TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXIII B
(5-septiembre-2021)
Jorge Humberto Peláez S.J.
El
Reino de Dios ya está presente en medio de nosotros
ü
Lecturas:
o
Profeta
Isaías 35, 4-7ª
o
Carta
del apóstol Santiago 2, 1-5
o
Marcos
7, 31-37
ü
El
trazado de la existencia humana se parece a una montaña rusa. Bruscamente, cambiamos
de escenario y emociones. Unas veces estamos arriba y otras veces creemos que
nos precipitamos en el abismo. Hay días llenos de esperanza, pero otras veces
sentimos que todo se derrumbó. Es la eterna ambigüedad del vaso medio lleno y
el vaso medio vacío. Nuestra vida gira alrededor de los polos esperanza-desesperanza,
certeza-incertidumbre, optimismo-pesimismo.
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Las
lecturas de este domingo nos proporcionan elementos muy ricos para superar
estos dilemas. En la tensión entre la esperanza y la desesperanza, triunfa la
esperanza; en la tensión entre certeza e incertidumbre, prevalece la certeza;
en la tensión entre optimismo y pesimismo, finalmente se impone el optimismo.
¿De dónde nos viene la fuerza? ¿Cómo se explica que la balanza se inclina,
finalmente, hacia el lado positivo? Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, ha cambiado
radicalmente la lectura de la historia espiritual de la humanidad.
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En
esta eucaristía dominical, los invito a reflexionar en el mensaje del texto del
profeta Isaías y en el relato de la curación del sordomudo, descrito por el evangelista
Marcos.
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El
profeta Isaías se dirige a su comunidad, que afrontaba una difícil situación, y
la invita a no quedar atrapada en el presente, y para ello debe mirar hacia el
futuro. El pueblo que ha sido escogido por Dios no puede hundirse en la
desesperanza. Aunque el presente se vea sombrío, Dios permanece fiel a su
promesa y garantiza un futuro luminoso. Estas son las palabras de Isaías:
“Digan a los cobardes: ¡Valor! ¡No tengan miedo! Miren, ya llega su Dios a
hacer justicia, viene a dar a cada uno su merecido; viene en persona y les da
la salvación”.
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¿Cómo
sabrá el pueblo de Israel que esa realidad nueva ya está presente en medio de
ellos? Los hechos lo demostrarán: “Entonces, los ciegos recobrarán la vista,
los oídos del sordo se abrirán, los cojos tendrán agilidad de venados, los
mudos cantarán”.
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Esta
realidad nueva, superación de las negatividades padecidas por Israel, es inaugurada
por Jesucristo. Él no proclama un futuro de esperanza. En Él, ese anuncio se
realiza en plenitud. Está llevando a cabo las acciones anunciadas por el
profeta Isaías. La curación del sordomudo lo confirma.
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Este
relato de la curación del sordomudo ha sido estudiado, con particular interés, por
los expertos en los escritos del Nuevo Testamento, pues se caracteriza por las
acciones simbólicas y rituales que lo acompañan: 1) Introducir los dedos en los
oídos del sordomudo; 2) poner un poco de saliva en la lengua de este hombre; 3)
elevar la mirada al cielo; 4) lanzar un fuerte suspiro o gemido; 5) pronunciar
la orden “ábrete”, utilizando una palabra en arameo (effethá).
Ningún otro milagro de Jesús es descrito tan minuciosamente.
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En
el contexto de esta reflexión sobre la curación del sordomudo, que muestra cómo
el reino de Dios ya está presente en medio de la comunidad, cumpliéndose así las
palabras del profeta Isaías, vale la pena que hagamos un breve comentario sobre
los milagros de Jesús, llevados de la
mano por John P. Meir, sacerdote católico, que es un respetado
investigador sobre las Sagradas Escrituras. Según este especialista, para poder
hablar de milagro, deben cumplirse los siguientes requisitos: “1) Un acontecimiento
inusitado, asombroso o extraordinario, perceptible en principio por cualquier observador
atento o imparcial; 2) un acontecimiento que no puede ser atribuido razonablemente
a las capacidades humanas ni a otras fuerzas conocidas que actúan en nuestro
mundo de tiempo y espacio; y 3) un acontecimiento resultante de esa acción especial
mediante la cual Dios realiza algo imposible para todo poder humano”.
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Jesús
no fue un personaje más entre los que habían vaticinado acontecimientos
futuros. Él era el profeta que estaba cumpliendo lo que otros profetas habían
anunciado.
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Para
las multitudes que seguían a Jesús, los milagros que Él realizaba eran el elemento
más sensacional y atractivo de su ministerio, que daba una autoridad especial a
las enseñanzas que impartía.
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En
la vida cotidiana, encontramos múltiples manifestaciones del amor providente de
Dios, que se expresa de muchas maneras y a través de diversos instrumentos. Él
permitió que este sordomudo se reincorporara a la vida social, ayudándole a superar
las barreras que le impedían comunicarse. En esta eucaristía dominical, pidamos
al Señor que seamos capaces de escuchar su voz en medio de las distracciones y
ruidos que nos rodean, establezcamos canales de comunicación, y escuchemos atentamente
las palabras de las personas con las que compartimos cada día, que no las interpretemos
con ligereza y que respondamos con prudencia y ponderación.
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En
el mundo contemporáneo no hemos podido superar el drama de incomunicación que
nos describe la Biblia cuando relata la construcción de la Torre de Babel. Cada
uno defiende su propio proyecto, pretende imponer su voluntad. Nos cuesta mucho
salir al encuentro de los otros. Somos sordos y mudos que vivimos aislados.