TRIDUO SACRO  

 

JUEVES SANTO

                                               La Cena del Señor

En un ambiente familiar Jesús celebra la Pascua judía con sus discípulos y en ese contexto instituye La Eucaristía, el pan se convierte en su Cuerpo y el vino en su Sangre. Además, cada uno de los apóstoles comienza a participar del único sacerdocio de Cristo Jesús: se instituye el Sacerdocio cristiano. Finalmente, Jesús proclama el nuevo mandamiento del amor fraterno, como ley de la vida eclesial y para cada cristiano, como servicio fraterno a cada hombre. Jesucristo entrega a su Iglesia el nuevo Sacrificio, el Sacerdocio y el precepto del Amor como testamento de la Nueva Alianza. Acompañemos a Jesús, en la celebración de la Cena del Señor y luego en la liturgia la adoración al Santísimo Sacramento hasta la media noche. El día de hoy, Jueves Santo, es una fecha memorable para el cristiano. Eucaristía, sacerdocio y servicio de amor fraterno, son una realidad del amor de Dios para con el hombre. Comienza el Triduo Pascual, cuyo centro es la redención humana, por medio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. La eucaristía, es memorial de ese misterio pascual hasta que vuelva al final de los tiempos, banquete y sacrificio del pueblo cristiano. En la última cena hay dos gestos de servicio al prójimo: el lavado de los pies y la mesa común en que por primera vez participan de su Cuerpo y Sangre. Ambos gestos son expresión de servicio, amor y entrega par aparte de Cristo e invitación para que hagamos lo mismo, pues ambos gestos Jesús manda que repitamos en memoria suya (cfr. Mt. 26,19).

Lecturas bíblicas

a.- Ex. 12, 1-8.11-14: La cena pascual judía.

La primera lectura, encontramos la gran experiencia de la liberación de Egipto por parte de Yahvé, gran iniciativa que llevó a cabo Israel bajo su protección.  La narración de cómo celebrar la Pascua del Señor debía conmemorarse por todas las generaciones de Israel, actualizar la salida de la cautividad y la marcha hasta la Tierra Prometida. Si bien hay que celebrarla de prisa, el autor sagrado se da tiempo para detallar, cómo la familia debe reunirse y conmemorar. Se come un cordero, con panes ázimos y con hierbas amargas (v.5-6). Se celebraba en plenilunio, sin sacerdote, sólo la familia (v.7). Se ungían las puertas de las casas con la sangre del cordero (v.7). Se celebra la liberación de la servidumbre en Egipto, el paso del Señor, del ángel exterminador, que los dejó con vida, porque vio la sangre del cordero en sus puertas. “Así lo habéis de comer: ceñidas vuestras cinturas, calzados vuestros pies, y el bastón en vuestra mano; y lo comeréis de prisa. Es la Pascua de Yahveh.” (v.11). Son los primogénitos que fueron rescatados de la muerte, y ahora son propiedad del Señor (v.12). La Pascua no es sólo pasado, memoria, sino que se revive al momento de la celebración, pero además es promesa y esperanza de la salvación en su plenitud. “Este será un día memorable para vosotros, y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahveh de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre” (v.14). La Pascua antigua, como la antigua alianza, alcanzan su plenitud en la nueva Pascua como en la nueva Alianza, sellada no con sangre de machos cabríos, sino con la sangre de Cristo. Esta nueva Pascua es la Eucaristía, donde se sacrifica el cordero pascual, salida de la esclavitud del pecado hacia la perfecta condición de la filiación divina.

b.- 1Cor. 11, 23-26: La Cena del Señor.

