¡Dios y sus innúmeros mediadores!
DOMINGO 29º PER ANNUM A
16 de octubre de 2.011
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para
comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos
partidarios de Herodes, y le dijeron: Maestro, sabemos que eres sincero y que
enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque
no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al
César o no? Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: Hipócritas, ¿por qué
me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto. Le presentaron un denario. Él les
preguntó: ¿De quién son esta cara y esta inscripción? Le respondieron: Del César.
Entonces les replicó: Pues pagadle al César lo que es del César y a Dios lo que es
de Dios.
Con todos los pueblos de la tierra, con todas las familias de los pueblos, queremos,
Padre, Dios del universo, cantarte un cántico nuevo, un canto de alabanza, de
gratitud y esperanza. Tú eres nuestro Dios, el Señor de la historia. Al revelarte
como el único Señor y Dios, nos has liberado de los dioses alienantes. De los dioses
construidos por los hombres, que se venden y se compran; de los dioses humanos,
que se hacen a sí mismos y dominan los pueblos con poder absoluto.
Te damos gracias, Padre, porque no eres ajeno a la suerte de los
hombres. Nuestra historia es tu historia. En esta historia humana, de la que Tú eres
el principio y la meta, ha resonado la Palabra de tu Hijo, Jesús Cristo, Siervo de
siervos y Señor de señores. Palabra clara y liberadora, con la que nuestra historia
se hace una historia de salvación. Él no quiso ser árbitro ente las naciones, pero
pronunció la palabra sincera y el juicio recto sin importarle nadie. Descubrió la
malicia de las trampas tendidas, e hizo justicia al pueblo cansado y agobiado. Él era
justo. Su verdad lo llevó hasta la cruz, pasando a través de la muerte a la
resurrección, y multiplicando su presencia resucitada en todas las personas,
identificado con ellas y trascendiéndolas a todas ellas Su presencia y permanencia
pascuales, eucarísticamente proclamada y celebrada, recibida y agradecida,
constituye a quienes confiesan a Cristo como el sumo y eterno Ungido de Dios
Padre, en instrumentos eficaces y creíbles de su Amor y en promotores denodados
de la liberación y la unidad de los hombres. Gracias a una fe activa, a un amor
esforzado y a una paciente esperanza, y a no haber mediado sólo palabras sino
fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda (lec.2ª) …
Quiere Dios, y queramos nosotros, que todos los que gobiernan las
naciones, se sientan llamados, como el persa Ciro a quien Yahvé en labios de
Isaías le llama mi Ungido-mi Cristo ( lec.1ª), se sientan compulsivamente llamados
a escuchar las voces profundas del pueblo con las que Dios les habla para conducir
su historia según tus designios, Señor Dios, de liberación integral. Que sientan en
sus propias carnes y en sus propias almas la blasfemia y la bofetada de tantos
millones de hambrientos de todo, de tantos desterrados de su hogar, de su país, de
sus tradiciones y vivencias religiosas entrañables. Que, sin añorar obsoletas
teocracias ni soñar con alianzas de trono y altar, faciliten a sus súbditos los medios
apropiados para la dignidad personal y comunitaria, abriéndose a la persuasión de
que sólo en Dios los hombres y los pueblos tienen futuro hacia sociedades no
crueles, más justas y más amantes
Dios , en efecto, no nos quita nada bueno y nos pone todo bien, como
dice Benedicto XVI. Por eso todo poder humano que se precie de humano, todo
César de turno que no rechace la “complidicidad” de Dios, verá purificada, asumida
y trascendida su función de gobernante, como el cuerpo humano se beneficia del
principio de la vida, que no es él, que está en todo él, y que es más que todo él, y
sin el cual el cuerpo no viviría, ni se movería, no existiría. Se trata de lograr junto a
una sana autonomía temporal, una armonía de quien acepta a Dios como el
principio ,medio y meta de la Historia universal , colaborando con Él en la
animación y confección de las historias locales y personales de los hombres, sus
hermanos. ¡Lástima que queden todavía césares que, ídolos de sí mismos, no
hayan advertido,que con Dios a ellos y a sus pueblos todo les iría mejor!
Juan Sanchez Trujillo