Tiempo y Eternidad
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José Manuel Otaolaurruchi, L.C.
La última tentación
El evangelio nos presenta a dos grupos de adversarios, fariseos y herodianos, que se ponen
de acuerdo para probar a Jesús con una pregunta capciosa y tener así de qué acusarlo: “¿Es
lícito pagar los impuestos al César?” Estos incautos no sabían con quién se estaban
metiendo y Cristo se los quitó de encima con una respuesta brillante que los dejó callados:
“Dad al César lo del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21).
Quisiera fijarme en la osadía que tuvieron los fariseos de incitar a Cristo. La tentación es
inducir al mal a través del engaño. Satanás, padre de la mentira, sabe presentar lo malo con
ropaje de bondad. Utiliza los mejores cebos para atraer hacia sus redes al ingenuo que se
deja deslumbrar por el atractivo que ejerce la tentación. Los hombres, por desgracia,
también podemos inducir al mal y ser ocasión de caída para otros.
Hoy en día nos vemos tentados fuertemente en relación al valor de la vida humana. El
aborto está prácticamente despenalizado en gran parte de los países y ahora avanzamos
hacia la eutanasia. Como siempre se ha hecho, se justifica aduciendo a motivos
sentimentales, pero en el fondo subyace el mito de la sobrepoblación y la macabra
intención de acabar con los pobres, en lugar de tener el valor de acabar con la pobreza; de
acabar con los enfermos y no con la enfermedad. En España, por ejemplo, el gobierno
anunció que allí ya no nacen niños con Sindrome de Down. Acabaron con los niños, pero
no con el Sindrome de Down. La cultura utilitarista se sigue imponiendo y nos estamos
masacrando a nosotros mismos. El criterio de “úsese y tírese” lo estamos extendiendo a la
dimensión humana y no está lejos el día en que se vendan en las farmacias inyecciones
letales junto con aspirinas para el dolor de cabeza.
La vida es sagrada porque procede de Dios y sólo a El le pertenece. “La gloria de Dios es la
vida del hombre”. ( San Ireneo. Adversus Haereses ). Es sagrada desde su concepción hasta su
fin natural.
Qué lejos estamos de considerar a los ancianos y enfermos como dignos de honra y respeto.
El Papa Benedicto XVI nos recuerda que «la grandeza de la humanidad está determinada
esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto
para el individuo como para la sociedad. Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren
y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y
sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana» ( Spe salvi , 38).
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