El apóstol Pablo, luego de no alabar la praxis de celebrar la Cena del Señor de los Corintios (vv.17-22). Introduce el tema de la tradición y lo hace con dos términos: recibir y transmitir. “He recibido del Señor” (v.23), no por revelación directa, sino por trasmisión, que tiene su origen en el Señor Jesús. Pablo pretende que la tradición sobre la Cena pone comunión a quienes la celebran, con su origen, con el Señor Jesús. El cristiano y su comunidad entran en comunión con el Señor a través de la tradición, de ahí el valor de su contenido y el origen de dicha tradición de la nueva Pascua cristiana. Pablo, con solemnidad nos introduce en el contenido de lo transmitido: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado” (v.23).  El texto une lo histórico, el protagonista el Señor Jesús, al Nazareno que fue crucificado, a quien los cristianos confiesan como Señor (2 Cor.4,14). El termino “noche” nos sitúa en la cena pascual, en la última Cena de Jesús con los suyos, lo que lo relaciona, con la entrega de Jesús que hace de su vida en su pasión y muerte. Luego el apóstol narra lo que hizo Jesús, rito judío, la bendición y alabanza habituales, sino que añadió un contenido y significado nuevo del pan y del vino que reparte a los comensales. Es la Cena de Pascua de Jesús. Las palabras pronunciadas sobre el pan Jesús las identifica con su cuerpo entregado, pero no solo va a representar su entrega, sino que se identifica con ese pan repartido y su propia persona, es su yo (su cuerpo); este pan de Jesús, en un gesto de sublime de  amor hace entrega de su vida (v.24), por la salvación del mundo. La muerte aparece en forma implícita también sobre las palabras sobre el cáliz: que califica como: “la nueva alianza en mi sangre” (v.25). Sus palabras instituyen la Nueva Alianza, hacen presente, su muerte en la cruz (v.26), con lo cual, se establece una identidad sacramental, entre el pan y el cuerpo de Cristo y el cáliz con vino, con su sangre. A las palabras referidas hay un mandato de Jesús: “Haced esto en memoria mía” (v.24; Lc.22,19-20). Jesús le da a sus palabras y gestos de esta Cena una condición fundante en relación de repetirla por parte de sus discípulos; “haced” adquiere una índole cultual. Como la Pascua judía, la nueva Pascua deberá ser celebrada de generación en generación, como memorial de Jesús, el valor salvífico de su muerte, de alguien que está vivo, a quien la comunidad celebrante, reconoce como su Señor (v.26; cfr. Ex. 12,14; Lc.24,5). La memoria posee la capacidad de actualizar los hechos salvíficos de Dios.  “Cada vez que lo bebáis” (v.26), se entiende que a diferencia de la pascua judía, los cristianos no celebran estos ritos una sola vez al año sino con frecuencia. Cada vez que celebren esos ritos, la comunidad cristiana, anuncia la muerte del Señor hasta que vuelva. Es el kerigma cristiano, que celebra el memorial en la Cena de su muerte salvadora, su resurrección presente, actual precisamente a través del memorial (1Cor.15,3). El apóstol nos recuerda que como cristianos debemos participar con plena conciencia (cfr. Ex.24,8; Zac.9,11), pureza de alma, disposiciones dignas desde lo interior de nuestro ser. El sacrifico eucarístico nos da la vida nueva de resucitados, vida eterna anticipada, hasta alcanzar la eternidad una vez terminado el camino de fe en esta vida. 

c.- Jn. 13, 1-15: El lavatorio de los pies.

El evangelista por primera vez nos señala que la vida y muerte de Cristo, es un signo de amor a los suyos: “habiendo amado a los suyos” (v.1). Un secreto que se revela ahora, en los últimos instantes de su existencia en este mundo (cfr. Jn. 13, 34; 15, 9. 13; 17,23). Jesús tiene plena conciencia que ha llegado su Hora, su Pascua. Amar a sus discípulos hasta el extremo, consiste en dar la propia vida por ellos. Entrega necesaria para que venga la plenitud de esa donación de vida de parte de Cristo, con la venida del Espíritu Santo. “Los suyos” (v.1), podemos entender los discípulos, pero el apóstol nos hace pensar, en todos los hombres, en forma universal y, no sólo Israel o sólo los Doce (cfr. Jn. 11,52; 10, 3-4. 14; 15, 19; 17, 4. 6). Esta comunidad que ahora celebra, se abrirá a lo universal, para ser un solo rebaño y con un solo Pastor (cfr. Jn. 10, 6). A esa realidad apunta la intención de Jesús, amor hasta el extremo de dar su propio Espíritu a los creyentes (cfr. Jn. 19, 30). Este amor desbordante es la puerta para que esta realidad del Corazón de Cristo se haga presente como señal, de todo lo que enseñará: ser camino, verdad y vida, que conduce al Padre (Jn.14), permanecer en ÉL, como sarmiento a la Vid (Jn.15), guiados por el Espíritu a la verdad plena (Jn.16), para ser santificados en la verdad (Jn.17). Es la Iglesia de Cristo, según Juan, unidos por el amor y el servicio.

