque este
mandato del Señor le revuelve las entrañas, no duda, e inmediatamente levanta
un altar para el sacrificio. Abrahán superó esta durísima prueba y Dios le hizo
una promesa que marcaría para siempre la historia espiritual de la humanidad:
“Por lo que has hecho, por no haberme negado a tu hijo único, juro por mí mismo
que te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia”.
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En
la segunda lectura, tomada de la Carta a los Romanos, el apóstol Pablo nos
habla de la suprema expresión del amor de Dios a la humanidad: “Si Él no se
quedó ni con su propio Hijo, antes bien lo entregó por todos nosotros, ¿no nos
concederá con Él toda clase de gracias?”. Esta manifestación extrema del amor
de Dios, que no cabe dentro de los moldes y patrones de la lógica humana, nos
ayuda a comprender por qué la cruz de Jesucristo es motivo de escándalo para
muchos, quienes la consideran una locura.
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Los
invito a que avancemos en nuestra meditación dominical y profundicemos en el
segundo tema que nos propone la liturgia de este domingo. Es el relato de la Transfiguración
del Señor, que es una anticipación de la gloria del Señor resucitado, quien será
reconocido como Señor del universo.
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El
lenguaje en que está escrito el relato y los recursos literarios que utiliza lo
ubican dentro del género literario de las teofanías o manifestaciones extraordinarias
de la gloria y el poder de Dios: cumbre de un monte, resplandor, nube, temor,
voz que transmite un mensaje.
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¿Cuál
es el núcleo teológico de este solemne acontecimiento? Es la confirmación de la
identidad de Jesucristo como Hijo de Dios y de su misión como revelador del
Padre: “Este es mi Hijo muy querido. Escúchenlo”.
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La
presencia de Elías y Moisés, que son los grandes representantes de la tradición
profética y de la Ley, significa que Jesús es aquel a quien habían anunciado
como liberador de Israel, que instauraría unos cielos nuevos y una tierra nueva.
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En
medio de la solemnidad de la escena, Pedro interrumpe con una propuesta ingenua
e impertinente: “Maestro, ¡qué bueno que estemos nosotros aquí! Vamos a hacer
tres enramadas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.
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Muchas
veces hemos querido detener el paso del tiempo, pues quisiéramos prolongar
momentos maravillosos de encuentro y afecto. Pero eso no es posible. La vida
tiene que seguir. Jesús y sus tres discípulos no pueden permanecer indefinidamente
en la cumbre del monte. Su misión exige bajar de la montaña y seguir anunciando
que el Reino de Dios ya está presente.
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Al
terminar esta meditación dominical, pidámosle al Señor que fortalezca nuestra
fe, que es vacilante y calculadora; que aprendamos a acoger la voluntad de Dios
sin condiciones. Y dispongámonos a celebrar los misterios pascuales en los que
el Señor pasa por la experiencia del calvario para luego ser exaltado como
Señor del universo.