III
Domingo de Cuaresma, Ciclo B
El
nuevo templo de Dios
El
auténtico culto cristiano
El tercer domingo de cuaresma
plantea a través de la palabra de Dios el tema del auténtico culto cristiano,
concentrando la atención en una escena evangélica tan sorprendente como la
denominada "purificación del templo", que más bien se podría llamar
la "sustitución del
templo" (Jn 2,13-25). A ello
contribuye, en primer lugar, la reflexión sobre los valores que sustentan las palabras del Decálogo (Ex 20,1- 17) y, sobre todo, la
revelación inaudita y desconcertante de que Jesús, aquel hombre crucificado, sea la palabra de la
potencia y de la sabiduría de Dios (1Cor 1,22-25).
La
sustitución del templo
Cuando Jesús entró en la ciudad de
Jerusalén, directamente en el templo según nos cuentan los cuatro evangelios y
este domingo escuchamos en el evangelio de Juan (Jn 2,
13-25), arremetió contra los que, comprando o vendiendo, habían convertido el
templo en un comercio y en un espacio de explotación económica del mercado
religioso. Jesús ponía en
evidencia la injusticia enmascarada por el culto. El templo y su
organización compleja, la actividad del culto en el templo, y la vivencia
externa de la religión eran como un refugio de ladrones y hasta un verdadero
mercado. En el Evangelio de Juan se hace evidente ya aquí, en su comienzo, que
Jesús no realiza sólo una purificación del templo sino una sustitución del templo, de
modo que el medio para encontrarse con Dios Padre a partir de ahora no será ya
ni el templo ni el santuario, sino la verdadera casa del Padre que es el propio
cuerpo glorificado de Cristo, crucificado y resucitado. Por ello la inmensa
mayoría de los templos cristianos tienen forma de Cruz, como la impresionante
cruz que se percibe en el techo de la Sagrada Familia de Barcelona que acompaña
esta reflexión.
Las
diez palabras de vida o mandamientos
En el Antiguo Testamento las diez palabras o
mandamientos (Éx 20, 1-17) deben ser entendidos
en el marco social y religioso en que surgieron: el
recuerdo doloroso de la esclavitud en Egipto y el propósito de tener
unas normas de convivencia que permitan construir una sociedad distinta a la de
cualquier Egipto, es decir, una sociedad con Dios y sin faraón, con libertad y
sin esclavitud, con igualdad y sin desigualdades, con vida y sin muertes, con
respeto a todos los derechos humanos, individuales, sociales, políticos y
económicos. Es la sociedad que Dios quiere para todos. Los diez mandamientos
son las palabras garantes
de la vida de un pueblo libre y liberado, donde no cabe que nadie de
muerte a nadie. Ante la violencia creciente en nuestra sociedad, siempre
generadora de muerte, la palabra de este domingo golpea la conciencia
individual y colectiva con una contundencia sin condiciones: ¡No matarás! Éste
y todos los demás mandatos siguen vigentes en el plan de Dios como formulación
de los mandatos mínimos exigibles en una buena convivencia.
Amar
a Dios y al prójimo
Los mandamientos se dividen en dos
partes, los tres primeros hablan de la relación con Dios, los siete restantes
sobre las relaciones entre las personas y la comunidad. La fe en el único Dios vivo implica
el reconocimiento de que éste es el único salvador y la exclusión de otros
dioses e imágenes, a quienes se podría manipular o utilizar. Los otros siete
mandamientos apuntan a la
comunidad y al prójimo estableciendo los mínimos de una convivencia justa: el
respeto a los padres y a la autoridad en la comunidad; el respeto y la defensa
de la vida desde su origen hasta su final natural como el don más preciado de
Dios; el respeto a la dignidad humana en todas las relaciones, especialmente en
todo lo relativo a la sexualidad de modo que se descarte todo tipo de
dominación, abuso, explotación, maltrato y vejación; la exigencia de la
fidelidad en el matrimonio, desde la igualdad en dignidad de hombres y mujeres;
el respeto a los medios de vida y los bienes del otro en unas relaciones de
solidaridad y de justicia; el respeto y la defensa de la verdad en las
relaciones humanas; el rechazo a la codicia, a la avaricia y a la envidia, que
se basan en el egoísmo y en la acumulación desmedida, injusta e insolidaria.
La
palabra del crucificado
Dar prioridad absoluta a estos mandamientos es establecer que el verdadero culto a
Dios pasa necesariamente por el
amor al otro, en cuanto prójimo suyo, relativizando la multitud de
normas y preceptos en los que, según la interpretación farisea de la ley, se
expresaba la voluntad de Dios. Pero la palabra última y principal del
Evangelio, potencia de salvación para todo ser humano, es la
palabra de la cruz, la mirada atenta al crucificado
Jesús y, con él, a los crucificados del mundo presente. El evangelio
del Crucificado es el mensaje genuino de Pablo (1 Cor 1,
22-25) que concentra la atención en el crucificado como clave paradójica de la
existencia cristiana. Pablo responde así a las divisiones de la comunidad de
Corinto dejando claro que para los cristianos la cruz es fuerza y sabiduría de
Dios. Es la fuerza de Dios que nos libera de los poderes del mal que esclavizan
la humanidad y es la "locura" sabia de Dios que nos rescata de la
muerte para darnos vida eterna. En esa palabra están resumidos todos los
mandamientos, pues la cruz
es el mensaje culminante del amor que pasa por la humillación y la
obediencia a Dios hasta la muerte (Flp 2,8).
Reconocer
a Dios en el crucificado
Lo que le faltaba a aquel letrado
antes mencionado era descubrir
que Jesús, el crucificado es el Hijo de Dios, vivir como discípulo
suyo el culto auténtico, y actuar según el doble mandamiento fundamental de
Jesús. El
centurión pagano descubre quién es Jesús, el Hijo de Dios, al mirar cómo éste
murió en la cruz. A partir de ese momento se puede decir que toda persona
"prójima" , atenta a los que sufren y mueren, sobre todo, a las
víctimas inocentes, ha entrado ya en el otro templo, el de la nueva Alianza,
pues la comunión y el contacto con los cuerpos doloridos nos vinculan
directamente a Dios mediante el cuerpo sufriente de su Hijo crucificado.
Por eso la palabra
de la cruz es la potencia del Dios del amor y el cuerpo del crucificado es el
nuevo y definitivo templo de Dios en el mundo, al cual pueden acceder
todos los seres humanos, haciéndose prójimos de los marginados y necesitados. Y
esa palabra es potencia y sabiduría de Dios para cambiar el mundo. Oremos
especialmente ahora por los frutos de la visita del Papa Francisco a
Irak, la tierra de Abrahán, donde los cristianos siguen dando testimonio de la
fuerza del crucificado en sus vidas.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor
de Sagrada Escritura