Un segundo momento lo marca el lavado de pies, durante la Cena: Cristo manifiesta su entrega, su amor a los suyos asumiendo esta actitud de Siervo. Toda la existencia de Jesús es un inclinarse delante del hombre para servirlo de diversas formas. Siervo hasta el final. El apóstol señala, en cambio, cómo Satanás había puesto en el corazón de Judas, el deseo de entregar a Jesús en manos de sus enemigos (v.2). Pero también nos dice como el Padre ha puesto todo en manos de su Hijo, que de ÉL ha venido y a ÉL vuelve (v.3; cfr. Jn. 3, 35; 10, 18. 30. 38). Con este gesto de lavar los pies a los suyos (v.4ss), Juan presenta al Maestro, en toda su humanidad y divinidad. Se quita el manto, se pone en actitud de esclavo, se despoja de su señorío y se ciñe una toalla para secar los pies de sus discípulos una vez lavados. Se quiere recalcar el servicio que presta Jesús a los suyos, ya que por dos veces se habla de esta prenda y no señala que se la quitara, con lo cual, el Maestro no pierde su condición de Siervo.

Un tercer momento, lo encontramos en el diálogo de Jesús con Pedro, pues éste se opone a que le lave los pies. Se trata de entender el señorío de Cristo, que éste lo entiende, como servicio al prójimo, el otro como un honor. (cfr. Mc. 8, 31-33). Este gesto no lo comprende ahora, le dice Jesús, lo comprenderá más tarde (v.7), luego de la resurrección con su martirio (cfr. Jn. 13, 12-17). En Juan, la Pascua es tiempo de comprensión de las Escrituras y del cumplimiento de lo dicho por Jesús (cfr. Jn. 2, 22; 12,16). La negativa de Pedro puede terminar en romper relaciones con su Maestro, le advierte Jesús, es decir, “no tener parte”, con ÉL, en la herencia de la tierra prometida, tema que está presente en todo el AT, alcanza su cumplimiento en Cristo Jesús, que nos promete la vida eterna, verdadera patria del cristiano. No tener parte con Jesús, era quedar autoexcluido de la herencia que Dios había puesto en las manos de Hijo. Luego de esta seria advertencia, Pedro lo entiende sólo como un nuevo baño ritual, como un acto de humillación de Jesús, pero no como un gesto que abarca toda la existencia de Jesús desde su Encarnación. Pedro, no comprende que el gesto de Jesús no conoce desigualdad entre los hombres. No hay grandeza humana, a la que deba renunciar por humildad, sino la única grandeza humana, consiste en ser como el Padre, donación total y gratuita de sí mismo. Jesús, declara que todos están limpios, excepto Judas, porque han escuchado su palabra (v.10; cfr. Jn. 15, 3; 1Jn. 1,7), han adherido al designio de Jesús (cfr. Jn. 6, 67-71), unión que luego hay que integrar a la vida personal. Una vez que terminó de lavar los pies, regresa a la mesa y les dice: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?” (v.12). Si él siendo Maestro y Señor les ha lavado lo pies, los invita a hacer lo mismo entre sí, como comunidad eclesial (1 Tim.5,10).  El lavatorio de los pies, es señal de la entrega de Jesús, hasta la muerte de cruz y para el discípulo, es entrega de sí mismo al prójimo, haciendo su kénosis, es decir, vaciamiento total de sí mismos, del egoísmo, para ser colmados del amor de Jesús Servidor de la humanidad. La comprensión del gesto de Jesús, es asumir que el servicio será parte constituyente de la comunidad de los discípulos entre ellos y con el prójimo, imitando el gesto de del Maestro, que pide disponibilidad afectiva y efectiva de estar al servicio unos de otros. Acoger a Jesús, es acoger al Padre que lo envió, que lava los pies de los que creen en su Hijo, es decir, Dios al servicio del hombre.

                    

VIERNES SANTO

 

                                       La Cruz gloriosa de Jesucristo

Este día celebramos la Pasión gloriosa de Cristo: su entrega a la muerte por toda la humanidad pecadora. Destaca, como símbolo de salvación, su Cruz gloriosa. En la liturgia, el leño del Calvario, no es sólo signo de suplicio y muerte, sino Cruz exaltada. Día de dolor y de gozo, porque redimidos por su Sangre, somos justificados. El Cordero pascual ha sido inmolado. Este es el día de la gran manifestación del amor del Padre que entrega al Hijo y su victoria sobre la muerte. Confiando en el amor del Padre, venció a la muerte con su vida por el poder de Dios. En ese leño está el destino de todo cristiano: el triunfo de Jesús es la victoria de todo cristiano. Con Cristo superamos la muerte, de Cruz nos viene la vida nueva, la luz de la fe, fundamento de nuestra esperanza.

