DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO
Is 45, 1.4-6; Sal 95; 1Ts 1, 1-5; Mt 22, 15-21
Entonces los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprender
en alguna palabra. Y reenvían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle:
"Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza
y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos,
pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?" Mas Jesús, conociendo
su malicia, dijo: "Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda del
tributo" Ellos le presentaron un denario. Y les dice: "¿De quién es esa imagen y la
inscripción?". Dícenle:"Del César" Entonces les dice: "Pues lo del César
devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios". Al oír esto, quedaron maravillados, y
dejándole, se fueron.
Esta semana el Evangelio nos formula dos preguntas que, de manera particular,
podrían ayudarnos a situarnos en los hechos que Jesús quiere dar a conocer. Una
de ellas es la pregunta hecha por parte de los fariseos a Cristo; y la segunda es la
pregunta que Cristo formula a los propios fariseos. Estas preguntas nos van ayudar
a darnos el marco y la orientación para seguir la línea y la intención del evangelista
al narrarnos el presente pasaje, que es el texto del Evangelio.
La presente semana vemos cómo Jesús desenmascara la hipocresía y la tentación
en la cual pretenden hacerle caer los fariseos. Son importantes por ello las últimas
palabras de este evangelio: “…dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de
Dios…”. Esta es una sentencia inesperada para todos, es el mandato que el mismo
Hijo de Dios nos da, en el cual se vislumbran tres lecciones: “…dar al César lo que
es del César…” nos está poniendo frente a la realidad de los poderosos de este
mundo, quienes por sus actitudes y acciones parecen tener miedo a los que creen
en Dios. “…dar a Dios lo que es de Dios…”, los cristianos sabemos que vivir
aferrados a los bienes de este mundo (o poner en ellos el corazón), es un engaño
que el mundo nos ofrece, el creyente aspira al reino de Dios, al cielo. “…dar al
César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios…”, porque no se puede utilizar
a Dios atribuyéndole lo que respecta al poder político y a las estructuras
administrativas, tenemos que decir que muchas veces el poder humano y el divino
se entrelazan en una tensión muy fuerte o también se contraponen. Pero tampoco
se puede absolutizar el poder político, colocándolo en el puesto de lo divino. Ambas
tendencias así de opuestas se deben considerar como no haber entendido su
sentido genuino. De esta manera podemos decir que, esta moneda de la cual se
habla en el Evangelio, se refiere al poder humano; a diferencia del poder que viene
del cielo.
El Beato Papa Juan Pablo II, en una catequesis dada el 14 de noviembre de 1979,
en Audiencia Pública, siguiendo la tradición de los padres de la Iglesia manifestó de
una manera muy concreta como el hombre y la mujer, creados en la misma
dignidad y llamados a una comunión de vida, expresan en sí mismos este ser
creados a imagen y semejanza de Dios. Retomando las palabra del Evangelio,
cuando Cristo pregunta: "… ¿de quién es esta imagen?...”, tendremos que
preguntarnos nosotros, ¿a quién pertenecemos? San Mateo al respecto dice que
cuando los judíos se sienten maltratados por Jesús por las expresiones con que se
refería contra ellos, Cristo les responde: "…si vuestro Padre fuera Dios me
escucharían; pero como vuestro Padre es el diablo, no me escuchan…". A la
pregunta que Cristo hace en el Evangelio, ¿de quién es esta imagen?, debemos
decir que Dios a través de Cristo ha recreado la única imagen que ha plasmado en
el hombre cuando lo ha creado, que es la suya. Por eso el texto del Génesis
dice:"…hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza…"
Así como en otro pasaje del mismo Evangelio de san Mateo, es excluido del
banquete nupcial un invitado que no tenía el traje apropiado para el banquete de
bodas; a través del presente evangelio, Cristo nos manifiesta que Él nos
reconocerá, si en nosotros ve la imagen de su Padre; pues el hombre es hombre en
la medida que expresa y refleja la imagen del Padre, como Cristo: "…Cristo es la
revelacin del Padre para nosotros…". Por eso cuando San Pablo dice "…no soy yo
es Cristo que habita en mi..." esto indica que si Dios nos ha creado a su imagen y
semejanza, nuestra vida no puede ser distinta a la vida que Cristo ha revelado; por
algo Cristo se ha denominado a sí mismo: "… el camino, la verdad y la vida…".
Tenemos que decir que la vida cristiana no significa vivir bajo una visión donde lo
bueno es bueno y lo malo es malo. Pues esto nos llevaría a pensar que Dios ha
creado el mal, pero Dios no ha creado el mal, y como dicen los primeros versículos
del libro del Génesis, en el relato de la creación: "…y vio Dios que todo estaba
bien…". Debemos decir por lo tanto, que es el corazn del hombre que dejándose
seducir por el demonio degenera las cosas de la creación que Dios ha puesto en sus
manos; pues el hombre está llamado a vivir en una relación de amor, justicia y
paz; que hace presente su dignidad de ser creado a imagen y semejanza de Dios.
Hoy, en nuestros días, se hace muy evidente la tentación que muchos tienen de
compatibilizar el poder y lo que es la fe en el Dios revelado. Por eso es necesario
manifestar lo que dice San Mateo en los capítulos del discurso de la montaña, que
es la pregunta de fondo que le hacen los fariseos en el presente evangelio a Jesús.
Por ello, Cristo en este discurso de la montaa dice enfáticamente: “…no se puede
servir a Dios y al dinero…”, porque el dinero no solamente es signo de poder sino
también de dominio, y el hombre de hoy es tentado a tener poder para dominar,
por eso que en estos días el afán de dinero es porque se quiere tener poder para
dominar y someter. Por ello, los fariseos rechazan a Jesús porque no quieren perder
el poder que era el dominio sobre los más débiles. La limosna que es una de las
armas y remedios que la Iglesia nos ofrece debemos ponerla en práctica, ya por
eso en el Antiguo Testamento se dice que la limosna cura multitud de pecados.
Pbro. Oscar Balcázar Balcázar