“El banquete nupcial está preparado, pero los invitados no eran dignos de él”
San Mateo 22, 1-14:
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
Lectio Divina
¡DIOS ES REALMENTE GRANDE Y ENORMEMENTE GENEROSO!
En la primera lectura leemos: “El Seor de los ejércitos ofrecerá a todos los
pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete
de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados,
decantados”. Y en el evangelio: “Jesús habl en parábolas diciendo: El Reino de
los Cielos se parece a un rey que celebraba las bodas de su hijo”.
La Palabra de este domingo se centra en los banquetes (cf también el salmo
responsorial). La Iglesia nos ofrece datos y noticias de banquetes
extraordinarios organizados por personajes importantes: el señor de los
ejércitos (primera lectura) o un rey (evangelio). Cuentan con un programa
detallado: se trata de un banquete que tendrá lugar en Jerusalén (primera
lectura) o de otro, con ocasión de unas bodas reales, que se celebrará en una
casa grandiosa (evangelio). Y un menú: excelente y exquisito en ambos casos:
manjares suculentos y vinos añejados (primera lectura), los mejores terneros
animales, (evangelio). Los invitados al convite son agasajados espléndidamente
por los anfitriones. Invitados: todos los pueblos, sean muchos o pocos, todos
los que se encuentren en las encrucijadas, sean hombres o mujeres.
Tanto en la primera lectura como en la parábola del evangelio (el invitado sin
vestido), los comensales invitados al banquete se han debido preparar
responsable y concienzudamente. El invitado, sorprendido sin traje de boda, no
lo ha revestido el rey, como era costumbre en Oriente, sino que se lo ha
ofrecido para que honre a todos los comensales.
No podemos y no debemos comportarnos como los ingratos invitados al
banquete que respondieron hostilmente al rey, incluso maltratando y matando
los servidores, ni tampoco como el comensal que no quiso vestirse de fiesta.
Hagamos nuestros los sentimientos del salmo 22 y prolonguemos el momento
del banquete “en la casa del Seor por un gran número de días”. ¡Dios es
realmente grande y enormemente generoso!
ORACION
Tú, que quieres que venzamos el mal con el bien y que oremos por quienes nos
persiguen, apiádate, Señor, de mis enemigos y de mí y condúcenos a tu
celestial Reino. Tú, que agradeces las oraciones de tus siervos, que pidamos
unos por otros, recuerda tu gran benevolencia y apiádate de nosotros, Señor,
de quienes tenemos presentes a los demás en nuestras oraciones, ellos en las
suyas y yo en las mías. Tú, que ves la buena voluntad y las obras buenas,
recuerda, Señor, a quienes por cualquier razón, por pequeña que sea, no
dedican tiempo a la oración. Apiádate de quienes padecen extrema necesidad,
socórrelos, Señor. Apiádate de nosotros, de ellos y de mí, Piedad.
Recuerda, Señor, a los niños, a los adultos y a los jóvenes, a los ancianos y a
los venerables, a los hambrientos, a los sedientos y a los desnudos, a los
prisioneros y a los extranjeros, a los que no tienen ni amigos ni sepulturas, a
los delicados ya los enfermos, a los posesos, a los propensos al suicidio, a los
atormentados, a los desesperados y a los confusos, a los débiles, a los afligidos
y a los apesadumbrados, a los condenados a muerte, a los huérfanos, a las
viudas, a los vagabundos, a las parturientas y a los niños de pecho, a los que
se arrastran esclavizados en las minas, en las cárceles o en soledad (Lancelot
Andrewes, en Lepreghiere deii’umanita, Brescia 1993).