TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XVIII B
(1-agosto-2021)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo
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Lecturas:
o
Libro
del Éxodo 16, 2-4. 12-15
o
Carta
de san Pablo a los Efesios 4, 17. 20-24
o
Juan
6, 24-35
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La
propuesta teológica que nos hace la liturgia de este domingo gira alrededor del
alimento, que es un factor esencial
para la conservación de la vida. El alimento nos proporciona la energía para
que funcione nuestro organismo y así podamos llevar a cabo todas las
actividades físicas e intelectuales.
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Es
muy interesante analizar cómo se va desarrollando esta reflexión. El punto de
partida es la rebelión de los israelitas contra Moisés y Aarón, en su
peregrinar por el desierto. Están furiosos porque tienen hambre: “¡Ojalá el
Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, cuando nos sentábamos alrededor de las
ollas de carne y comíamos hasta hartarnos! Nos han sacado a este desierto para
matar de hambre a todo este gentío”.
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En
medio de esta crisis alimentaria, el pueblo no piensa en la explotación que
sufrió por parte de los egipcios. Tampoco le interesa recordar los hechos
extraordinarios que obligaron al faraón a aceptar que marcharan. Los
acontecimientos del Mar Rojo están borrados de su mente. Su único pensamiento
es comer con abundancia.
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Esta
tensión permanente entre los valores materiales y los valores del espíritu ha sido
magistralmente expresada por Don Miguel de Cervantes en sus personajes Don
Quijote y Sancho Panza. Don Quijote encarna los valores de la justicia y el
derecho, el honor, el amor idealizado. Sancho Panza es un pragmático cuya máxima
aspiración es un plato de comida acompañado de abundante vino. Don Miguel de
Cervantes nos señala que dentro de cada uno de nosotros conviven estos dos personajes.
Simultáneamente, somos Don Quijote y Sancho. Unas veces, nos sentimos
fuertemente motivados por nobles ideales de solidaridad y justicia; otras veces,
sucumbimos al llamado de la comodidad.
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Esta
expresión de descontento popular que afrontan Moisés y Aarón, se convierte en
una oportunidad para la manifestación de la gloria de Dios: “El Señor dijo a
Moisés: Voy a hacer llover para ustedes pan del cielo; que la gente salga a recoger
la ración de cada día”.
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El
maná que caía del cielo y alimentaba cada día al pueblo de Israel en su
travesía por el desierto, es un símbolo muy potente de la generosidad de Dios.
El maná significa la providencia infinita, que nunca abandona a sus creaturas.
Moisés dijo al pueblo: “Este es el pan que el Señor les da de comer”.
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El
Salmo 77 expresa, de manera poética, esta intervención extraordinaria de Dios:
“Dio orden a las altas nubes, abrió las compuertas del cielo; hizo llover sobre
ellos maná, les dio un trigo celeste. El hombre comió pan de los ángeles, les mandó
provisiones hasta la hartura”.
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Detengámonos
a analizar las tensiones que se dan en nuestro interior. El hecho de ser espíritus encarnados hace que en nuestro
interior resuenen voces contrastantes: Unos días nos sentimos cargados de
idealismo y generosidad; pero otras veces solo pensamos en nuestros pequeños intereses.
Así como el pueblo de Israel protestó contra Moisés y Aarón, también nosotros
hemos protestado contra Dios por acontecimientos adversos que hemos encontrado
en el camino: la muerte de un ser querido, una enfermedad, una crisis
económica. Hemos llegado a poner en duda la justicia de Dios. Así como Dios
tuvo paciencia con su pueblo, también ha tenido paciencia con nosotros. Su providencia
no nos abandona.
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En
el Evangelio de Juan encontramos un relato muy interesante sobre los
acontecimientos que siguieron al milagro de la multiplicación de los panes.
Quienes habían participado en este evento, no quisieron despedirse de Jesús y lo
siguieron hasta la otra orilla del lago. Pero Jesús pone en duda la transparencia
de su motivación: “Ustedes me buscan por haber comido hasta quedar llenos, y no
porque hayan creído viendo las obras que realizo”. Este ácido comentario de
Jesús pone al descubierto las motivaciones interesadas de nuestras oraciones.
En ellas pretendemos escribir el guion que Dios debe seguir, y nos da mucho
trabajo tomar en serio la petición que expresamos en el Padrenuestro: “Hágase
tu voluntad en la tierra como en el cielo”.
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En
este diálogo profundamente pedagógico que se lleva a cabo entre Jesús y los que
lo seguían por simple interés, llega un momento en el que ellos le dicen a
Jesús: “Señor, danos siempre ese pan”. Y Jesús les responde: “Yo soy el pan que
da la vida; quien viene a mí no pasa hambre; quien cree en mí nunca tendrá
sed”.
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Es
de gran profundidad teológica la reflexión que nos propone la liturgia de este
domingo. El punto de partida es la rebelión de la comunidad porque están
pasando trabajos y tienen nostalgia de las comodidades que dejaron atrás, en
Egipto, aunque vivían en condiciones indignas. El punto de llegada es esta
manifestación de Jesús como pan de vida.
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Aprovechemos
esta meditación dominical para revisar críticamente nuestra escala de valores y
reconocer que muchas veces sacrificamos los valores del espíritu para dar el
primer lugar a los bienes y comodidades materiales.
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Igualmente,
revisemos en esta meditación el grado de madurez de nuestra fe. Preguntémonos
si nuestra confianza en Dios es total o si está contaminada por cálculos
egoístas. Preguntémonos hasta dónde nos ponemos confiadamente en sus manos o si
nos mueven otros intereses.