Lecturas bíblicas:

a.- Is. 52, 13-15; 53,1-12: Fue traspasado por nuestras rebeliones.

Breve reflexión

b.- Heb. 4, 14.16; 5,7-9: Se convirtió en causa de salvación.

Breve reflexión

c.- Jn. 18, 1-19,42: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo.

La liturgia de la palabra de hoy, se centra en la Pasión narrada por San Juan. En este testimonio de historia y de fe encontramos un Jesús dueño de su propio destino, cuya vida nadie se la quita, sino que él la entrega voluntariamente (cfr. Jn 10,18). Es su glorificación. Casi la entronización de un rey como veremos más adelante. Para comprender la Pasión que vamos a escuchar hay que tener en cuenta que todo el evangelio de Juan tiene como trasfondo el misterio de la Encarnación (cfr. Jn. 1,14), realidad que se expresa su dimensión humana, es decir, la carne del hombre Jesús y su dimensión divina (cfr. Jn. 1, 14ss), o sea, su gloria. Se trata del misterio de Dios, que se hace visible en la humanidad de Jesús. Lo palpable del misterio de Dios en Cristo, se convierte en revelación: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14, 9). Esta es la síntesis de todo el cuarto evangelio. Hay tres ideas teológicas, transversales en el evangelio de Juan y por supuesto presentes en la Pasión, sin las cuales no sería posible comprender tal narración: "la Hora" de Jesús, "la elevación" del Hijo del Hombre y "el juicio" de este mundo. Toda la vida de Jesús está orientada hacia esa Hora, meta de su camino, donde Dios mostrará toda su gloria, que es amor por los hombres en su Hijo (cfr. 2, 4; 12,23; 13,1; 17,1). Muy unido a la Hora, está el tema de la elevación en la Crucifixión, desde donde atraerá a todos hacia ÉL, es el grano que cae en tierra para dar mucho fruto, es decir, vida nueva, la resurrección (cfr. Jn. 3,14-15; 12, 24-32). La idea del juicio de este mundo, es una lucha entre la luz y las tinieblas, precisamente la muerte de Jesús es el momento medular de ese juicio (cfr. Jn. 3, 19; 12,31). Jesús, se muestra con una libertad única para donar la vida y recuperarla, un señorío y majestad para enfrentar su pasión y muerte. Historia y fe, luz y tinieblas, amor extremo y traición, todo este testimonio nos introduce en el misterio de nuestra redención.

Podemos dividir la narración (Jn. 18,1-19,42) en cinco grandes bloques: 1. Jesús en el jardín (18,1-12); 2. Jesús ante Anás y la actitud de Pedro (18,13-27); 3. Jesús ante Pilato (18,28 - 19, 16a); 4. Jesús muerte en el Gólgota (19,16b-37); 5. Jesús es sepultado (19,38-42).

1.- Jesús en el jardín (Jn. 18,1-11).

Todo comienza en un jardín y terminará en un jardín (cfr. Jn. 19,41). Puede que Juan quiera recrear los primeros capítulos del Génesis con la idea clara: con la Pasión y Resurrección, comienza una nueva creación (cfr. Gn. 2-3; Jn. 1,1; Jn. 20, 22; Gn. 2,7; Jn. 7, 39).  Jesús, sabe lo que va a suceder (v.4), y todo acontece pareciera cuando él lo quiere, entrega la vida con absoluta libertad cumple la voluntad del Padre. Su comportamiento muestra una dignidad infinita, soberana es la libertad con que inicia su pasión. En el prendimiento, no hay beso de Judas, porque a la pregunta sobre Jesús el Nazareno, Él responde: “Yo soy” (v.5). Intercede por sus discípulos, para que los dejen en libertad, no perdió ninguno de los que el Padre le confió (v.9; Jn.10,11;17,16). La acción violenta de Pedro (v.10), de querer defender a Jesús. Es la ocasión para dejar en claro el motivo de la pasión que sigue: el cáliz que el Padre pone en sus manos: “¿No lo voy a beber?” (v.11). Jesús, es dueño de todo lo que sucede a su alrededor (cfr. Jn. 18,5; 10,18; 18,9; 10,28; 17,14-15), sólo su Padre es su ayuda (Gn.22,4-6).

