5º de Cuaresma – B
Padre Pedrojosé
Ynaraja Díaz
TEXTOS
del
profeta Jeremías (31,31-34):
Mirad que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y
la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres,
cuando los tomé de la mano para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi
alianza, aunque yo era su Señor –oráculo del Señor–. Sino que así será la
alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–:
Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y
ellos serán mi pueblo. Y no tendrá que enseñar uno a su prójimo, el otro a su
hermano, diciendo: "Reconoce al Señor." Porque todos me conocerán,
desde el pequeño al grande –oráculo del Señor–, cuando perdone sus crímenes y
no recuerde sus pecados.
de la carta a los Hebreos (5,7-9):
Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó
oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia
fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y,
llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en
autor de salvación eterna.
del evangelio según san Juan (12,20-33):
En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos
griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida
de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»
Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del
hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo;
pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se
aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la
vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también
estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está
agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido,
para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»
Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían
que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros.
Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser
echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia
mí.»
Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
COMENTARIO
Indudablemente, en el seno de la
cultura cristiana, la fiesta que goza de más atractivo es la Navidad. Acoger a
un niño, cuesta muy poco. Los villancicos, los belenes, turrones y panetone, son gran atractivo y suscitan pocos
interrogantes.
Ahora bien, la gran fiesta cristiana
es la Pascua. Pero no hay que olvidar que carece de atractivo plástico. La Resurrección
del Señor va precedida por su Pasión y ajusticiamiento. Estampas estas nada
atractivas.
En diversas poblaciones, una serie
de prácticas: los ramos y palmas, hasta hace muy poco las visitas a los
“monumentos”, recoger agua bendita el Sábado de Gloria, etc. no suscitaban
preguntas trascendentes respecto al contenido espiritual de estos días.
Hoy la descristianización progresiva
y el atractivo del turismo, pese a conservar el nombre de Semana Santa, en
realidad suponen unas cortas vacaciones de primavera.
La terrible pandemia modifica
costumbres. Ahora bien la liturgia multisecular sigue su ritmo leal y
pausadamente.
Las lecturas, pues, de este domingo,
el quito de Cuaresma, las debemos escuchar y asimilar como un serio preparativo
de los sublimes misterios.
En primer lugar el profeta Jeremías
nos invita a colocar la mente donde nunca debe dejar de estar. Debemos recordar
que ya se dijo: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo
seré su Dios, y ellos serán mi pueblo.
La segunda, el fragmento de la Carta
a los Hebreos, nos sitúa en el misterio de Getsemaní. Sin duda Jesús es Dios,
pero con la misma certeza debemos tener presente que es hombre. Al sufrimiento
de un enfermo, a la angustia de un agonizante, si conserva la conciencia, le debemos
recordar que en semejante situación y más dolorosa e impactante aun, llegando a
ser agónica angustia, la sufrió el Señor.
Su dolor y su miedo, el del enfermo,
le identifican con Jesús, totalmente hombre e inmensamente sensible. Inundado
de dolor y humillación.
Recordando la Pasión, es fácil que se
nos ocurra pensar que Él era Dios, una especie de superhombre y su dolor quedaba
adormecido cual eficaz anestesia, por lo que su
sufrimiento biológico y espiritual era puramente simbólico, tanto el corporal,
como el mental. Pero no, sufrió como el que más y no hay que olvidarlo para
reconocer su ejemplaridad, su eficacia redentora y sernos consuelo.
El evangelio que se proclama hoy,
pese a que por ser de Juan incluye fundamentalmente un mensaje sobrenatural,
podemos por un momento olvidarlo y situarlo puramente como un acontecimiento
social.
El templo de Herodes, a diferencia
del templo anterior, el de los tiempos de Salomón, lo que deberíamos
exclusivamente santuario, lugar de oración, limosna, sacrificios rituales y sus
liturgias correspondientes, espacio reservado a los fieles judíos, estaba
rodeado de una gran explanada destinada a la convivencia, la enseñanza de la
Ley, lo que hoy llamaríamos cursillos de master, dictados por rabís.
