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NAVIDAD-EPIFANÍA
Lo que celebramos los cristianos en estas dos o tres semanas del tiempo de
Navidad es el misterio de Cristo que se nos comunica sacramentalmente en la
celebración de cada fiesta. El Concilio Vaticano II lo recordó magistralmente: “La
Iglesia, en el círculo del año, desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la
Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la
dichosa esperanza y venida del Señor.
Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder
santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se
hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto
con ellos y llenarse de la gracia de la salvación” (Sacrosanctum Concilium 102).
Cuando afirmamos que la Navidad es un sacramento queremos significar que
la gracia del Nacimiento del Hijo de Dios se nos hace presente y se nos comunica
en la celebración de esta fiesta. No se trata sólo de un recuerdo pedagógico,
aleccionador, del acontecimiento de Belén, entrañable por demás.
La Navidad es la fiesta de la luz, como lo es también la Epifanía. Por eso se
centra la acción de gracias en esta luz verdadera que Dios nos ha enviado.
En las lecturas del Adviento, el profeta Isaías ya nos había anunciado al futuro
Salvador como la luz que iba a iluminar a todos los pueblos. Ahora, en Cristo,
agradecemos a Dios que nos haya dado la luz definitiva. En la noche de la Navidad
le decimos a Dios: “has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la
luz verdadera”.
La luz de Dios ya estaba entre nosotros, por la creación. Pero ahora, “por el
misterio de la Palabra hecha carne”, esta luz brilla ante nuestros ojos “con nuevo
resplandor”. El Cristo de la Navidad es el mediador entre Dios y el hombre: nos
ayuda a “conocer a Dios visiblemente”, y así nos lleva “al amor de lo invisible”. A
Dios no le ha visto nadie, pero “quien me ve a mí ve al Padre” (Jn 14,9).
En la noche de Pascua, en la solemne Vigilia, volveremos a cantar a Cristo
como luz, simbolizado por el cirio pascual. La Navidad y la Pascua celebran el único
misterio de Cristo, Luz del mundo.
Si ya en el Adviento, sobre todo en sus últimos días, nuestra oración tenía
muy presente a la Virgen María, durante el tiempo de la Navidad es todavía más
intensa esta acentuación.
La que podemos llamar “Santa María de la esperanza”, la maestra de la espera
del Adviento, es sobre todo la Madre del Mesías, la que le dio a luz y lo manifestó al
mundo en la persona de los pastores y de los magos: la Maestra, por tanto, de la
Navidad y de la Epifanía, la que le acogió y la que mejor evangelizó al mundo
mostrándole al Salvador.
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Pablo VI, al igual que lo hacía con el tiempo del Adviento, también presenta en
su Marialis Cultus este carácter mariano de la Navidad, señalando los días más
importantes de este recuerdo: “El tiempo de Navidad constituye una prolongada
memoria de la maternidad divina, virginal y salvífica, de aquella que sin mengua
de su virginidad dio a este mundo un Salvador.
Así, en la solemnidad de la Natividad del Señor, la Iglesia, al adorar al
Salvador, venera a su gloriosa Madre.
En la Epifanía del Señor, al celebrar la llamada universal a la salvación,
contempla a la Virgen, sede de la Sabiduría y verdadera Madre del Rey, que ofrece
a la adoración de los magos al Redentor de todas las naciones.
Y en la fiesta de la Sagrada Familia considera con veneración la santa vida que
llevan en su casa de Nazaret Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, María su Madre
y José, el varón justo.
En la nueva ordenación del periodo de Navidad, creemos que la atención
común se debe dirigir a la renovada solemnidad de Santa María Madre de Dios.
Ésta, fijada el 1 de enero, según una antigua sugerencia de la liturgia romana, está
destinada a celebrar la parte que tuvo María en el misterio de la salvación y a
exaltar la singular dignidad de que goza la Madre Santa, por la que merecimos
recibir al Autor de la vida...”.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)