2.- Jesús, ante Anás y las negaciones de Pedro (Jn. 18,13-27).

Jesús, es llevado ante la presencia de Anás, suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año. Es la primera vez que atan las manos de Jesús (Jn.18,12). Este era el que había afirmado que era mejor que muriera un solo hombre por el pueblo, y no toda la nación (cfr. Jn.11,50). Mientras tanto, fuera en el atrio, Pedro es interrogado acerca de su condición de discípulo de Jesús y él lo niega tres veces; por el momento no puede seguir a Jesús (cfr.Jn.18,17.25.27; 16,36). Dentro, Jesús es interrogado por el sumo sacerdote Anás y, Jesús responde acerca de su doctrina y enseñanzas en el templo (cfr. Jn. 18,19). Vemos cómo Jesús siempre ha sido causa de interrogantes y juicios que hacen sobre Él. Lo paradojal es que quien quiera tomar partido o rechazo por Jesús, hace un juicio sobre sí mismo (cfr. Jn. 1,19; 3,18-19; 9,39; 11,49-53). Jesús ahí se presenta como, es uno que revela lo que ha hecho como enviado del Padre. Mientras en los Sinópticos Jesús calla, como manso cordero, no abre la boca, Juan, en cambio, exalta su dignidad soberana de Jesús en la vivencia de su pasión. 

La bofetada que recibe, de parte del soldado (Jn.18,22), su puede entender como el rechazo del mundo y la cobardía de Pedro se contrapone con la valentía de Jesús ante el sumo sacerdote. Pedro en cambio, ha comenzado a padecer su debilidad, habiendo conocido la enseñanza del Maestro (cfr. Jn. 18,25-27).  Mientras Jesús se muestra abiertamente ante Anás, Pedro reniega de pertenecer al grupo de Jesús, se ha enfriado su fervor por Jesús. Anás manda a Jesús a Caifás, el evangelista no describe este proceso, porque en realidad los judíos ya lo habían condenado por blasfemo durante su ministerio (Jn.7-9.12s).

3.- Jesús ante Pilato (Jn. 18,28-19,16).

Este texto nos presenta dos ambientes: dentro y fuera del pretorio, dentro está Jesús y Pilato, fuera la turba que pide que le crucifiquen: cuatro veces sale Pilato del pretorio (cfr. Jn. 18, 28-32; 38-40; 19,4-8; 19,13-16), y las escenas vividas dentro son tres (cfr. Jn. 18, 38-40; 19,1-3; 19,9-12). En todo momento Jesús tranquilo y en diálogo con Pilato. Fuera en cambio, están los judíos con una actitud de odio, rechazo y confusión. Pilato pasa de un ambiente a otro. El único tema de diálogo es la realeza de Jesús, mejor dicho, es una epifanía real dentro de la pasión. Vísperas del gran sábado pascual, los judíos permanecen fuera del palacio, para no caer en impureza legal y poder comer la Pascua. Irónico, Jesús está en medio de paganos. 

En el fondo, no es a Jesús a quien está juzgando Pilato, sino que es él quien está siendo juzgado. Trata de librar a Jesús, quiere un proceso regular, porque sabe que es inocente, pero tiene la presión de fuera que lo obliga a condenarlo. Cuando los judíos le dicen si suelta a Jesús, no es amigo del César, su puesto político está en peligro, teme represalias (cfr. Jn. 19,12-13; 19,8). Jesús se muestra siempre como dueño de la situación, porque sabe que tiene el poder, y no Pilato, y si tiene algo de poder, lo ha recibido de lo alto. Jesús es rey, y su reino no es de este mundo. De cara a la realeza de este mundo, la realeza de la Verdad, es luz que se impone a quien se abre a ella. Es la realeza del Enviado del Padre, de quien afirma: Yo soy la Verdad (Jn.14,6). Todo aquel que es de la Verdad, escucha su voz (Jn.18,37; 10,3-4; Jn. 18,36-37; 19,11; 19,36). En el último intento por salvarle, los judíos, por las circunstancias, se ven obligados a reconocer a Cesar, como único rey (Jn.19,15). Pilatos no escuchó la verdad, era lo que menos le interesaba, de ahí que quedó atrapado por el poder mundano: el favor de emperador y su puesto. El rey de la Verdad es condenado, es liberado Barrabás, un bandido. Otra ironía. Triunfa la injusticia y la mentira.

