PASCUA – DOMINGO II B
(11-abril-2021)
Jorge Humberto
Peláez S.J.
La antipática arrogancia del apóstol Tomás
ü
Lecturas.
o
Hechos
de los Apóstoles 4, 32-35
o
I
Carta de san Juan 5, 1-6
o
Juan
20, 19-31
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Las
lecturas del tiempo pascual nos abren ventanas para observar la vida de la
Iglesia Apostólica, cuyas actividades giraban alrededor de la experiencia del
Señor resucitado. Era una comunidad vibrante, que comunicaba con entusiasmo la
buena noticia. A pesar del tiempo que nos separa, la Iglesia del siglo XXI
sigue con la mirada puesta en la Iglesia de los orígenes. El núcleo de lo que comunicamos
es el mismo: el Señor vive y está presente en medio de su Iglesia.
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Las
lecturas de hoy, particularmente el relato de los Hechos de los Apóstoles y las
dos apariciones narradas por Juan, nos iluminan dos situaciones de enorme actualidad:
los desafíos de la solidaridad y los efectos devastadores del pensamiento
positivista.
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Empecemos
por profundizar en los retos de la solidaridad.
La cultura occidental es individualista. Desde los primeros años, se inculca a
los niños un espíritu agresivamente competitivo. ¡Hay que ser los primeros sin importar
los medios que se utilicen para alcanzar el triunfo! Sin embargo, estos largos
y duros meses de la pandemia nos han mostrado la importancia de la solidaridad.
Definitivamente, solos no podemos salir adelante. Nos lo ha recordado el Papa Francisco
con la imagen de la embarcación: todos estamos en el mismo barco, avanzamos hacia
la misma orilla, es necesario tener un único plan de navegación. En consecuencia,
tenemos que superar el egoísmo y fortalecer un sentido asociativo.
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La
primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, nos describe una
comunidad cristiana solidaria: “Toda la multitud de los creyentes tenía un solo
corazón y una sola alma; y nadie consideraba como propio lo que poseía, sino
que todo lo tenían en común”. No es arriesgado afirmar que se trata de un
cuadro bastante idealizado de los primeros cristianos. Conociendo la naturaleza
humana, podemos suponer que no faltaban los egoístas y los ventajosos. Pero
eran la excepción. La tónica dominante era la solidaridad.
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El
Papa Francisco dedica su última encíclica al tema de la fraternidad y la
amistad social. El capítulo 2° de la encíclica es una reflexión muy profunda
sobre la parábola del buen samaritano. Esta parábola es un exigente test sobre
la solidaridad. Meditemos en las palabras del Papa: “Puestos en camino, nos
chocamos, indefectiblemente, con el hombre herido. Hoy, y cada vez más, hay
heridos. La inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del
camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos.
Enfrentamos cada día la opción de ser buenos samaritanos o indiferentes
viajantes que pasan de largo”.
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Hablando
de solidaridad internacional, estamos viendo cómo los países ricos están
acaparando las vacunas para el COVID-19 que salen al mercado. Como siempre, los
países emergentes y los pobres ocupamos los últimos puestos en la lista de
espera.
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Vayamos
ahora al segundo tema que nos plantea la liturgia de este II domingo de Pascua:
los efectos devastadores del pensamiento
positivista. No me extrañaría que algún lector dijera: ¿Qué tiene que ver
la liturgia de hoy con el positivismo? El evangelista Juan nos describe dos apariciones
de Jesús resucitado; en la primera, no se encontraba el apóstol Tomás; en la
segunda, sí estaba presente. Cuando sus colegas apóstoles le contaron que
habían visto al Maestro resucitado, Tomás, con gran suficiencia, afirmó:
“Mientras no le vea en las manos la marca de los clavos, mientras no meta el
dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no creeré”.
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En
la segunda aparición, Jesús resucitado se acerca a Tomás y le dice: “Trae tu
dedo: mira mis manos. Trae tu mano métela en mi costado. Deja de ser
incrédulo”.
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A
Tomás hay que reconocerle a su favor que haya asumido una posición crítica. Es
legítimo dudar. Es de personas sabias preguntar. Entre la gente circulan muchas
opiniones inexactas, y se dan por verdaderos, hechos que no han sido
verificados. La equivocación de Tomás consistió en radicalizar su posición y
convertir en criterio de verdad su experiencia personal: “Si yo no meto el
dedo…. no creo”. Es absurdo pretender que nuestra experiencia personal sea el
criterio absoluto para validar un conocimiento. ¿Por qué? Porque no podemos ser
expertos en todo.
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Al
mismo tiempo que reconocemos el valor de tener un espíritu crítico, es
importante en la vida apreciar la autoridad epistemológica y moral de las
personas. Aprender a valorar qué testimonios son creíbles y cuáles muestran
inconsistencias. “Por sus frutos los conoceréis”. El testimonio de vida y la
coherencia entre las palabras y los hechos son unos indicadores serios para
valorar la validez de un relato narrado por otra persona. Es sano fomentar el
espíritu crítico. Pero no es de personas prudentes aferrarse tercamente a nuestras
lecturas de la realidad. Cualquier tipo de dogmatismo dificulta el conocimiento
de la verdad y el descubrimiento del bien.
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Nuestra
fe en el Señor resucitado se fundamenta en el testimonio de los Apóstoles, a
través de sus enseñanzas y milagros, y en la experiencia vivida por la Iglesia
Apostólica, que llega hasta nosotros fielmente gracias a la Tradición de la Iglesia,
acompañada del estudio de la seriedad de las fuentes y de los documentos
históricos. Por eso son tan importantes las palabras que pronunció san Pedro en
casa del centurión Cornelio: “Dios lo resucitó al tercer día y le concedió poder
manifestarse, no a todo el pueblo, sino a testigos escogidos previamente por
Dios: a nosotros que comimos y bebimos con Él después que resucitó de entre los
muertos. Él fue quien nos envió a predicar al pueblo y atestiguar que Dios lo
ha constituido juez de vivos y muertos”.
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La
resurrección del Señor llena de sentido nuestras vidas y responde a
interrogantes muy hondos: Que la luz del cirio pascual ilumine nuestro
interior. Profundicemos en las experiencias de la Iglesia Apostólica, que
estaba marcada por la Pascua del Señor.