Domingo de Resurrección, Ciclo
B
¡Ha resucitado! ¡No está aquí!
En el Santo Sepulcro
Cuando voy a Israel con grupos de
peregrinos y entramos en el
Santo Sepulcro de Jerusalén, no más de tres personas por turno, yo invito a
decir a cada uno estas palabras del evangelio de hoy en el lugar donde se
pronunciaron por primera vez: ¡Ha
resucitado, no está aquí! Lo hago para que todos las escuchemos y para
que todos las transmitamos. Son las palabras de la gran alegría y de la
esperanza. Desde dentro de la tumba la gran noticia del domingo de Pascua es un
mensaje de alegría que resuena por toda la tierra: Cristo ha resucitado. Aunque
ésta sea una noticia de hace veinte siglos, constituye una novedad permanente
en la historia de la humanidad.
La gran sorpresa de las mujeres
La narración del Evangelio de
Marcos del sepulcro abierto y sin el cuerpo de Jesús (Mc 16,1-8) permite
destacar varios elementos singulares del relato. Las mujeres encontraron
removida la piedra ya había sido removida, con lo cual se indica que el
acontecimiento de la resurrección es una obra divina. Las
mujeres no encuentran el cuerpo del Señor Jesús. En la búsqueda de Jesús,
que había sido crucificado y sepultado, las mujeres se encuentran la sorpresa
de que no está donde lo buscaban, pero reciben el anuncio pascual del joven
mensajero de Dios allí presente. El mensaje que ellas reciben es el anuncio
genuino de la Pascua cristiana y va precedido de una clarificación de la
identidad del Señor. El
Resucitado es Jesús Nazareno, el que fue
crucificado. Ése es el que resucitó. Parece que las discípulas, que habían
perseverado hasta el final, más allá de la muerte de Cristo, y firmes en su
amor inquebrantable al Señor, a pesar de su fidelidad no habían entendido
todavía quién era Jesús ni la vida que él transmitía.
El Crucificado ha resucitado
El resucitado marca una discontinuidad con
la historia del común de los mortales, ya que la novedad
de vida que él tiene y que comunica a los humanos ya no está sometida
a la muerte y es eterna. Así se pone de relieve que el espíritu de amor y de
entrega que vivió Jesús en su vida mortal, su mensaje
de verdad y de justicia, de perdón y de paz no podía quedar retenido
en la tumba de la muerte. Por eso Dios lo resucitó de entre los muertos y a
través de él sigue generando y comunicando vida, alegría, paz y fraternidad
entre los hombres. Los evangelios transmiten dos datos
diferentes acerca del Resucitado: el
sepulcro abierto sin el cuerpo de Jesús y las apariciones del resucitado a
las mujeres y a los discípulos. Los relatos evangélicos del sepulcro de Jesús,
abierto y vacío, no son pruebas de la resurrección sino signos que ayudan a las
mujeres, a los discípulos y a los creyentes de toda la historia, a entender ese
mensaje de alegría y de esperanza: Cristo
ha resucitado. Dios ha sellado la vida del crucificado con una
victoria decisiva. Las señales corporales de Jesús, las marcas de su
crucifixión en las manos y el costado muestran que el
resucitado no es otro que el crucificado.
La humanidad exulta por la Resurrección de Cristo
Hasta la resurrección de Cristo nadie había
podido oír ni pronunciar nunca esta singularísima, excelente y genuina Buena
Noticia. Por eso Pablo la destaca con su artículo determinado “El Evangelio”. No es
comparable a cualquier otra Buena Noticia. Es tan especial que a ella se
reserva la categoría de Evangelio.
El Nuevo Testamento la transmite recogiendo el testimonio de la predicación
cristiana primitiva: Cristo
ha resucitado. Y ésta es la gran noticia del domingo de Pascua como mensaje de alegría que
resuena por toda la tierra y hace exultar
a la humanidad. Hace veinte siglos que sucedió, pero constituye una novedad
permanente en la historia de la humanidad. Precisamente por ello la tradición
primigenia del mensaje pascual, recogida por Pablo en 1Cor 15,3-4, transmite el
acontecimiento de la resurrección de Cristo con la morfología del pretérito
perfecto. De este modo el texto bíblico pone de relieve no sólo que se trata de
un hecho ya ocurrido, sino de un acontecimiento ya acaecido cuya repercusión en
el presente está vigente y se deja notar permanentemente. La resurrección no es
ya sólo un hecho puntual del pasado sin, más bien, una realidad de consecuencias
extraordinarias para la vida humana, pues, a partir de Cristo
resucitado y vencedor de la muerte, la existencia humana se abre a una esperanza inédita. El horizonte
al que podemos mirar los seres humanos va más allá de la muerte porque, igual
que Jesús ha sido resucitado de la muerte, todos con él recibirán la vida en
virtud de su Espíritu. La resurrección de Cristo es, por tanto, el comienzo de
la nueva humanidad. Hoy es el primer día de la nueva creación. Éste es el
motivo de la exultación universal.