4.- Jesús, muere en el Gólgota (Jn. 19,16-37).

En el camino hacia el Calvario, Jesús carga con la cruz, sólo, lleva su cruz más que instrumento de suplicio, como insignia de poder, cetro de su realeza (cfr. Is. 9,9,5; Gn. 22,6; Mc.15,21). Le crucifican cerca de la ciudad, toda una amonestación y ejemplo a tener en cuenta, para ser vistos por la gente. Juan, no declara bandidos a los que crucifican con Jesús, son la corte del rey (Jn.19,18). Si se levantó la cruz es para la adoración.  

El letrero sobre la cruz, se escribía la causa de la condena, por la cual el malhechor era ejecutado, estaba escrito hebreo, latín y griego decía: “Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos” (v.19). Pilato tres veces proclama a Jesús como Rey, a su pueblo que sido rechaza (cfr. Jn. 19,14.16-17). Ahora, es presentado como Rey a todo el imperio, representado en las lenguas que se hablaba en el lugar: el hebreo; el latín, lengua del imperio y el griego lengua de la civilización. Pilato, sin saberlo confirma la realeza de Jesús, lo reconoce como Rey (cfr. Jn. 19, 20.22). Ante la insistencia de los judíos, Pilatos se niega a cambiar el título de la condena, porque quiere dejar en claro que fue acusado por los judíos, que fue crucificado, no por una cuestión política con Roma. El reparto y sorteo de los vestidos de Jesús, más allá del privilegio que tenían los soldados que habían participado en la crucifixión, el evangelista quiere ver el cumplimiento de la Escritura: “Se han repartido mis vestidos han echado a suertes mi túnica” (v.24; Sal. 22,19), mostrar a Jesús como sumo sacerdote en el momento de su sacrificio, al señalar que la túnica era sin costura (cfr. Jn. 19,23), signo de unidad. En contraste con el AT en que los vestidos simbolizaron la división de la monarquía (cfr. 1Re 11,29-31). En cambio, aquí la túnica significa la unión de los que creen, el nuevo pueblo de Dios, en torno a Jesús, atraerá a todos (cfr. Jn.11,52; 12,32). Es la transfiguración de Jesús, que Juan no presenta hasta el desvelamiento de la cruz.

5. - Mujer, ahí tienes a tu hijo (Jn.19,25-27).

La nueva familia de Jesús está ahí al pie de la Cruz: su Madre, las otras mujeres, y Juan, el discípulo amado (v. 25s); además de los soldados romanos que hacen guardia. Clavado a la cruz, despojado de todo, desde lo alto contempla a su madre. Su última mirada es para ella, el único bien que le queda, y escoge ese tiempo que le queda para entregarla: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” señalando al discípulo Juan (Jn.19,26). María aparece al comienzo del evangelio, las bodas de Caná, y al final de la vida pública de su Hijo. La llama “mujer” no madre como sería normal. Si ella está unida al Salvador para colaborar en la redención del mundo, es porque está relacionada su figura con Eva, la Hija de Sión y la mujer del Apocalipsis (Ap.12). María, la Madre es figura de Sión, de la que da a luz un pueblo (cfr. Is 66,8-9). Ahí nace la maternidad espiritual de María sobre aquellos por los cuales su Hijo está entregando su vida. El discípulo es figura del creyente, de los seguidores de Jesús, partícipes de su filiación divina.  Al pie de la cruz nace está la familia de Jesús, ahí están su Madre y sus hermanos (cfr. Mc. 3,31-35), los que hacen la voluntad del Padre. El discípulo acoge en su casa a la Madre de Jesús (Jn.19,27), y todo lo que el Hijo le entregó a él, y ella habita en la casa de todos los que queremos que permanezcan con nosotros.    

6. - La sed y la lanzada (v.28ss).

Tengo sed (Jn.19,28). Es el pobre absoluto. No tiene más que sed. Sus palabras reflejan el sufrimiento de Jesús crucificado, ahora sediento, le ofrecen vinagre, cumplimiento de las Escrituras (v.29; cfr. Sal.60.22; Ex. 12,22). El verdadero sentido de la sed de Jesús: “mi alma está sedienta de ti” (cfr. Sal 63,1). Juan no registra las palabras del Sal.22, sino resalta el misterio de la sed, de amor, que le expresó a la samaritana: “Dame de beber” (Jn.4,7; cfr. Mc.15,34; Mt.27,46). “Todo está cumplido” (Jn.19,30). Es la consumación del amor, los amó hasta el extremo, en la consumación de la vida. “Entregó el espíritu” (Jn.19,30), no como quien exhaló el último suspiro, sino como quien entrega su Espíritu de amor y de vida. Inclina su cabeza en los brazos del Padre para que llegue a nosotros el Espíritu Santo.   

