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Salmos diarios, Ciclo II, Año Par. Explicados
TIEMPO PASCUAL
Durante el tiempo de pascua no celebramos sólo la resurrección de Cristo,
la cabeza, sino también la de sus miembros, que comparten su misterio. Por eso
el bautismo tiene tan gran relieve en la liturgia. Por la fe y el bautismo somos
introducidos en el misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
La exhortación de san Pablo que se lee en la vigilia pascual resuena a lo largo de
toda esta época:
Los que por el bautismo fuimos incorporados a Cristo, fuimos incorporados
a su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así
como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en una vida nueva (Rom 6,3-11).
No basta con recordar el misterio, debemos mostrarlo también con nuestras
vidas. Resucitados con Cristo, nuestras vidas han de manifestar el cambio que ha
tenido lugar. Debemos buscar "las cosas de arriba, donde Cristo está sentado a la
diestra de Dios" (Col 3,1). Esto significa compartir la libertad de los hijos de Dios
en Jesucristo. Consideraremos estas gracias de la pascua en el próximo capítulo.
La conmemoración litúrgica de la resurrección está en el corazón del
tiempo pascual. Sin embargo, ésta no agota todo el contenido de este período.
Pertenecen también a este tiempo los gloriosos misterios de la ascensión y
Pentecostés. Sin ellos, la celebración del misterio pascual quedaría incompleta.
Parece ser que en los primeros tiempos cristianos, antes de que el año
litúrgico comenzara a adquirir forma en el siglo IV, la ascensión y Pentecostés no
se celebraban como fiestas aparte. Pero estaban incluidas en la comprensión
global de la pascua que tenía la Iglesia entonces. Se conmemoraban
implícitamente dentro de los cincuenta días y eran tratadas como partes
integrantes de la solemnidad pascual. Por eso no es extraño que se refiriesen a
todo el período pascual como "la solemnidad del Espíritu".
El padre Robert Cabié, en un estudio exhaustivo de Pentecostés en los
primeros siglos, observa que la Iglesia primitiva, en su celebración de lo que
ahora llamamos tiempo pascual, conmemoraba todo el misterio de la redención.
Esto incluía la resurrección, las manifestaciones del Señor resucitado, su
ascensión a los cielos, la venida del Espíritu Santo, la presencia de Cristo en su
Iglesia y la expectación de su vuelta gloriosa.
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A la luz de lo que sabemos de la cristiandad primitiva, el período de
Pentecostés celebraba el misterio cristiano en su totalidad, de la misma forma que
el domingo, día del Señor, celebraba todo el misterio pascual. El domingo semanal
y el "gran domingo" introducen ambos al cuerpo de Cristo en la gloria adquirida
por la cabeza.
La experiencia de la Iglesia primitiva puede enriquecer nuestra comprensión
del tiempo pascual. La conciencia viva de la presencia de Cristo en su Iglesia era
parte importante de esta expresión. Dicha presencia continúa poniéndose de
relieve en la liturgia y se simboliza en el cirio pascual que permanece en el
presbiterio. Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan los cuarenta días que
median entre pascua y la ascensión como el tiempo en que el Señor resucitado
está con sus discípulos. Como en tiempos pasados, la Iglesia conmemora hoy esta
presencia histórica, al mismo tiempo que celebra la presencia de Cristo aquí y
ahora en el misterio de la liturgia. Durante el tiempo pascual, la Iglesia, esposa de
Cristo, se alegra por haberse reunido de nuevo con su esposo (cf Lc 5,34-35).
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)