En su entorno tenderetes dedicados a
cambiar la moneda profana que el peregrino pudiera traer, por dinero que
exclusivamente era aceptado en el ámbito sagrado y no otro. Parecida finalidad
tenían otros puestos destinados a venderle al que llegaba de lejos y deseaba
ofrecer por ejemplo un cordero para el holocausto. Evidentemente era impensable
que un peregrino que venía de la Bética o de la Galia, se trajese consigo el
animal que deseaba ofrecer. En principio, pues, el gran espacio era útil para
convivencia, contratos y solución de problemas. Ni era espacio esencialmente
sagrado, ni se consideraba totalmente profano.
Al caso. Los primeros en ocupar la escena
son llamados griegos. Tal calificativo podía corresponder a judíos habitantes
de la misma Jerusalén, pero de cultura que hoy llamaríamos clásica, más que
hebrea. Ahora bien, parece que en este caso, el del texto evangélico, se
trataba de extranjeros, que estaban allí de paso, que más que visitar un
mercado, como está actualmente tan de moda, les interesaban las personas que lo
llenaban, así que habrían observado a Jesús con cierto detenimiento y les había
resultado persona interesante y atractiva.
Tan atractivo les resultaba, que se
sentían incapaces de entrar en contacto con Él y buscaron a alguien de inferior
categoría, que les facilitase el encuentro personal.
Felipe, era de Betsaida,
foráneo como ellos de Jerusalén, ciudad judía hasta en la médula. El buen
discípulo, tal vez azorado, acudió a Andrés, el hermano mayor de Pedro. Los
viejos no dan miedo a nadie.
Felipe y Andrés son educados, “tres gentils” sin duda y dicho en simpático francés.
Hay que aprender de ambos. Pienso en
que la gente de misa, los que habitualmente asisten, por desgracia ocurre que
si algún desconocido entra en la iglesia, “los de toda la vida”, los miran de
arriba abajo y enseguida se vuelven indiferentes, sin prestarles ninguna
atención. Y el recién llegado se siente indeciso y apocado.
Si decía que debemos aprender de
estos discípulos, añado ahora también que los recepcionistas de un hotel,
los empleados de la oficina de “atención al cliente”, o tantos otros que
se mueven por cualquier hiper-mercado, con una prenda
que con grandes letras dice: “estoy para atenderle” dan lecciones de
acogida, que tanto falta y uno desea, cuando entra en una iglesia que nunca ha
frecuentado. Lamentablemente solo encuentra el consabido “prohibido sacar
fotografías”, sin que falte tampoco el visible recipiente, que llama la
atención con la intención de que en él se depositen donativos.
Me he desviado, pero no.
Antes del momento culminante y
próximo de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, interviene la voz del
Padre, que pronuncia una advertencia, que les suena a unos a trueno y a otros a
angelical mensaje.
Jesús con severidad sentencia: lo que
habéis oído se dirigía a vosotros. A nosotros hoy también, en consecuencia.
Alerta, pues, debemos estar
preparados para la próxima Semana Santa.
(P.D. El diálogo con estos griegos,
como el que Jesús más tarde tuvo con Pilatos, probablemente, se efectuó en
lengua griega. Durante su estancia en Nazaret, creen los autores, que se desplazaba
a trabajar a la vecina Séphoris, que por aquel
entonces se estaba renovando urbanísticamente y a la chita callando, se graduó
como rabino, dicho sin desprecio, al modo actual.
Bajo los soportales que enmarcaban la
explanada del Templo, se alistaban discípulos en lo que hoy llamaríamos un
master, que ni era materia dictada por el maestro, ni la peripatética de los
griegos.
La población de Nazaret, según los
arqueólogos, contaba con unos 500 habitantes, insuficientes para dar trabajo y
ganarse la vida un “autónomo artesano en materiales de edificación”.
Hablaba, pues, la lengua común, el
arameo, sabía leer y entender la clásica, el hebreo, conocía elementalmente el
griego y posiblemente, algo de latín, propio de cierta soldadesca del ejército
de ocupación de la ciudad de Roma)