La inmensa alegría del pregón pascual
En el pregón pascual de este día de Pascua
resuena en los templos católicos, como una auténtica explosión de alegría y
júbilo, su primera palabra: “Exulten”. Con
ella el pregonero de las fiestas de Pascua marca la actitud fundamental que
debe llenar el corazón de los fieles en el Pueblo de Dios. Es una palabra que
procede del latín, traduce el “exsultet” del canto gregoriano y apenas se
conoce fuera del ámbito litúrgico. Por medio de ella se convoca al
universo entero, celeste y terrestre, a hacer fiesta por el Resucitado, en esa
noche en que Jesús ha vencido la muerte, el pecado y la culpa de la
humanidad. Exultar es mostrar
alegría y gozo de manera desbordante. Exultar
es el grado supremo de la alegría. Es la alegría espiritual que nace del
fondo del alma y suscita emociones sin cálculo. Es casi imposible
cantarla con fe en una celebración sin que se produzca un escalofrío
vibrante de gozo, también físico. A esta alegría es a la que se invita a
toda la Iglesia y al mundo por asistir a la proclamación de la gran buena
noticia por antonomasia para la humanidad: Cristo
ha resucitado.
Las mujeres discípulas, en salida hacia Galilea
Tras la experiencia del sepulcro abierto y
vacío, la misión de las mujeres y de la Iglesia es ponerse en marcha, es la
primerísima “Iglesia en
salida”, como dice el papa Francisco, para anunciar a los discípulos y
a Pedro qué hay que hacer para encontrarse con el resucitado, indicándoles que
hay que ir a Galilea para verlo pues así lo había dicho. Para encontrarse con
el Resucitado no es necesaria ni siquiera una aparición prodigiosa. Lo que
hemos de hacer todos para encontrarnos con el Resucitado es ir a la Galilea del Evangelio para
recordar las palabras y obras Jesús. Al hacer memoria del plan de Dios sobre el
Hijo del Hombre y de su entrega por amor en manos de los pecadores, pero a
favor de ellos, recordando su crucifixión como Hijo de Dios y la resurrección
como culmen del proceso de la manifestación de Dios en Cristo, ya se siente la
fuerza y la presencia del Resucitado, que impulsa a comunicar la noticia
pascual, que cambia de rumbo la existencia humana.
La misión de la Iglesia es regenerar la humanidad
La misión actual de la Iglesia consiste en avivar la fuerza de la Palabra de
Jesús, cuyo recuerdo la actualiza y cuya proclamación la celebra como palabra regeneradora de
una nueva humanidad, para vivir en el amor fraterno y en la gran alegría de que
el amor de Dios ha triunfado sobre la injusticia, sobre el pecado y sobre la
muerte en este mundo. Injertados en Cristo Jesús por el bautismo, los creyentes
experimentamos que con él y por él hemos dado muerte a todo pecado y podemos
vivir en la permanente alegría de la gracia con la capacidad irrevocable de no
pecar. Pero no podemos bajar nunca los brazos en la lucha contra el mal
mientras estamos en este mundo. Que tengamos la capacidad para hacerlo no
significa ni garantiza que siempre lo hagamos. Sin embargo, estando unidos a
Cristo crucificado y resucitado, en nosotros se ha generado una personalidad
nueva para caminar en la novedad de vida en el Espíritu.
La presencia del Espíritu en el mundo
También es misión primordial de la Iglesia
recordar y anunciar la
presencia del Espíritu en toda persona que, haciendo el bien y estando
cerca de los que sufren la miseria, la injusticia, la opresión y la violencia,
dan testimonio de la fraternidad universal de la familia humana, encaminada
irreversiblemente hacia el Padre por el crucificado y resucitado. Desde
Bolivia, con los niños y el personal de Oikía,
nuestra casa de acogida a los niños de la calle, exultantes por el Resucitado, ¡Feliz Pascua de Resurrección!
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de
Sagrada Escritura