Tercer Domingo de Pascua, Ciclo B
Un resucitado humanizado
Nos gusta pensar en un Dios que esté lejano de nosotros. Nos asusta su
cercanía. Se nos hace muy extraño el que pueda caminar con nosotros… por eso lo
divinizamos, es decir, lo convertimos en trascendente, el más allá. Así
evitamos su proximidad. Construimos templos para establecer fronteras y
rituales exclusivos para tributarle nuestros homenajes y nuestras ofrendas, definidas
por necesidades y peticiones bien calculadas.
Pero el Evangelio nos presenta una imagen diferente de Dios: El Dios
cercano, el Dios sensible, el Dios humano. Así se nos reveló en Jesucristo
quien es la ‘humanización’ de Dios. Y su resurrección es la expresión más honda
de humanidad. “No es un fantasma” se los refriega repetidas veces a sus
discípulos, en tono de reclamo, también de reivindicación de su humanidad.
Es, después de la resurrección, cuando Jesús se presenta más humano, más
cercano. Entonces, su divinidad ya no significa alejamiento. Todo lo contrario.
Cuanto más divino queremos verlo, Él se nos revela en toda la plenitud de su
humanidad: “Carne y hueso”, mesa compartida, alimentos que se reclaman, nombres
que se pronuncian con afecto y reclamos que se vuelven candencias de a mor.
Y para acercarnos más a Él, nos “abre el entendimiento”. ¡Cuántas torpezas
en nuestras vidas y, sobre todo, en nuestra manera de entender la ‘humanidad de
Dios’! Más, su resurrección. La rechazamos con mucha facilidad en el modo como
afrontamos la muerte. Si aceptáramos la resurrección de Jesús, también nuestra
muerte tendría como colofón, la certeza plena de nuestra participación en la
gozosa y dichosa vida eternal de Jesús.
Cochabamba 18.04.21
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog@gmail.com