La hora de la muerte de Jesús, fue la misma, hora sexta del día de la Preparación, momento en que los sacerdotes comenzaban a degollar los corderos en el Templo, vísperas de la Pascua.

La Ley mandaba que no podían quedar cuerpos muertos que habían sido colgados, la víspera del sábado día festivo y solemne de la Pascua (cfr. Dt. 21,22-23). De ahí que la petición de los judíos hecha a Pilatos fuera escuchada. “No le quebraron las piernas” (v.31; Sal.34,20). Se pretendía, con ello acelerar la muerte de los condenados, pero como Jesús había muerto, se las rompieron a los otros crucificados. La intención del evangelista es presentarnos al Cordero pascual tal como lo había presentado el Bautista (cfr. Jn.1,29.36). El cordero pascual debía ser comido sin quebrarle ningún hueso (cfr. Ex.12,46). El simbolismo y lectura teológica es: Jesús es el verdadero y escatológico Cordero pascual, de ahí el detalle de poner su muerte y el día en que se sacrificaban los corderos en el templo de Jerusalén.  “Uno de los saldados le atravesó el costado con una lanza y al instante le salió sangre y agua” (v.34). La atención la pone el evangelista en el cuerpo glorificado de Jesús, el traspasado (cfr. Zac.12,10ss), nuevo santuario de Dios al que podemos ingresar en lo más íntimo y sagrado de su amor (cfr. Jn 2,21), al que contemplarán todos para su salvación (cfr. Jn.3,14s). La sangre y el agua, en primer lugar, nos habla de la Encarnación, Jesús Dios y Hombre verdadero que pasa de este mundo al Padre (cfr. Jn. 12,23; 13,1). La Iglesia ha visto como Jesús glorificado entrega a la comunidad eclesial: el bautismo (cfr. Jn 3) y la eucaristía (cfr. Jn 6). Como ya había anunciado Jesús: de su seno correrían ríos de agua viva (cfr. Jn. 7, 38). Ex. 12,10.46; Jn. 19,30). Al pie de la cruz, nace la Iglesia (SC 5), según el evangelista Juan.

7.- Jesús es sepultado (Jn. 19, 38-42).

Aparecen en esta escena, José de Arimatea quien tiene la iniciativa del entierro y Nicodemo quien compra los perfumes para ungir al difunto (cfr. Jn. 3,1-10; 19, 39). El cuerpo de Jesús, es el nuevo y definitivo santuario destruido por los hombres y levantado por Dios (cfr. Jn. 2,19-22), tienda del encuentro entre Dios y los hombres, templo para adorar a Dios en Espíritu y verdad (cfr. Jn. 4,24). Es el cuerpo del Señor, un rey, que duerme. De ahí el detenerse el evangelista en detallar los ritos funerarios judíos, donde no faltó nada, para celebrar un funeral solemne, como los de un gran rey (cfr. Jn. 19,39). Su sepulcro era una tumba nueva, ahí es llevado el Hijo del hombre (vv. 40-41). Nuevamente nos encontramos en un huerto o jardín, como al comienzo de la pasión. En este relato de la Pasión de Jesús somos testigos de cómo camina hacia su victoria: ha vencido al mundo (cfr. Jn. 16,33). Su gloria y realeza se ha manifestado: es la luz de los hombres, luz que brilla en las tinieblas y éstas no le vencieron (cfr. Jn. 1,4). Cada creyente, unido a Jesús Resucitado, vence al mundo con la luz, vida y verdad que proceden de ÉL y la ha comunicado a todos los creyentes bautizados para hacerlos hijos de Dios (cfr. Jn. 1,12).

 

                                               SABADO SANTO

La mañana de este día, junto a la Madre de Jesús, Mujer de Dolores, esperamos el cumplimiento de la promesa del Hijo, que al tercer día iba a resucitar. Acompañamos a María Santísima en su mayor dolor, la muerte de su Hijo en la Cruz junto al sepulcro.