CUARESMA – DOMINGO IV B
(14-marzo-2021)
Jorge Humberto
Peláez S.J.
Un drama en dos actos: de la infidelidad a la
misericordia
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Lecturas:
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II
Libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
o
Carta
de san Pablo a los Efesios 2, 4-10
o
Juan
3, 14-21
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Seguimos
avanzando por el camino cuaresmal para prepararnos a la celebración de la
Pascua del Señor. La liturgia de este IV domingo de Cuaresma posee una fuerza
dramática impactante, pues sus textos nos presentan las dos grandes dinámicas
que interactúan en la historia de la salvación:
o
Por
una parte, la ceguera del pueblo de Israel y de sus dirigentes, quienes se
resisten a reconocer cómo Dios ha estado presente en su camino de liberación.
De manera obstinada, se empeñan en seguir el camino de la sin-razón y del mal,
con las consecuencias nefastas que esto acarrea. Esta dinámica destructora del
pecado es descrita, con un realismo que impacta, en el II Libro de las Crónicas
y en el Salmo 136.
o
Por
otra parte, la misericordia infinita de Dios, que permanece fiel a su promesa a
pesar de las innumerables infidelidades de la humanidad, que llegó al extremo
de sacrificar a su Hijo para que nosotros pudiéramos acceder a la vida divina.
La manifestación de la infinita misericordia de Dios está hermosamente expresada
en los pasajes que nos presenta la liturgia de este domingo de la Carta a los Efesios
y del Evangelio de san Juan.
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Nos
impresiona esta tensión entre infidelidad y misericordia, que es el hilo conductor
de nuestra meditación dominical.
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¿Cómo
nos describe el II Libro de las Crónicas la insensatez del pueblo de Israel? El
pueblo y sus dirigentes entraron en una amnesia colectiva y se olvidaron de su
liberación de la esclavitud, la peregrinación por el desierto y la entrada a la
Tierra Prometida. ¡Olvido absoluto y retorno a las prácticas abominables de la idolatría!
“Todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades,
siguiendo las prácticas infames de las naciones paganas y profanando la casa de
la que el Señor había hecho su templo en Jerusalén”.
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¿Cuál
fue la respuesta de Dios ante las infidelidades de su pueblo? Por todos los
medios los llamó al arrepentimiento y a la reflexión, pero todo fue inútil: “Ellos
se burlaron de los mensajes de Dios, despreciaron sus palabras y se rieron de
sus profetas”. Ante la inutilidad de estas acciones, Dios decidió hacer uso de un
recurso pedagógico extremo, que fue la invasión, por un ejército extranjero,
del territorio de Israel, la destrucción de Jerusalén y la esclavitud de la
población, que fue llevada a Babilonia.
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Se
trata de un durísimo capítulo de la historia de Israel. Ahora bien, este
recurso pedagógico extremo fue lo único que hizo reflexionar al pueblo para
cambiar de conducta. “Los caldeos incendiaron el templo, derribaron la muralla
de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todo lo que había
de valor. A los sobrevivientes de la matanza el rey de los caldeos los desterró
a Babilonia, donde se convirtieron en esclavos suyos y de sus hijos”.
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El
Salmo 136 expresa, de manera conmovedora, la tristeza del pueblo judío desterrado
en Babilonia, lejos de la patria: “Junto a los canales de Babilonia nos
sentamos a llorar con nostalgia de Sion; en los sauces de las orillas
colgábamos nuestras cítaras”.
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Este
Salmo inspiró el bellísimo coro del Acto III de la ópera Nabucco, de Giuseppe
Verdi. Este coro empieza con las palabras “Va, pensiero” (Ve, pensamiento…),
que expresa la nostalgia por la patria lejana. En Italia, es como un segundo
himno nacional y lo cantan en las grandes celebraciones.
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Estos
dos textos, el II libro de las Crónicas y el salmo 136, expresan dramáticamente
el abismo en que se hundió el pueblo de Israel cundo se olvidó del Dios de la
Alianza y le dio la espalda.
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Los
otros dos textos de la liturgia de este IV domingo de Cuaresma nos muestran la
otra dinámica que está presente en la historia de la salvación. Se trata de la misericordia
infinita de Dios.
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San
Pablo utiliza unas expresiones muy vigorosas para explicarnos esta iniciativa
de Dios:
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“Dios,
rico en misericordia, por el inmenso amor con que nos amó, a pesar de estar muertos
por nuestros pecados, nos dio una nueva vida en Cristo”. Gracias a la Pascua de
Cristo, es decir, su paso de la crucifixión a la resurrección, también nosotros
pasamos de la muerte a la vida.
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Esta
iniciativa de Dios es un don total y no el premio por nuestras buenas obras. En
este punto, hay una diferencia fundamental entre la teología judía y la teología
cristiana. En el judaísmo, los dones de Dios se entendían como un reconocimiento
al cumplimiento de la Ley; algo así como un pago al que se tenía derecho. En la
teología cristiana, reconocemos que todo es un don. Así lo expresa elocuentemente
san Pablo: “No es mérito de ustedes, sino don de Dios; no se debe a obras
propias, para que nadie se gloríe”.
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Esta
manifestación de la misericordia infinita de Dios para con la humanidad la
expresa bellísimamente el evangelista Juan: “Porque tanto amó Dios al mundo,
que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en Él tenga vida
eterna”.
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Dentro
de la lógica humana, es incomprensible que la respuesta de Dios ante las
reiteradas infidelidades y traiciones de la humanidad sea entregar a su Hijo
para nuestra salvación. Esta iniciativa del amor misericordioso de Dios rompe nuestra
capacidad de comprensión.
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El
Dios que se nos ha revelado en Jesucristo no es un ser vengativo, sino que
quiere que seamos felices: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que se salve por medio de Él”.