¡Ay de ustedes, fariseos!
Lc 11, 42-46
Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant ocds
ES NOBLE RECONOCERSE PECADOR, SI ESTO SUPONE EL PRIMER PASO
PARA LA CONVERSIÓN.
La Palabra de Dios se muestra siempre viva y eficaz. Sin embargo, hay momentos en los que
casi parece empeñarse con tesón en ponernos ante nuestro pecado de una manera que parece
implacable. Las requisitorias de Pablo al comienzo de la Carta a los Romanos son duras,
severas: nadie ha de gloriarse ante Dios. En el evangelio, Jesús nos hace comprender también
que precisamente los que se creen justos y desprecian a los otros andan muy lejos de serlo. La
condición para ser liberados del pecado es, por tanto, admitir que somos pecadores. Ahora
bien, eso no es nunca motivo para dejamos caer en la tristeza o en el desánimo, sino más bien
para hacemos tomar una conciencia más aguda de lo grande que es la misericordia de la que
somos objeto en Cristo Jesús. Hoy, en el clima de permisividad que se propaga, el criterio de
moralidad parece estar tomado de un indiferente “lo hacen todos”, pero no es ésa la escala de
valores con la que hemos de medimos si queremos ser de Cristo. La grandeza del hombre
viene dada por su libertad y, en consecuencia, por su responsabilidad.
Rechazar la perspectiva del juicio es rechazar la dignidad de la persona. En efecto, también
hemos de reconocer nuestras culpas lealmente, sin llamar bien al mal. Es noble reconocerse
pecador, si esto supone el primer paso para la conversión. El camino del arrepentimiento nos
hace conocer la tolerancia, la paciencia y la bondad como rasgos del rostro de ese Dios que se
nos ha revelado en Jesús como la verdad que nos hace libres.
ORACION
Dar de comer no es caridad; es justicia. Ayudar a un minusválido no es bondad; es justicia.
Vestir a los desnudos no es altruismo; es justicia. Hospedar a un peregrino no es generosidad;
es justicia.
Dar cuatro monedas para sentirse bien es conveniencia. Rechazar al extranjero porque
incomoda es injusticia. Someter al débil es tiranía. Hacer chantaje al necesitado es usura.
Rezar, para hacerse ver, con un corazón malvado, es fariseísmo. Observar la ley y creerse
superior es soberbia. Proclamarse hombre de bien sin misericordia es dureza de corazón.
Cantar las alabanzas del Señor y calumniar al hermano es hipocresía.
Danos, Señor, conciencia de que “basta con ser un hombre para ser un pobre hombre”.
Ayúdanos, Señor, a no caer en la degradación que supone la versión farisaica de quien está
repleto de sí mismo. Haz, Señor, que vivamos tu ley con actitudes humanas sugeridas por el
Evangelio.