II Domingo de Pascua, Ciclo B

Ojos para ver

 

“No vemos lo que es, sino lo que somos”. O como somos y desde donde somos. Cada uno va moldeando las cosas a su antojo desde una perspectiva calculada, egoísta, subjetiva. Y esto también pasa con nuestra fe. Y con la imagen que tenemos de Dios o del dios a quien hemos hecho a nuestra imagen y semejanza. Nuestra visión se ve afectada por muchos intereses y la fe sufre las consecuencias.

Tomás es el discípulo que quiere ver. Y quiere hacerlo con sus propios ojos sin depender de nadie o de nada. Y si no ve, no cree. ¡Oh qué relación más honda! Y no sólo ver, sino tocar y palpar. Lo decimos a gritos: Dios entra por los sentidos, por nuestra humanidad. Nada más humano, más cercano a nosotros que nuestros sentidos. Tomás asume nuestra voz y encarna nuestra realidad vista, tocada y sentida.

Y ¿Qué vio Tomás? Y ¿Qué palpó? Llagas, sufrimiento, dolor. Como si para ver a Dios tuviéramos que pasar primero por nuestra humanidad herida, salpicada de sangre, hecha piltrafa, cruz. Y ahí se dio de bruces con la fe: “¡Señor mío y Dios mío!” No porque Dios quiera el dolor, el sufrimiento, sino porque nuestra fe garantiza su identidad sólo en solidaridad con la humanidad crucificada.

Y ¿En dónde está Jesús, entonces? ¿Dónde encontrarlo para todos aquellos que lo buscan? Jesús le responde a Tomás: “Dichosos los que creen sin haber visto”. Para verlo hay que buscarlo donde está. Y está en el dolor y el sufrimiento humano. Todas las cicatrices de humanidad sufriente nos hablan de una presencia adorable de Jesús. Allí donde los últimos de esta sociedad embrutecida y victimaria, nos piden ojos para ver, manos para sanar, mesas para tender y multiplicar el pan.

Cochabamba 11.04.21

jesús e. osorno g. mxy

jesus.osornog@gmail.com