XXVIII Semana del Tiempo Ordinario (Año Impar)
Lunes
Lucas 11, 29-32
A la gente de este tiempo no se le dará otra señal que la del profeta
Jonás ”. El signo de Jonás es una imagen profética pascual que el mismo Jesús
utilizó para anunciar su muerte y su resurrección. Este profeta escapista,
desconforme, quejumbroso, pero finalmente fiel, puede ayudarnos en nuestro
peregrinar diario de muerte y resurrección. Por tanto, la advertencia que dirige
Jesús a sus contemporáneos resuena fuerte y saludable también para nosotros
hoy: “Ustedes saben interpretar el aspecto del cielo y no pueden interpretar los
signos de los tiempos. ¡Generación malvada y adúltera! Pide un signo y no se le
dará otro signo que el signo de Jonás” (Mt 16, 3-4).
Jonás no sólo es prefiguración del Resucitado, sino también signo del desafío
que la fe plantea a todo creyente. La señal del profeta indicada por Cristo como
símbolo de su resurrección, lo es también de la vida nueva del cristiano que ha
renacido en el bautismo. Sólo la fuerza del resucitado puede cambiar nuestros
corazones y hacernos triunfar sobre el poder del pecado. Sólo la gracia de Dios
puede crear en nosotros un corazón nuevo. Sólo su amor puede cambiar nuestro
“corazón de piedra” ( Ez 11,19) y hacernos capaces de construir, en lugar de
demoler. Sólo Dios puede hacer nuevas todas las cosas.
Así, Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: “Yo soy la
resurrección y la vida” ( Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último
día a quienes hayan creído en Él (cf. Jn 5, 24-25; 6, 40). Esta es la gran y única
señal, que ha de conducir y transformar nuestra vida de cada día, la muerte y
resurrección de Jesús, misterio, que da luz esperanza a nuestros gozos y alegrías, a
nuestras angustias y tristezas, a la slaud y a la enfermedad, a lo próspero y la
adverso de nuestra vida.
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)